Me
siento a escribir este artículo mientras el mundo civilizado aguarda el
advenimiento de Greta Thunberg, su gloriosa manifestación en la Cumbre del
Clima. Si observo la pantalla del ordenador, quizás me pierda algo del
acontecimiento, su poder curativo, pero el sacrificio es también un camino para
la salvación.
Thunberg,
dicen, llegará en barco a Portugal y tomará un tren hacia Madrid. Resulta
curioso -o quizás no tanto- contemplar la repetición de las fórmulas de siempre
para apuntalar la conquista y el mantenimiento del poder; la composición del
“mito fundante”, en insistentes palabras de Errejón y demás compañeros
peronistas. Para empezar, debe existir un relato cualquiera. No importa si real
o delirante, descontextualizado o simplemente ficticio. Puede ser la
encarnación de un dios en un pesebre, la revolución mundial o el cambio
climático. Algo definitivo se aproxima, de eso no hay duda. Nuestro deber, como
diría Eliot, es ocupar posiciones, obedeciendo órdenes.
Las
iglesias varias que en la historia han sido comparten con los contemporáneos concilios
del poder una siniestra querencia por el mando burocrático y prosaico,
justificado por la existencia de determinados sujetos especiales que, de cuando
en cuando, devuelven la fe al personal. El papel que otrora desempeñaran
personalidades como las de Francisco de Asís o Bruno de Colonia lo juega hoy el
fenómeno Greta Thunberg: la santa que espolea las instituciones.
Es
importante, además, que la persona elegida para cumplir con esa misión
restauradora sea depositaria de todas las gracias, emocionando al feligrés con
mensajes de pureza en el límite de la herejía. Los niños son muy celebrados en
estas labores; así, Juana de Arco, muerta en la hoguera a los 19 años, o Lucía
dos Santos y sus secretos de Fátima. Todos pretenden rescatar al mundo de la
perdición.
Como aquellas, Greta presenta sus credenciales a través de una
personalidad distante, más cerca del territorio de las ideas que del barullo
electoral, aparentemente arrancada de su ensimismamiento para alertar al mundo
del Apocalipsis. ¿Qué decir ante esta reedición de la mística como instrumento
de poder? Quizás, simplemente, que la mística es sólo otra máscara del dogma.
* Columna publicada el 11 de Diciembre de 2019 en El Diario Montañés