lunes, diciembre 27, 2010

Si Te Gusta Lo Que Ves


Tú no eres un caballero, eso le dije. No lo eres. Ni siquiera un hombre adulto, tal y como yo lo entiendo. No tuve ningún reparo. Le miré a los ojos, porque con estas cosas no conviene vacilar, ¿entiendes? Se lo solté sin más. Me miró como si no comprendiese nada de lo que le estaba diciendo, como si mis palabras no tuviesen fuerza. Una cosa extraña. Y me hizo gritar, que es lo que mas odio. Grité para que me oyera y para que las palabras le alcanzasen. Le dije: Yo soy como tú, sólo otra figura egoísta. Creo que fue un buen golpe. Porque nos colocó a los dos en el mismo fango. Así podríamos pelear. Hundidos los dos, ¿me sigues? Ahí, a ostia limpia. Sin pudor. Sin paños calientes o envidia. Contestó otra cosa. Me cambió de tema o me engañó. No sabría precisarlo. Estaba desando acabarme el té. Forcé a beberlo aún caliente. Me quemé la lengua. Todavía siento un cosquilleo en la punta. Se me llenaron los ojos de lágrimas, lo que dio más dramatismo, si cabe, a la escena. Yo sabía perfectamente que, si algunos de los dos se levantaba, habría pelea. Él hizo un ademán en algún momento. No reaccioné. Prefería no ser yo quien llevara la carga del primer golpe. Nunca llegó. No había mujeres cerca. No habría tenido importancia. Tú me conoces bien, amigo. Tú sí que sabes lo que es la vida. Y, como habrás supuesto, la discusión murió antes de empezar. Se disolvió y ninguno hizo el menor esfuerzo de seguir con la comedia.

miércoles, diciembre 01, 2010

Nunca Fue Extraño


Las calles parecían sostenidas por tu ausencia. O por tu permiso. Apenas era una sombra, un testimonio ni siquiera muy claro de lo que pueden traer los años. Ya comenzaba a vagar por entre los establecimientos y las conversaciones como una muestra del hombre que se aleja. No podemos decir que fuera primavera.

No lo supieron enseguida. No pensaron nada. Ya no podían con su fe de niños ¿Quién sabe ya de planes y recuerdos? Fue una noche entre las figuras que empañaban un muro. Nadie puede recordarlo. Algo que se tiraba a la basura porque hace daño.

La soledad de un bar que está cerrando. El ruido del agua y el jabón. Quizás hubo miedo, pero nunca fue extraño.

Son tan distintos que resulta imposible distinguirlos. No se duda de la fuerza del invierno. Y se tienen lejos o cerca. Y es cálido como una manta. Y es ligero y viajan casi sin quererlo.

jueves, noviembre 11, 2010

Carlos Edmundo de Ory, D.E.P


Este blog le debe el nombre:
"Aquel que nunca tuvo locura curandera
Todo enfermo de raíces rostro inmenso
Cetro de ruiseñor en su cetrino rictus
Con tu memoria a cuestas recorro tanto canto
De grito miserere rey criatural que no
Tuvo otro trono que su trino triste
Cabeza peñascosa alma de panes
Mi hermoso hermano con ojos de mina
Mi solo cristo y mi gemelo lobo
Sosia de tu garganta afeitada y no olvido
Tu faz naturalista de tremendo extrañor
Como una catedral de hueso natural".
Poema:´"César Vallejo".
Autor: Carlos Edmundo de Ory.

lunes, septiembre 13, 2010

Algo Escrito


El niño se pregunta
si acaso ella no le habrá dejado
algo escrito en alguna parte:
una carta, papeles, indicaciones…
Comenta algo a alguien,
que lo mira entre inquisitivo
y tierno. Ya nada de eso importa,
dice,
es sólo algo más de metal para la fragua.
El niño lo sabe y mira los espacios
del hogar anónimo
y los vacía para conservar
lo eterno, como si eso sirviera
para esclarecerse.

viernes, agosto 20, 2010

Esfinge


Usted me había prometido las cosas de mi padre. No se entretenga. No me explique nada. Abra los armarios. Reconozca que mi paciencia ha sido ejemplar. Yo sólo tengo recuerdos de películas por ver, de capítulos otoñales. Las horas impregnadas de cómodas secuencias ¿Va a esperar una confirmación? ¿No se da cuenta de que cualquier variación dará al traste con todo? Como en un desierto en el que aparecen niños que buscan juegos y encuentran reptiles. Y nadie sabe quién los ha traído, a quién pertenecen. Déjelas ahí, sobre la cama. Escuche, no se trata de algo personal. No voy contra usted. Pero dispongo de tiempo suficiente, creo, y prefiero pensarlo todo, rumiarlo despacio, aunque sé que eso no va a llevarnos a ninguna parte. Quizás es mejor que se mantenga a distancia y me observe mientras hago malabarismos y juegos de manos. Prometo no molestar demasiado, pero exijo que escuche mis quejas, mis lamentos alguna que otra vez. Y deberá convencerme de los cambios de presidentes y del tiempo raudo que se nos escapa. Yo fingiré aceptar su condición de sabio. Asentiré muy serio a sus proclamas. La fidelidad juega su papel también aquí y ahora. Será usted mi dueño y señor ¿Lo ha comprendido? Y yo no haré nada por agradarle.

domingo, agosto 15, 2010

Me Hablaban De Zombies

No tardé en darme cuenta. Eso, al fin y al cabo, puede ser considerado como una ventaja. Es decir, no escudarse en las coordenadas propias y ser capaz, al menos, de reconocer. Lo he sido (creo que lo he sido). Y aprecio, y me doy cuenta de los silbidos, la tranquilidad que brinda la esperanza. Las carreras endiabladamente nerviosas de los niños, las regañinas de sus padres desde un equilibrio maduro y responsable. Las familias que aún pueden acomodarse y crecer y servir de apoyo. Es un salón amplio, en un centro comercial. Inmediatamente, se contemplan escenas repetidas, como extraídas de un molde cultural que no necesita renovarse porque sigue funcionando sin atascos. Carros de la compra, niños entretenidos con algún juguete regalado a tiempo para callarlos. Los altavoces escupiendo música. Pueden inventarse cientos de historias rocambolescas, llenas de fantasía y crueldad. Pero, ¡sería tan evidente nuestro desprecio a lo real, nuestra ceguera! Prefiero, hoy, la fotografía al retrato en este tema: la posibilidad de contentarse con la aceptación de una imagen o representación que parece extraña ante nuestra visión encenizada por el sarcasmo. Ya es en sí bastante truculenta la costumbre como para poblarla de miedos ridículos, de personajes inventados. Cuando, al contrario, es en lo sano y liso donde aparecen los monstruos; en lo más sereno y limpio, en adecuada respuesta hacia el mundo.

domingo, agosto 08, 2010

El Sacrificio


Resume José Ramón Busto Saiz, jesuita y profesor universitario de exégesis del Antiguo y Nuevo Testamento en su librito de introducción a la Cristología, la “teoría” teológica de San Anselmo sobre la Redención, formulada en el siglo XI:

“Según esta explicación de S. Anselmo, que expongo de una manera rápida, el pecado del hombre causa una ofensa infinita a Dios. Puesto que el hombre es un ser finito y limitado, no puede reparar una ofensa infinita, porque las ofensas se miden por la categoría del ofendido. Es preciso un ser que sea infinito para satisfacer el honor ofendido de Dios, con lo cual Dios tiene que encarnarse, a fin de constituir ese ser infinito que repare la ofensa infinita hecha. Y tiene que encarnarse, porque, al haber sido cometida la ofensa por el hombre, tiene que ser reparada también por el hombre. Jesús muere y merece con su muerte la reconciliación de Dios, porque repara esa ofensa infinita, toda vez que la muerte de Jesús es un sacrificio que tiene un valor infinito por ser la muerte de un ser infinito. Así nos salva Jesús”.

Frente a esta lectura de la muerte del Nazareno, Busto Saiz opone una teología moderna (la suya), mucho más acorde con los ánimos de nuestros contemporáneos, según la cual, Jesús aparece en la historia como un luchador por la Justicia y la Libertad de los oprimidos y al que los Poderes de este mundo (Roma y el Templo de Jerusalén) no pueden digerir, por lo que deciden eliminarlo. La Redención se concreta, pues, en la respuesta finalmente adecuada de la Creación hacia su Señor. Dios ha vencido porque su Amor ha sido más grande que el miedo, la opresión y la muerte.

Si bien, en mi opinión, el estudio del Nuevo Testamento deja entrever lo confuso de su tratamiento de este tema (si el de Jesús es un Sacrificio Redentor, lo es involuntariamente, puesto que los que lo sacrifican ignoran que se trata de un sacrificio), me interesa mucho más actualmente la teología de San Anselmo a este respecto. Porque, efectivamente, si leemos con atención los evangelios, es indudable que Jesús insiste en que su Sangre sirve para borrar el Pecado del Mundo (idea mucho más crudamente expuesta en las cartas de San Pablo). Y pienso que la formulación de los textos del NT buscan deliberadamente introducir esta tesis en las mentes de los primeros creyentes: El sacrificio de Jesús por sí mismo limpia el pecado. A continuación, Dios apuesta por el caído y lo resucita. Pero el “hecho en sí”, la muerte del Nazareno, redime. Esto resulta incómodo para los más progresistas dentro del cuerpo teológico de la Iglesia Católica. No me extraña. Es muy duro pensar que la divinidad necesita la sangre de un inocente para eliminar culpas.

Hace un tiempo, intercambiando opiniones (un tanto violentamente) con un cristiano no adscrito a ninguna iglesia en concreto (y que ahora, tristemente, ya no está entre nosotros), descubrí una interpretación novedosa: Para él, no es que Dios necesitara la muerte de un inocente para redimir Su Creación, sino que era el ser humano quien, para destruir el sentimiento de culpa debía creer que la Sangre de Jesucristo era “suficiente” para limpiar su conciencia. Era un fenómeno psíquico inevitable.

Me dejó sorprendido esta lectura. No estoy seguro de compartirla en lo que se refiere a la interpretación de la fe cristiana, pero me parece muy perspicaz en lo que tiene de exposición desnuda del comportamiento de la mente humana.

Si mi difunto interlocutor tenía razón, el cristianismo es la única cura para el mundo neurótico en el que habitamos y los evangelios serían el reflejo más agudo del carácter del hombre. Un ser que, en consecuencia, es capaz de ser feliz pensando que otra persona (en este caso, “El Gran Otro”) ha pagado por sus culpas.

Yo no soy psiquiatra, ni psicólogo y, por lo tanto, no estoy capacitado para analizar esto detalladamente. Me faltan herramientas conceptuales con las que trabajar este embrollo. Diré, de todas formas, que tal y como yo lo veo (basta, pienso, observar alrededor) el sacrificio o, al menos, un conato de sacrificio (una idea falsa sobre él) está al orden del día en nuestras sociedades. ¿Cuánta gente cree realmente renunciar a algo por alguien? El sacrificio en este caso es un auténtico asesino de dudas. Situándose en el artificial dilema de: “Fulanito me importa pero me importa más Menganito y saco a pasear el hacha sacrificial y me libro de Fulanito”, es decir, dando el aspecto de crudeza a una elección se disipan muchas nieblas emocionales y se puede empezar a funcionar con la alegría que da el haber renunciado a algo: es un salto al vacío que ha justificado.

No existe el sacrificio. Es un señuelo que esconde la nada moral, la cobardía de no saber enfrentar una realidad incómoda: verse incapaz del amor y de la entrega sin que, por algún lado, aparezca el dolor como ingrediente indispensable del potaje sentimental. Y es curioso porque el sacrificio no es tal, pero se busca y, una vez encontrada su idea falsa, se niega y se culpabiliza al sacrificado (“él/ella se lo buscó”). ¿Es posible que nuestra felicidad dependa de una destrucción ajena; una destrucción no sólo física sino de todo lo que una vez lo rodeó y significó algo y que ahora derruimos hasta en la memoria?

¿Y si esto es lo que somos?

domingo, agosto 01, 2010

Elle Fut Repatriée Convenablement


Hay en la biografía de Arthur Rimbaud (el poeta-cliché aclamado por la juventud rebelde y con espinillas) escrita por Enid Starkie (y publicada en español por Siruela), un episodio al que no se le da la importancia que merece y al que yo, por el contrario, catalogaría como esencial para comprender la psicología del autor francés. A saber, un Rimbaud de 30 años, alejado por completo de la literatura, y dedicado a las más variopintas profesiones (entre ellas, la de traficante de armas y, quizás, también de esclavos), se encuentra en Adén (Yemen) a donde ha regresado desde Harar (ciudad etiope) “con una mujer abisinia, probablemente una esclava”, según dice Starkie (página 498), con el firme propósito de convertirla en su esposa. Para ello, decidió enviarla a la misión francesa de la zona para que recibiera una educación. No obstante, en octubre de 1885, aprovechando los preparativos para un viaje, Rimbaud decide devolverla a su país “haciéndole entrega de algún dinero”. En efecto, “Se la repatrió de manera adecuada”. Es decir, para casarse, el ex poeta decide comprar una esclava y cultivarla a su gusto. Es interesante.

Pero detengámonos un momento y aceptemos que el Rimbaud “importante” es aquel adolescente bello y feroz que deambulaba por el lado salvaje de la vida en compañía de un patético Verlaine. Recordemos que el Rimbaud inmortal es el de “Una estación en el Infierno”, el de las “Iluminaciones”; el rebelde y manirroto joven súper dotado que llevó la literatura a un enfrentamiento deicida y que se consumió inexplicablemente cuando cumplió los veinte años.

Aunque tampoco tan inexplicablemente. Las fantasías exóticas que el poeta de Charleville desgranó en sus libros; su deseo de aventuras y experiencias plasmado en sus poemas, obtuvieron la recompensa en forma de realidad: Rimbaud abandona el ejercicio literario “a la edad en la que otros empiezan” y se pone en camino, optando por dotar de verdad sus ensueños juveniles. Y viaja. Y se arriesga. Hasta aquí todo bien. Es, incluso, digno de admiración. No todos son tan valientes. Casi nadie lo es, de hecho.

Pero el destino del poeta, lejos de conducirlo en palmitas hacia el triunfo del aventurero, lo sumerge en una sucesión de experiencias fallidas, accidentes, enfermedades, asesinatos, dudosa moralidad y terrible soledad. Lo que parecía oro en la mente; esperanza de un burgués asqueado por serlo, se convierte en una pesadilla tenue, no absolutamente insoportable, pero que lo mina poco a poco y destroza los cimientos de su legendaria inteligencia. Rimbaud desaprende su vida en una catastrófica elección que, finalmente, lo lleva a añorar la existencia que pudo ser: la del triunfo incontestable, ya tan terriblemente lejos antes de cumplir los treinta.

Y compra una esclava… Leyendo las penalidades del poeta, sorprende que, en ningún momento, se le pasara por la cabeza la idea de regresar a Francia (donde sus libros comienzan a ser conocidos y reverenciados por una corte de fanáticos que desconocen al autor) para tomar las riendas de su destino literato y/o sedentariamente burgués, conocer a alguna joven de “buena familia”, de delicados modales y formar una familia con muchos niños; convertirse en el príncipe de los poetas o en un simple funcionario. Sigue siendo un salvaje e, incluso, su búsqueda de “normalidad” está jalonada de comportamientos lunáticos. Todo se convierte en algo feo cuando lo toca Rimbaud. Y él se da cuenta de ello. Y más tarde enferma y muere sin haber construido su vida tal y como la pensó de joven. Sólo quedan sus libros como testimonio refinado de un fracaso. Él, durante los años previos a su muerte, se incomoda cuando le recuerdan su pasado de “niño prodigio” de las letras. No es para menos. Rimbaud sabe lo que ha ocurrido y lo que no (que es aún más grave y doloroso). Como dijo en uno de sus poemas, una vez sentó a la belleza sobre sus rodillas y la insultó. Recogió una amarga siembra. Finalmente, no pudo sino continuar con la farsa, llevarla hasta el más penoso extremo, en la soledad profunda de quien se sabe perdido. Fue su opción. Nunca pudo deshacerse de ella. ¿Lo quiso de veras?
Dibujo de Paul Verlaine. 1872

jueves, julio 22, 2010

Ni Siquiera La Lluvia


Estaba el cielo como para esperar a Barbara Hershey tras cualquier esquina. Estaba el cielo ochentero y neoyorquino. Faltaba (¿o no?) Michael Caine, envuelto en una gabardina rancia. Miré por la ventana y me di cuenta de la mutación paisajística. Siempre he pensado que para cada época existe una luz que le es propia, como lo es cada generación que la habita. Es una sospecha sin fundamento, pero que dota de razón al pasado. Lo justifica. Para mí es suficiente. Vuelvo sobre ello de vez en cuando. La cuestión fundamental es si podemos identificar el presente con alguna promesa del pasado, vista o percibida incluso de soslayo en algún acontecimiento puntual, en alguna persona a la que se ve o en algo que se piensa. No hay lugar para intuiciones de ese tipo. Ahora es mejor así, un peso que se nos quita de encima. Hoy los coches pueden avanzar sobre los charcos, mientras las madres dan la merienda a los niños. Y cada acto muere en sí mismo. “Siempre ha sido así, hombre”. Que sí, que ya lo sé.

lunes, julio 05, 2010

Paz

De nuevo, y sé perfectamente que no por última vez, voy a hablar de mí. Y es que, como buen tímido, soy también un exhibicionista y gusto (tal vez necesito) de la dosis cotidiana de autobombo o de justificación para mis actitudes e inclinaciones. Yo soy así (este “yo” no va a ser el último del texto).

Cuando tenía quince o dieciséis años y era un maniqueo de libro y frecuente ladrador contra lo que se me aparecía como el colmo de la imposición ideológica (las clases de Religión en mi cómodo y no poco siniestro colegio concertado), e incluso batallaba sin descanso a favor de la izquierda (perdón, quise decir LA IZQUIERDA), con la eterna pregunta en los labios cuando me hablaban de un escritor o intelectual cualquiera: “Sí, pero, ¿es de izquierdas?”, encontré en la biblioteca familiar un ejemplar de “El ogro filantrópico”, de Octavio Paz. Lo pregunté, no se crean: “Pero, vamos a ver, ¿es de izquierdas?”.

La respuesta (“No exactamente, pero es un intelectual muy fino”) me animó a leerlo. Una lectura fundamental en mi vida. La he recordado recientemente y he rescatado de nuevo el libro de la estantería. Ya no me resulta tan luminoso como antes, porque Paz (al menos el Paz de 1978, año de la publicación del libro) me parece ahora más superficial y con un excesivo celo por no presentarse como un reaccionario; pero puedo decir que su formulación central ha sido la que, a partir de su lectura, ha nutrido mis opiniones sobre política. A saber, Paz se centra en los siguientes puntos:

1) Crítica del Estado como organismo con evidentes (y casi ineludibles) tendencias burocráticas.
2) Crítica del “Socialismo Real”, de la URSS y de los demás países de su órbita, así como de las dictaduras que se habían impuesto en su época en diferentes países bajo la bandera del marxismo-leninismo.
3) Crítica a intelectuales complacientes con la URSS que negaron hasta que no les quedó más remedio la existencia de Campos de Concentración.
4) Defensa de la sociedad pluralista y democrática frente a las tendencias totalizantes.
5) Defensa de la libertad política como condición imprescindible para una sociedad justa.

Aceptando el hecho de que sus críticas a los sistemas totalitarios del “Bloque del Este” respondían a una necesidad coyuntural, creo que pueden sacarse conclusiones generales para nuestros días. Sobre todo, el desprecio hacia la “libertades formales” que muchos acompañan con una invocación del Estado como plausible corregidor de desmanes económicos y políticos. En definitiva, la perdida de “fuelle” de la idea del Estado de derecho frente al Estado político fuertemente armado e intervencionista.

Me he excedido en explicar algo que no quería, pues pretendía que mi texto fuera más lírico en la evocación de mis años mozos, más personal acaso; no tan apegado a los datos de un libro que en mi vida ha sido algo más que eso (“Pablo, ¿un punto de inflexión?” Aborrezco esa frase). Tal vez yo siempre haya querido ser Octavio Paz. Un provocador ideológico, un erudito viajero y conocedor de mil tradiciones; capaz de soltar citas y referencias sin que se me desmelenara el tupé. No sé si voy camino de serlo. Posiblemente, no. Ni siquiera sé si es lo que quiero (o lo que puedo). Pero durante una época, al menos, me sirvió para liberarme de ataduras y prejuicios e inspiró en mí un gusto por situarme a la contra en cualquier circunstancia o discusión. Echaba de menos ese tiempo, más de ilusión de que análisis, debo admitirlo, y por ello he revisado la excelente (aunque excesivamente larga y quizás algo rimbombante) entrevista de Soler Serrano al Premio Nóbel. Nunca había escuchado la voz de Octavio Paz antes de ver este documento. Me sorprendió el amaneramiento del poeta (yo lo esperaba áspero como un Fernán Gómez o un Umbral), pero disfruté del Paz de la época de “El ogro filantrópico”, en plenas facultades.

Lo he visto como quien rescata un juguete de un cajón: feliz por el hallazgo, por reconocer aún lo que me maravilló de él, pero ya incapaz de aceptarlo como referencia vital absoluta. Ni siquiera busco algo parecido a eso. Acaso, tomar algo de su aparente quietud y equilibro y guardármelo.

jueves, julio 01, 2010

Ser Rubia


Paseaba aquella suerte de Sharapova, justo por en medio de la calle recién peatonalizada, y quizás llevara un mp3 o simplemente era feliz, pero juntaba los brazos al cuerpo y dibujaba dos ángulos rectos con las palmas de las manos, como si fueran alas. Y me di cuenta de que toda esa expresión de centralidad y de color en una calle que ya de por sí es ruidosa y se acostumbra rápidamente a las fiestas y a los títeres, sacaba a la luz lo impropio de forzar un espectáculo. Baste un ejemplo si cito “Noviembre”, la película de Achero Mañas. No es que no me guste, sino que directamente estoy en contra de las actuaciones callejeras. Tal y como yo lo veo, el arte sólo tiene sentido si se parte del consentimiento de artista y público. Detesto las “performances”. Sin ir más lejos, el fin de semana pasado, dos actores (por llamarlos de alguna manera) disfrazados de vaqueros del “Far West” irrumpieron en mi calle (la misma calle que un par de días más tarde caminara mi Sharapova) y realizaron escenas de duelos y entraron en las tiendas preguntando si vendían espuelas. Tal idiotez merecería, al menos, algún que otro insulto por parte de los viandantes pero, en mi ciudad, a lo máximo que se llega es a dibujar una sonrisa estúpida, lo que da en llamarse: “que se te quede cara de tonto”. Yo venía de comprar el pan y conseguí sortear con verdadera profesionalidad y destreza a mis “artistas”.

Pero dos días más tarde, esa calle forzada al arte (¡cuánto daño está haciendo la capitalidad cultural para 2016!), se vio iluminada por una presencia sin publicidad, sin actuación, sin mensaje ni propósito. El eterno femenino caminando, tomando casi, mi calle y nutriéndola de naturaleza intensamente sexual. Y entonces comprendí (y para mi asombro lo digerí sosegadamente) que esa mujer del top azul y los pantalones blancos era rubia. Lo que quiero decir es que esa mujer ERA (es, imagino y espero) RUBIA y personifica con gran armonía lo que la rubia representa en nuestra maltrecha sociedad. Porque, de acuerdo, algunos preferimos las morenas (o, simplemente no hacemos ese tipo de discriminaciones) pero, por favor, señores, ¡ES RUBIA! Me tomo un instante porque no sé cómo acabará este texto. Sigo (ánimo).

Es cierto que el infierno son los otros, pero el cielo también. Y he pensado en la evolución personal de esa joven rubia y la imagino escuchando frases del estilo de: “¡Oh, si parece un ángel!”, desde pequeña. Y quizás viviera con asombro (y no poca curiosidad) el cambio de niña a mujer y, con él, el paso de criatura celestial a objeto de deseo. Pienso en ella, entrando en cualquier tienda y la admiración no disimulada de los demás clientes. E imagino los rostros de los mil y un moscones, de los piropos forzados y soeces, de su triunfo, finalmente, junto a cualquier semejante. En una situación normal, es impensable relacionarla con ningún tipo de sufrimiento.

Esta joven es un arquetipo. Es rubia y bella, como un tópico cualquiera de este postmodernismo decadente. Pero la tenemos o, mejor, se tiene. Y ya ha ganado. Es mejor así, después de todo. Pero estoy enredándome en el prejuicio. Acabo.

domingo, junio 27, 2010

Paraíso


Hace dos noches, intercambiaba yo mensajes de móvil con un amigo sobre el deseo (velado, infantil, permanentemente pospuesto) de romper con el hormigón urbano y el cinismo occidental para huir hacia paisajes más amables. Si he de ser sincero, mi postura en la conversación era la del europeo, contento del hecho azaroso de su nacimiento lejos de los paisajes “naturales” de África. Y es que, realmente, no me siento tentado de escapar del mundo civilizado ¿Soy un estirado y un prejuicioso? Lo soy. ¿Es insultante mi afirmación? Puede serlo.
Y muere José Saramago y recuerdo aquel septiembre de 1998, cuando me firmó en Santander un libro (“Las maletas del viajero”), apenas unos días antes de ser galardonado con el Nóbel. Y recuerdo sus gafas de montura negra, ya pasadas de moda por aquella época, y su cabello fuerte y rizado que parecía escapársele de la nuca en tiras blanquinegras.
Y me doy cuenta de que he perdido totalmente la conexión con el Saramago intelectual al que tanto admiré y que ya incluso, en los últimos años, su figura no me transmitía el estoicismo, la elegancia y la fuerte bondad que me sedujeron hace ya tanto tiempo. Conservo la admiración por el Saramago escritor (“Ensayo sobre la ceguera”, “El Evangelio según Jesucristo”…), pero ya no es lo mismo. No entraré aquí a evaluar la figura política del portugués. No me apetece, eso es todo.
De todas formas, la idea del viejo escritor reflexivo, enhiesto como un roble contra el que nada pueden los cantos de sirena del núcleo cultural más frívolo; cerca de los debates de la actualidad, pero lo suficientemente lejos también como para no verse arrastrado por la avalancha ideológica, casado con una mujer más joven (eterna fantasía no políticamente correcta), viviendo en una isla... Todo ello forma parte de un ideal de vida bastante apetitoso.
Y la fortuna de trabajar las palabras, de comprender la escritura como un oficio y no como un truco de prestidigitación.
Pero he cumplido años y han pasado cosas. Y desconfío de esa vocación de santidad laica y de su postura crítica contra un mundo mercantilizado. La utopía genera monstruos y crea masa. Y no hay nada más peligroso que la sociedad devenida en masa y convencida de tener una responsabilidad histórica. Odio los uniformes. Y creo en las cortinas de colores tras las que no hay nada.

miércoles, junio 02, 2010

Voces Ancestrales


A través de la Irlanda Irlandesa y del Catolicismo Irlandés, Joyce oye voces ancestrales que le llaman. Las reconoce como voces de sirenas y, como su modelo, Ulises, se hace atar al mástil, para no seguirlas y ahogarse. Fue bueno para su arte hacerlo así. Se resistió a ellas, no porque las despreciase, como sugieren algunos de sus modernos admiradores, sino porque temía el poder que podían tener sobre él. Después de todo, eran voces de sus propios antepasados. Como lo son de los míos.

Conor Cruise O´Brien, "Ancestral Voices. Religión and Nationalism in Ireland", The University of Chicago Press, Chicago, 1995 (2ª ed.), pág 49.

Traducido y citado por Jon Juaristi, "El Bucle Melancólico. Historias de nacionalistas vascos". Espasa Calpe, 1997.

(Fotografía de Eamonn McCabe).

domingo, mayo 09, 2010

Los Ochenta Años De Gary Snyder

Gary Snyder cumplió ayer ochenta años. El poeta norteamericano, ganador del premio Pulitzer de poesía en 1975, inspiró el personaje de Japhy Ryder en la novela “Los vagabundos del Dharma” de Jack Kerouac y es autor de una obra en la que refleja su filosofía budista y el conocimiento de la naturaleza.

We Make Our Vows
Together with All Beings

Eating a sandwich

At work in the woods,

As a doe nibbles buckbrush in snow

Watching each other,

Chewing together.

A Bomber from Beale

Over the clouds,

Fills the sky with a roar.

She lifts head, listens,

Waits till the sound has gone by.

So do I.

lunes, abril 05, 2010

Sara



Año 1975. Bob Dylan, inmerso en sus problemas maritales con Sara Lownds, inicia en Nueva York la grabación de su álbum Desire, disco compuesto a medias con el autor teatral Jacques Levy. La pareja llevaba tiempo separada. No obstante, el último día de julio tuvo lugar un hecho importante. Howard Sounes lo narra así en su libro: “Bob Dylan- La biografía”:

Sara Dylan se presentó de improviso la noche de la segunda sesión, el 31 de julio. “Me parece que había ido a Nueva York para averiguar si había alguna posibilidad de reconciliación. Creo que eso era lo que ella pensaba. Y estoy seguro de que es lo que pensaba él”, señala Levy, que no había visto a Sara en todo el verano (ella había estado de vacaciones en México). Bob volvió a entrar en el estudio con su banda y cogió la guitarra. Cantó “Sara” para su esposa mientras ella lo miraba desde el otro lado del cristal (…)
“Fue extraordinario. No se oía ni una mosca –sostiene Levy-. Ella se quedó absolutamente impresionada. Y creo que aquel momento marcó un giro en los acontecimientos… Funcionó. Los dos volvieron a reconciliarse de verdad”. Aquella extraordinaria primera toma de “Sara” fue el último tema de Desire.

Sin embargo, el matrimonio acabaría rompiéndose definitivamente dos años después.

viernes, abril 02, 2010

Recoger


- Parece que se esfuma cualquier esperanza de felicidad.

- Bueno, creo que, claramente, está exagerando.

- Créame, usted no conoce a esa mujer. Nos ha tenido a todos tanto tiempo en la palma de su mano…

- Lo quiere a usted, no le dé tantas vueltas a la cabeza, hombre. Además, se trata precisamente de esto. Ella está ahora en la casa porque lo quiere.

- No, lo importante es que ella está ahora en la casa. Está sola en la casa y yo estoy aquí, hablando con usted, ¿comprende?

- Vamos a ver. No se haga mala sangre. Por lo que me ha contado, él ha ido a recoger sus cosas. Ella lo está esperando. Le dará lo que le corresponde y ya sólo quedarán ella y usted. No es mal plan.

- Parece mentira, Pepe, parece mentira que usted no conozca la capacidad de las mujeres para convertir cualquier momento en una oportunidad para la traición.

- Pero, hombre…

- ¿Quién me dice a mí que ella no lo ha invitado a pasar o a tomar un café?

- No sería descabellado. Un gesto de buena educación.

- Del café a la cama no hay más que un detalle, una mirada, un recuerdo…

- Esto puede acabar con usted, no siga. Al final terminará por crearse toda una trama en la cabeza y eso lo destruirá. Déjelo estar. Disfrute de la confianza. También eso es posible. Tomarse una cerveza, como lo está haciendo ahora, hablando conmigo. Y ríase o hábleme de la crisis o de fútbol. Dios sabe que no puede estar así toda la vida, amigo. Cambiemos de tema. Acomódese en el taburete. Pondré el partido. Yo creo que está a punto de empezar…

- Tres años. Eso no desaparece por arte de magia. Siempre quedan rescoldos ¿No suele decirse eso? Yo soy el paria. Hablo con usted mientras ella puede estar acercándose a él. Es posible que piense: “Por los viejos tiempos”; o: “Uno de despedida”. Así funciona la cabeza de la gente. Y luego me dirá: “Recuperé sentimientos que creía muertos”.

- Mire, todo es posible ¿Puede que ella esté ahora tirándose al sujeto en cuestión? Es posible, claro que sí. Y es mejor así, no lo dude. Si tiene que ser, será. Todo está como debería estar. Siempre es así, al final.

- Muy Zen me parece a mí eso.

- No es Zen. Es la vida. En cualquier otro momento, usted podría ser ella, o incluso ese hombre.

- Desde luego. Pero yo ahora soy la víctima.

- ¿Pero qué victima? Usted es alguien que va a ver un partido conmigo ahora mismo y al que voy a invitar a un par de cervezas ¿Qué me dice? Puede sentirse afortunado.

- Buen intento, de verdad. Pero me tengo que ir.

- No vaya, hombre de Dios.

- Debo hacerlo.

- Mire, empieza el partido.

- Déjelo. Es inútil.

- Acépteme otra cerveza, al menos, antes de irse.

- Es tarde. Tengo que ir a casa.

lunes, marzo 15, 2010

Viajé Al Oeste Para Salvar Mi Matrimonio


Fue todo el asunto de la cabeza del oso,
suspendida en el aire, amenazas
que se evaporan al fijarlas
ingenuamente en un instante.
Sabía que las fórmulas repercuten siempre
y que nunca se dan por vencidas y el ozono
y los atascos como un humo constante.

Una atmósfera de Frank Miller,
el escudo que la ciudad dispone
frente al ojo enverdecido del extraño,
o las horas que aún quedan para la noche,
que ha de ser insumisión.

Un negro sale de su coche
e insulta a otro conductor
y da patadas en sus ruedas
mientras chilla en inglés y jura y repite
algo sobre la muerte y los testículos.

La mujer orgullosa, al volante, sin volverse nos dice:
“Welcome to New York City”
y todo cobra un sentido irónicamente primaveral,
un sabor a calabaza.

Se había dejado crecer el cabello
y las dos damas lo miraban
con el ceño fruncido: “¿De dónde ha dicho que es?”

“Oh, es un buen lugar, créanlo”,
y la conversación decae
hasta casi extinguirse en un leve murmullo insustancial,

esa amenaza inconcreta que aún no es abismo
pero sobrevive, tras mucho tiempo esperando .

La fugaz sucesión de nombres
y de modales escondidos. Las mujeres ríen
y abren tanto la boca
que dejan a la vista el chocolate pegado al paladar.

“Mi querido amigo, ¿qué hace aquí?
¿por qué ha venido?
Se le ve a la legua. Es usted transparente, joven”.

El paisaje se nutre de miradas
vacías, que ven pero piensan
si no sería mejor dejar de lado el tiempo

y actuar. Pero está seguro de no haber
cogido el chiste, a pesar
del evidente tono abyecto,

sobra decir, las costras entre los comportamientos
más excéntricos y el poco respeto.

No quiere pensar en caricias, pero comprende…

“¿Y por qué llegó ella?
¿Qué es lo que usted no le pudo dar?”

Y él sonríe y, por fin, cree encontrarse
sobre terreno sólido.

“Nosotros no actuamos de esa manera,
señoras, nunca nos hemos preocupado
por la literatura femenina”.

“Pero ¿y Woolf? ¿Y Pizarnik? ¿Y Zambrano?”

(La mujer dibuja en su rostro un gesto de admiración).

“Lo comprendemos, ¿verdad? En mis tiempos eso era imposible”.

Largas avenidas, siempre hay niños y muchachos
con diferentes extremidades, y modelos alemanas, con un extraño
parecido a Johanna Wokalek.

Y Dios sabe
de la testaruda presencia del té
y el tabaco, y el incienso, si
se piensa largamente en ello, sin excesiva profundidad.

“¿Qué va a decirle?”

“Oh, yo nada, nada”.

Las dos damas, grandes y felices,
conocen el perdón, después de todo,
del indecente uso de la geografía
para referirse a un estado de ánimo.

“Mi hijo dejó a los cerdos. Se ha levantado y no será
más que un operario, un mecánico”.

Él se siente observado con ojos maternales.

“¿Se alimenta bien? Coja un pastel, cariño. Mi marido
se queja de este invierno largo. Lo dice todo
el tiempo”.

Y el mareo llega de improviso, como una marea
y cierra los ojos el hombre a solas. Las gordas
susurran: “Pobre, míralo, está agotado”.

Surgen las promesas del acero. La brujería
entre manteles, cómoda por el humo.

Dios sabe,
sí, Él sabe lo que podría dar a cambio
por estar tapado hasta los ojos
en la cama de alguna habitación europea.

“Voy a serles sincero, señoras,
esto es un arma”.

Y señala a su bolsa de viaje.

“¿De verdad? ¿Podemos tocarla?”

Él se frota las manos.

“Yo he venido. Eso es todo”.

“Oh, lo sabemos. Será importante”.

Por supuesto, la satisfacción
es un sentimiento exagerado
para este momento.

sábado, marzo 13, 2010

La Tierra


No sé por qué siempre he identificado Castilla con una cruda idea de la verdad. Para mí, Castilla es un testimonio material, táctil, terreno de la verdad, frente a otras geografías, quizás más amables en apariencia. Para que nos entendamos, es como si se tratara de la tierra en su sentido básico, sin la retórica de un paisaje feliz. Castilla como fábrica, donde el instrumento con el que se construye se maneja diestramente, sin mayores distracciones que el cumplimiento fiel y constante de un oficio. Quizás haya sido porque, para mí, supone un surco apenas marcado de mis raíces (si un hombre puede tener de eso) y un secreto Una tierra dormida a mi espera.

Hablando con los castellanos, esa gente de belleza funcional, siempre rodeados de un silencio de siglos. Como su campo, baldío en un primer vistazo, que no necesita de más color para mirarlo y sentirse hombre. Y su horizonte, marcado al final con más polvo, casi rescoldos, en promesa de océanos y aventuras.

Un lugar de judíos y moros. Una frontera, acaso suspendida en el tiempo, aguardando una razón que pueda revivirla. Un trabajo lento y fatigoso. El frío y el calor secos. Aquí no se sonríe sin una buena razón. Es la conclusión de una historia que realmente se ha protagonizado y llega al final, y ya no ofrece nada, ni falta que hace.

En su misma arquitectura, que parece abrazada por la tierra, más que impuesta, y que ofrece una visión donde Dios ha cabido siempre. Un dios sin color, marcado por una filosofía estoica, por Teresa y Juan, donde la vida no parece distinta de la muerte Quizás con mayor movilidad por el amor, que es melancolía sobre la tierra parda.

jueves, febrero 18, 2010

No Poder Soportarlo

Hay una palmera donde no debería. La plaza muere en una calle oscura. Han empequeñecido la acera para albergar un conato de terraza. La palmera da el cante si se piensa en ello. Uno, de todas formas, puede pasear y no darse cuenta. Una joven lleva con correa a un cachorro de beagle, que olfatea la valla para luego marcarla. Cuando era más joven, adivinaba con exactitud la edad de las personas. La muchacha podría tener diecisiete o veinticinco. Yo ya no sé nada. Ha salido el sol y se ven mendigos en las esquinas. Gritan de manera exagerada. Dicen que ahora hay grupos organizados que se reparten la ciudad y acaparan la generosidad (o displicencia) de los ciudadanos de un modo burocrático y profesional. Eso no está bien, pero me pregunto si cabe hacer juicios morales en asuntos de este tipo. La calle se abre a plazas minúsculas, indiferentes. Hace tiempo que cerraron aquel bar donde bebíamos cerveza Kronenburg y comíamos raciones de pulpo a la gallega. Ahora hay un banco norteamericano. De niño me caí cerca de una farmacia que aún existe y me hice una brecha junto al ojo, que todavía conservo. Curiosamente, esta calle en forma de embudo no parece hecha para días de sol. La luz rebota en los cristales de los numerosos escaparates y deslumbra. La calle pide lluvia, como las cafeterías piden humo. Todo el paisaje de paraguas, que parece inscrito en la naturaleza taciturna de las aceras, la sucesión de tiendas especializadas en bisutería y demás sinsentidos que provocan una mueca de incredulidad en el espectador. ¿Cómo sobreviven? Es fatal darse cuenta de que es una geografía tranquilizadora. Lo que pasa es que se trata de algo ya pisado. Y su condena, que no es más que pataleta, pasa por la descripción. Y sé que la realidad no me acompaña en esta lid. Pero, ya se sabe: para derribar el Templo, es necesario haberlo construido antes.

domingo, febrero 14, 2010

La Visita


Las dos muchachas se sentaron en el sofá. La anciana se acercó con la bandeja.

- ¿Queréis azúcar con el té?

- No, gracias- respondió la morena. La pelirroja no abrió la boca.

Hubo un instante de silencio. La anciana jugueteaba con el cordón del delantal. Las dos jóvenes no daban muestras de nerviosismo.

- ¿Venís por algo relacionado con mi hijo?- preguntó finalmente.

Ellas afirmaron con la cabeza.

- Vosotras diréis.

En ese momento, el hijo menor de la anciana entró en la sala. Las dos muchachas se volvieron para mirarlo.

- ¿Es su hijo?

- Sí.

La morena se dirigió a su compañera.

- Se parece mucho, ¿no crees?

- Es verdad.

El chico miró a su madre.

- ¿Todo bien, mamá?

- Sí, tesoro. Vuelve a la habitación. No te preocupes.

Él no se movió. Miraba a las dos muchachas, quienes, a su vez, le devolvían la mirada inquisitivamente. Era un muchacho alto y desgarbado, de unos catorce años. Se quedó jugueteando con los tirantes del peto. Su madre seguía con el cordón del delantal en la mano. Ese detalle no le pasó inadvertido a la morena, que sonrió al comprobar el parecido familiar. La pelirroja le guiñó el ojo. Él bajó la mirada.

- ¿Te vas o no?- insistió la madre.

La pelirroja se puso de pie.

- ¿Le importa que use el baño?

- En absoluto, querida… Hijo, enséñale el camino.

La morena se acomodó en el sofá y se estiró para servir el té. La anciana acompañó con la mirada a su hijo pequeño y a la muchacha, hasta que ya no pudo verlos.

- Se parece mucho, ¿verdad?

- ¿A quién?

- A su hijo mayor, desde luego.

- Sí...Eso dicen. Evidentemente, no se parecen en todo. Mi hijo pequeño es especial.

La morena no contestó. Paseó la vista por la sala de estar. Estaba claro que la anciana se esforzaba en mantener el buen aspecto de su casa. Todo estaba muy limpio y ordenado. La decoración mostraba un mal gusto no demasiado descorazonador. Sopló en la taza un momento exageradamente largo y bebió un trago.

- Usted se imaginará la razón de nuestra visita.

- En absoluto.

Posó la taza sobre la mesa. Se estiró la falda, que se había arrugado levemente.

- Verá, señora. Venimos por algo que su hijo mayor dejó aquí antes de irse. Algo especial, no sé si me entiende.

La anciana no dio muestras de saber de qué iba el asunto.

- Mire, señora- continuó la morena-, usted sabe perfectamente de qué se trata. ¿O me va a decir que no sospecha nada? Dos chicas jóvenes que llegan a su casa… ¿Me sigue?

La anciana se encogió de hombros y dibujó una sonrisa que quiso hacer pasar por conciliadora.

- Pues la verdad es que no, hija.

La morena resopló violentamente, haciendo desaparecer de pronto la atmósfera de cordialidad que parecía haberse posado sobre la estancia. Se levantó y comenzó a dar vueltas por el salón, hasta detenerse junto a la ventana.

- Quiere dinero, ¿no es eso? Bueno… Podemos discutirlo. ¿De cuánto estamos hablando, exactamente? Vamos, ponga una cifra.

La anciana estaba empezando a inquietarse. Pensó en levantarse cuando la morena lo hizo, pero supuso que ella lo tomaría como un desafío y temía una reacción violenta.

La morena pareció recuperar poco a poco el talante suave del que había hecho gala al principio.

- Yo sé lo que le pasa. Todos sabemos del talento de su hijo. Y nosotras, más que nadie, queremos algo de lo que haya podido dejar. No somos como esos carroñeros que llevan meses rondando su casa, señora. No queremos fotografías del “hogar del héroe”, ni robar sus juguetes de cuando era niño. Sólo queremos lo que dejó.

La anciana intentó explicarle que ella y su hijo no habían hablado mucho en los últimos años. De la noche a la mañana, él pasó de ser un tímido estudiante de bachillerato en el instituto del pueblo a convertirse en una celebridad musical. Demasiado para un chico tan joven. Dos discos de estudio, uno en directo y un recopilatorio con tres canciones inéditas bastaron para erigirlo en símbolo de la nueva ola musical. Aunque eso era sólo fachada. En el ambiente artístico, eran bien conocidos los escarceos que el muchacho mantenía con las drogas y el alcohol. La autopsia tras el accidente confirmó un estado etílico incompatible con la conducción.


*

El chico acompañó a la pelirroja al piso de arriba y señaló la puerta del baño. Ella pasó a su lado, le lanzó una sonrisa y siguió adelante. Se detuvo frente a una puerta en la que habían pegado la letra J.

- ¿Es ésta tu habitación?

- Así es.

- ¿La compartías con tu hermano?

- Sí.

- Tranquilo, chaval, que no te voy a morder.

Él sonrió y bajó la mirada.

- Ahora es para mí solo.

La muchacha entró en la habitación. Una guarida típicamente adolescente: ropa por el suelo, cajones abiertos, un balón de baloncesto en medio, un póster de Michael Jordan entrando a canasta. Ella se sentó sobre la cama. De la puerta del armario colgaba una fotografía de la actriz Jessica Alba.

- Vaya, vaya- dijo ella burlonamente.


*

Según parece, poco después del accidente, por los círculos artísticos de la capital comenzaron a circular rumores acerca de la existencia de una nevera portátil de color azul (la típica de merienda campestre) que contendría unos cuantos botes de esperma del músico. Los admiradores (sobre todo, las admiradoras) del grupo enviaron cartas a los periódicos exigiendo la celebración de una subasta de tan preciada semilla. El asunto llegó tan lejos, que incluso el representante de la banda se vio obligado a salir en rueda de prensa para negar rotundamente la existencia de dicha nevera.

- Los que de verdad quisimos a su hijo nunca nos creímos esas explicaciones baratas. Sabemos que la nevera existe. La hemos buscado por todas partes. Y ayer le dije a mi compañera: “Tiene que estar en el pueblo”. Y aquí estamos.

La anciana sacudía la cabeza en señal de negación. De pronto se percató de algo.

- Mucho tarda tu compañera. Voy a ver si está bien.

La morena se interpuso en su camino.

- Déjela. Sólo está un poco mareada del viaje. Siéntese, por favor. Quizás he perdido un poco los nervios. No quiero que se disguste. Sólo somos dos mujeres que quisieron mucho a su hijo. Siéntese, se lo ruego.

La anciana obedeció.

- Somos como hermanas… Más que eso. Si le pasara algo, me moriría. Su hijo era lo más importante para nosotras.

La anciana no quiso nombrar a su nuera. La mujer no había hecho acto de presencia desde que se leyó el testamento. Comenzaron a oírse ruidos en el piso de arriba. Pisadas muy fuertes, muebles que se arrastran. La anciana bebió un trago de su té, que ya estaba casi frío. Vertió un poco más de la tetera. La lámpara se movía.

- Comprendo que quiera mantener con usted ese último recuerdo de su hijo. Lo entiendo perfectamente. Yo también soy mujer, como usted.

La mujer dijo que sí con la cabeza. Los ruidos cesaron pronto. Todo quedó en un extraño estado de paz que parecía borrar la tensión que había dominado la conversación tan sólo unos minutos antes.

En ese momento, aparecieron la pelirroja y el hijo menor.

- ¿Todo bien?- preguntó la anciana.

- Todo bien. Sólo estaba un poco mareada del viaje.

- Ya lo dije yo- intervino la morena- ¿Estás mejor?

- Sí.

- Pues nos vamos.

- Vamos.

La morena ayudó a la pelirroja a ponerse el abrigo. Le acarició cariñosamente la espalda.

- Nosotras nos vamos. El té estaba delicioso.

La anciana miraba a su hijo menor quien, a su vez, miraba a un lugar indeterminado entre el suelo y el trasero de la pelirroja.

- Muchas gracias por todo.

- Siento no haber sido de más ayuda. Pero no podéis hipotecar vuestro futuro pensando en mi hijo. Él se marchó y no va a volver.

La pelirroja bajó la cabeza y se mordió el labio inferior. La anciana no supo si lloraba o sonreía.

- Bueno, hasta siempre.

Las dos jóvenes se alejaron abrazadas. Habían dejado el coche cerca. Antes de subirse, la pelirroja se volvió para guiñar el ojo una vez más al chico. Él se sonrojó y levantó la mano para despedirse. Era casi la hora de cenar y tenían hambre.

sábado, enero 30, 2010

Una Chica De Ascó


Dicen que tu pueblo se ha postulado
para albergar el cementerio
nuclear, que hay mucho jolgorio
y pasacalles, y las mozas
han ido todas a la peluquería.

Dicen que los ancianos
tuercen el gesto y se encogen
de hombros; ya no es su guerra,
agarran las cachabas
y siguen a lo suyo.

Los jóvenes, dicen, están
ilusionados, saben de la oportunidad
irrepetible ante la que se encuentran,

y gritan y cantan, y mandan callar
a los aguafiestas de siempre.

Nadie me habla de ti y yo sólo quiero
que si tu pueblo sale elegido,
acabes con tres ojos
o que tus hijos salgan verdes.

martes, enero 26, 2010

Elisabeth Craig*


Elisabeth Craig era la bailarina americana, nacida en 1902, que Céline había conocido en Ginebra, a finales de 1926 o comienzos de 1927, y con la que vivió en París de 1927 a 1933, en una relación muy libre, interrumpida por las estancias de Elisabeth en los Estados Unidos. Henri Mahé la describe así: «Grandes ojos verde cobalto [...]. Naricilla fina... Una boca rectangular y sensual [...]. Largos cabellos dorados tirando a rojizos en bucles hasta los hombros» (La Brinquebale avec Céline.)

En una de las primeras entrevistas después de la publicación de Viaje al fin de la noche, Céline la cita como uno de sus tres maestros: «[...] una bailarina americana que me ha enseñado todo lo relativo al ritmo, la música y el movimiento» (entrevista con M. Bromberger, Cahiers Céline, I, págs. 31-32).

En junio de 1933, Elisabeth se marchó a los Estados Unidos, temporalmente, pensaba Céline, pero aquella vez no regresó y él aprovechó su viaje a los Estados Unidos en el verano de 1934 para ir a Los Ángeles a intentar convencerla de que volviera a Francia. Pero Elisabeth había decidido romper. Céline siempre recordó aquel último encuentro, sobre el que carecemos de información segura, como una pesadilla. No cabe duda de que Elisabeth fue la mujer a la que se sintió más unido y que desempeñó, más que ninguna otra, un papel en su vida.



* Carlos Manzano (Nota a la traducción de "Viaje al fin de la noche", de Louis-Ferdinand Céline).

viernes, enero 15, 2010

El Juego*


Su vientre liso nos advierte de que su decisión, su amenaza, no era hablar por hablar ¡Qué joven! ¿Cuántos? ¿Diecinueve? Entonces me parecía mayor, joder. ¿A qué ha venido? Le dejé muy claro que no volviera. Le ofrecí pagarlo (por caballerosidad, no por otra cosa); creo que me porté bien, dentro de lo que cabe. Además, yo no tenía ningún deber para con ella. Podría haberla echado a patadas del local. Pero, ¿qué hice? En un conato de debilidad impropio de mí, le dije que siguiera adelante: que yo me ocuparía de él (o de ella, que nunca he tenido reparos), que estuviese tranquila. Pero era una niña. Quería seguir en el juego. Nunca he visto a nadie beber tanto, bailar tanto, meterse tanto… Y ahora vuelve con ese gesto como de querer ajustar cuentas. Pero, ¿cuentas de qué, cojones?

* Inspirado en la fotografía titulada “Miradas que matan”, de Rafael Féliz Puigrós.