lunes, febrero 23, 2015

Algo





No quiero ponerme piadoso, pero, entre el terremoto de Madrid y que llueve, me he dado cuenta de lo increíblemente bajo que hemos caído en esta posmodernidad prerrevolucionaria que habitamos. Pienso, así, a bote pronto, en la clara superioridad intelectual de los antiguos, que tuvieron las agallas de creer en Dios, o, como se dice ahora, “en algo”. Desde ese estado de ánimo, alumbraron la Biblia, con su Ley, sus plagas y sus salmos. O los evangelios de las bienaventuranzas. O el Bhagavad-Gita, con las dudas de Arjuna. Incluso, el Corán de quien se refugia “en el Señor del Alba”. Textos, digamos, contundentes, gigantescos en forma y fondo. 

Nosotros, que ya somos hijos del “cuando-cumpla-18-que-elija-la-religión-que-quiera” no somos capaces de componer nada semejante. Lo único que hemos creado para defendernos del sufrimiento es la idea -a mi juicio, pueril- del carpe diem. Este latinajo constituye una filosofía de vida que se termina cuando la cena te ha sentado mal. Es decir, cuando el disfrute es el pasado. 

El lenguaje alto del profeta se sustituye hoy por la frase de Paulo Coelho o el eslogan anticapitalista. Uno de mis contactos sube a Facebook una foto con el siguiente mensaje de un tal Roberto Montes: “Si no eres capaz de ser feliz con poco, no lo serás con nada”. Otro elige la imagen doméstica: “La preocupación es como una mecedora; te mantiene ocupado pero no te lleva a ninguna parte”. Por no hablar de los avisos contra las amistades ‘tóxicas’. Y así todo. Para echarse a llorar. 

Los antiguos estaban seguros de que las coordenadas de la vida (nacimiento y muerte) formaban parte de un entramado retorcido y genial, lleno de furia divina y castigos a sangre y fuego. El sexo era Sansón, cegado por Dalila y por los filisteos. O el no me toques, de María. Nosotros hemos abusado tanto del escándalo, que ya sólo nos quedan las cincuenta sombras de un pijo, para estimular el morbo de las señoras. Yo no sé si tenemos razón, pero aburrido es un rato.