- Bob Dylan acaba de ser honrado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes… ¿O debería decir que el Premio acaba de ser honrado por caer en manos del genio de Duluth?
Nunca he escrito nada de mi músico de cabecera en este blog. Es extraño. Seguramente he esperado una ocasión especial, algo que me haga plasmar en el papel todo lo que Dylan ha significado a lo largo de los años, todo el repertorio que ha sido, más que una colección de canciones, casi la banda sonora de mi vida…Pero he de reconocer que los años de fiebre dylaniana han pasado. He tenido que apartar sus discos en un rincón para no vulgarizar sus canciones, para no hacerlas objetos de uso y abuso. Había empezado a cogerle asco a “Like a Rolling Stone”, a “One too many mornings” (en la versión en vivo de 1966), al “Blonde on Blonde”…Era demasiado. Una maravilla como “The lonsome death of Hattie Carroll” me daba hasta pereza. Así que llevo una temporadita de desintoxicación del viejo trovador. Temporadita no exenta de recaídas en forma de breves audiciones del “Nashville Skyline”.
Así que ¿qué decir?... ¿Alegrarme? Claro. ¿Cómo podría no hacerlo? Un tipo como Zimmerman, absolutamente libre, capaz de reinventarse mil veces, siempre con éxito, desafiando, incluso, a su público cuando decidió electrificarse; escandalizando a los gurús de la gauche divine, quienes nunca comprendieron su conversión al cristianismo; partiendo del Folk y rehaciendo el Rock. Un artista al que los Beatles adoraban y al que todos trataban como a un dios.
Un ídolo que fue capaz de hacer la única cosa más grande que acudir a Woodstock: no acudir. Pasó de los hippies y se dedicó a cortarse el pelo y a leer la Biblia. A fundar una familia.
Mientras escribo estoy pensando en qué video capturar de Bob. Hace tiempo que estoy, como ya he dicho, desconectado. Me cuesta mucho decidirme. No sé. Quizás “Forever Young” con The Band.¿Os parece bien?
Felicidades, viejo.
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