Diego Ballesteros - Ciclista
El deportista aragonés, en silla de ruedas tras ser atropellado en Estados Unidos en 2010, presentó su libro "12.822 km. De España a China en Bicicleta", en la Librería Gil de Santander
Pablo Sánchez
SANTANDER. Siempre que alguien pronuncia un discurso sobre la capacidad del ser humano para encarar las adversidades y superar los peligros que lo acechan, corre el riesgo de quedarse corto. Tales palabras parecen insuficientes, por ejemplo, para relatar la determinación del ciclista Diego Ballesteros (Barbastro, Huesca, 1974) por explorar los límites de sus fuerzas y volver para contarlo. En 2008, el aragonés decidió hermanar la Expo de Zaragoza con los Juegos de Pekín, recorriendo en bicicleta (y en solitario) los 12.822 kilómetros que separan las dos ciudades. El 23 de agosto, a las 16.00 horas entró en la capital china, colmado de emoción por el trabajo bien hecho y de alegría por las experiencias acumuladas. Dos años después, su vida cambió para siempre, tras sufrir un atropello en Estados Unidos, durante la celebración de la Race Across America. Una lesión medular irreversible le impedirá volver a caminar. Tras muchos meses de angustia, Ballesteros volvió a enfundarse el maillot para lanzarse de nuevo a la carretera, esta vez, sobre una handbike (bicicleta propulsada con las manos) con la que ya ha sido capaz de cubrir la distancia entre Madrid y Londres: 1.800 kilómetros, en 25 días. La fórmula para su recuperación cuenta con dos ingredientes fundamentales: su familia y la escritura del libro: "12.822 km. De España a China". Este sábado presentó el volumen en la Librería Gil de Santander, junto con un documental sobre su aventura asiática. Diego Ballesteros, de 38 años, ya piensa en los próximos retos. Hoy, busca la felicidad enarbolando su lema: "querer es poder".
-¿Qué aprendió durante su largo viaje a China?
-Siempre digo que es un viaje que me enseñó a darme cuenta de que los límites están en uno mismo. Utilizo la frase que lo resume: "querer es poder". Superé muchas dificultades que fortalecieron mi personalidad, algo que también me ayudó después del accidente. Fue una aventura y un aprendizaje sobre mí mismo y sobre los demás; un reto solitario, personal, de 100 días, en los que me comprometía a partir del recinto de la Expo de Zaragoza y llegar hasta Pekín, antes de la clausura olímpica. El libro "12.822 km. De España a China en Bicicleta" es muy fácil de leer y transmite valores.
-Habría momentos de mucha soledad, de cansancio y de pensar: «¿Cómo me he metido en este lío?»...
-Hubo muchos episodios de pasarlo mal, de valorar si realmente valía la pena todo el esfuerzo que estaba haciendo... Pero cuando estás en el desierto o en Irán piensas: «Bueno, para atrás no puedo ir». Siempre hay que caminar hacia adelante.
-Destaca en su documental y en su libro el trato humano y el contacto con diferentes culturas. Cuando atravesó los territorios de la antigua Yugolsavia, ¿le impactó observar todavía las huellas de la guerra...
-En los Balcanes percibí ciertas muestras de rencor entre serbios y croatas. Aún se ven arañazos de la guerra en las casas, metralla... A día de hoy, hay mucha gente desaparecida en los dos bandos. Mi viaje coincidió con la proclamación de la independencia de Kosovo, reconocida por varios estados. Los serbios tenían un sentimiento algo derrotista por todos esos episodios.
-Camino a Pekín visita otros países donde se le ve muy integrado con la población local.
-La comunicación era lo más complicado. Por ejemplo, en Irán, donde la gente es muy hospitalaria y los vecinos venían a ofrecerte lo poco que tenían, encontrar a personas que supieran inglés no era fácil. Así que, cuando veía a alguien que lo hablaba, le pedía que me apuntara en un papel las palabras importantes: izquierda a derecha, los números, los alimentos, etc. También utilizaba mucho los gestos.
-Y luego llegaron experiencias impresionantes, como atravesar los desiertos de Gobi y Taklamakan...
-Sí, claro. Hubo momentos muy duros en la aventura, como cuando atravieso el Pamir, con pasos de montaña de más de 3.600 metros, donde las condiciones meteorológicas son muy adversas y había horas de mucha soledad. Pensaba: «Si me pasa cualquier cosa, o pincho...». Lo pasas mal. Y, sobre todo, cuando atravieso el desierto de Taklamakan (que, traducido, significa "Si entras, no saldrás"), son jornadas muy largas de pedaleo. Se me hacía de noche y veía a los escorpiones acudir al calor de la carretera... Pasas un poco de miedo, pero lo vas venciendo.
-Cuando apenas le quedaban unas pocas de jornadas para llegar a Pekín, sufre una avería que casi le deja a las puertas de concluir su gesta. En ese momento, la colaboración de la población local china fue fundamental.
-Pensé que el viaje había terminado cuando se me rompió el eje de mi rueda trasera. Pero unos chicos chinos fueron en busca de uno de repuesto y lo encontraron. Además, tuvieron que tornearlo para poder acoplarlo a la bicicleta. Yo pensé que me iban a cobrar el oro y el moro, porque estuvieron cerca de tres horas buscando la pieza, pero no sólo no me cobraron nada, sino que me invitaron a comer. Yo siempre digo que el mundo exterior es menos agresivo de lo que la gente cree.
-Y luego, por fin, Pekín, la meta. ¿Cómo fue esa entrada?
-El vello estaba erizado. Sentí una enorme emoción al recordar todo el trayecto vivido. Y también un cierto alivio al pensar: «Por fin, mañana no me toca pedalear» (risas). Perdí cerca de 10 kilos de peso y llegué agotado, muy débil, pero con una gran satisfacción por terminar en la fecha prevista.
-Después llegó el accidente en Estados Unidos, durante la Race Across America -un automovilista despistado lo arrolló a 100 km/h, sentándole de por vida en una silla de ruedas-. ¿Qué siente hoy, cuando recuerda la aventura china?
-Cuando veo esas imágenes siento cierta añoranza, pero trato de evitar los pensamientos tristes. Las cosas suceden porque sí y no hay vuelta atrás. A raíz de mi accidente tuve que empezar a convivir con una silla de ruedas. Es difícil de digerir. Pero trato de llevar una vida lo más activa posible. En ese sentido, el deporte ha sido fundamental. No quiero renunciar a las cosas que quiero.
-Dentro de esa determinación por seguir adelante en el deporte, descubrió la handbike (una bicicleta propulsada con las manos). ¿Cómo fue ese primer contacto?
-La primera vez que oí hablar de la handbike fue en el hospital donde estaba ingresado, el Instituto Guttman de Badalona, pero durante ese periodo mi mente no estaba preparada aún para asumir que no iba a volver a caminar. Y cuando volví a casa un día decidí probar una handbike y me encantó.
-¿Cómo fue la experiencia, a nivel personal, en el Instituto Guttman?
-Un periodo de ingreso tan largo es siempre muy duro. Te enseñan a volver a aprender a realizar las actividades cotidianas: comer, ducharte, ir al baño... En esa época estaba un poco enfadado con el mundo. Pero llega un momento en el que quieres salir de allí y retomar tu vida. En el hospital, que es un entorno muy duro, te das cuenta de que hay gente que está peor que tú, con lesiones en la cabeza y que no saben ni quiénes son. Te enseña mucho.
-Siempre que habla de su recuperación, señala un doble apoyo: el calor de su familia y la escritura del libro. ¿Han sido los dos pilares que le han sostenido todo este tiempo?
-Sin duda. Cuando yo estoy mal, mi familia está mal. Si me pongo triste, mi madre se pone el doble de triste que yo. Decidí estar bien, porque las personas que te quieren son las que más sufren. Mi entorno, por otro lado, no me ha fallado. Sigo con mi pareja de hace años y mis padres están bien. Eso me ayuda muchísimo. En el hospital conseguí escribir el libro y fue un extra de motivación. Tuve que renunciar a mi puesto de trabajo como profesor en un instituto y me volqué en el libro y su distribución. Mi mente se ha mantenido ocupada.
-También ha tenido mucho apoyo del mundo del ciclismo: Indurain, Pedro Delgado, o el equipo Movistar han estado muy pendientes de usted.
-Que los mejores ciclistas españoles de todos los tiempos se hayan volcado conmigo es una muestra de su grandeza. A Miguel Indurain le dije que no sólo es grande por lo alto que es y los títulos que ha ganado, sino por el enorme corazón que tiene.
-Poco tiempo después, decide emprender otra aventura, esta vez de Madrid a Londres. 1.800 kilómetros en 25 días sobre una handbike.
-Ambas experiencias fueron un salto al vacío. El trayecto a Pekín fue más duro psicológicamente, porque tuve que pedalear solo durante muchos días. El de Londres, en cambio, lo fue físicamente. Acabé con una enorme sobrecarga en los brazos, pero llevaba un equipo de apoyo, que para mí fue fundamental para el éxito de la aventura.
-¿Cómo se plantea el futuro Diego Ballesteros? ¿Sueña con participar en unos Juegos Paralímpicos?
-Me encantaría representar a mi país en unos Juegos. Lo que ocurre es que apenas ha pasado un año y medio desde que dejé el hospital. Hay mucha gente que lleva más tiempo con discapacidad y está tremendamente fuerte... Yo lo voy a intentar.
-¿Tiene ya en mente algún objetivo concreto?
-Sí. Participar en el Campeonato de España, acudir a alguna prueba internacional de handbike y una aventura por el África negra.
Pie foto: Diego Ballesteros, el sábado en Santander. :: Daniel Pedriza
*Entrevista publicada el lunes, 11 de marzo, en EL DIARIO MONTAÑÉS.