viernes, noviembre 23, 2007

Afuera Llueve

L- De acuerdo, probémoslo de nuevo. Pero, esta vez, ahórrese la metáfora sentimental.

N- Bien, decía que ella era única como una palabra…

L- ¿Sí?

N- …única como una palabra, como una imagen de grandes ojos grises, enmarcados con piel blanca.

L- Explíquese.

N- No hay diferencia entre “ser” y “estar”. Eso lo sabe todo el mundo. En determinados momentos algo se recupera o se alcanza…

L- Creo que lo estoy entendiendo…Pero hable del lecho, del contacto.

N- Podría, desde luego.

L- ¿No quiere?

N- Se trata de decidir. La indecisión calambrea los brazos.

L- ¿Se refiere al amor? ¿A eso se está refiriendo?

N- Mmm…

martes, noviembre 20, 2007

Sin Título

- Conservar la intimidad mientras la ciudad ruge, mientras hierve la sangre política. Así, la piedad (ese inaguantable pacto), se debate y pierde. Y gana la respiración y el piso sin cielo. El ruido de fuera que no empaña los dedos. Un tacto de dos figuras.

Hoy el encanto por las cosas.

sábado, noviembre 10, 2007

La Muerte De Un Escritor

- La tarde fría de otoño se extiende sin un suspiro, enlazando el sol con la niebla. El joven aspirante a escritor imita el peinado de su ídolo. Las enfermeras del cambio de turno entran riéndose sin ni siquiera mirarlo.
“La imposibilidad de la reencarnación de las almas no es obstáculo para algún tipo de trasvase creativo”, piensa mientras se frota las manos para calentarse.

Las horas pasan y nuestro joven (llamémoslo X) continúa inmerso en su obsesión: ¿podría la providencia escuchar ofertas?, ¿es tan difícil concertar soluciones de este tipo?... No, no es cruel. Digamos que es supervivencia. Algo así como la mano invisible interdimensional.

Los escasos reporteros que acompañan a X en su “vigilia” reciben llamadas cada vez más frecuentes. Hay rumores de confidentes dentro del hospital. El escritor habría fallecido pocas horas antes pero nadie quiere dar la noticia definitiva hasta que llegue la familia que vive fuera de Nueva York.

“Yo no sé si esto es serio o me voy a condenar…Creo en Dios y no me parece muy piadoso estar aquí, como un buitre de las letras”.

Pero es tarde. A las siete se da la noticia. Un portavoz del hospital aclara las causas: fallo renal. El sepelio tendrá lugar mañana a las cinco en punto de la tarde. Los restos mortales se quedarán hasta entonces en el tanatorio del hospital.

X lo tiene claro. Las dudas que lo consumían ahora parecen haberse disipado. Se va a una cafetería cercana y pide un batido de chocolate y una contundente cena a base de hamburguesa completa, patatas fritas y tortitas. A las diez sale de nuevo y se encamina al hospital.

La sala del tanatorio donde reposan los exhibidos restos del escritor está llena de gente. X reconoce a la viuda y a las dos hijas. Se sienta. Sabe lo que tiene que hacer. Aguarda unos minutos. Después, como conducido por una extraña fuerza, se acerca al ataúd y se inclina. El rostro del escritor presenta un inquietante gesto de paz. X cierra los ojos, toma aire y lo hace: planta un beso en la boca del muerto. De repente unos poderosos brazos lo agarran y lo llevan hasta la puerta. Lo lanzan fuera entre un mar de insultos. X se queda sobre el asfalto unos segundos, cerciorándose de que sus agresores ya no están. Se levanta y sacude su traje de la suciedad de la calle. Tiene un diente roto. No le importa. Acaba de tener una idea para una novela. Sonríe y se aleja calle arriba silbando…

miércoles, noviembre 07, 2007

Cliché

- En el cine se repiten clichés hasta el abuso, componiendo momentos, escenas que emocionan y que, a la larga, garantizan que la historia conserve un aroma de obra ortodoxa. Hablo, por ejemplo, de la típica (y manoseada) pistola que se dispara mientras el protagonista y el villano se enzarzan en una pela cuerpo a cuerpo, dejando por un momento que el suspense amargue al espectador; o del compañero de fatigas del héroe que grita: “¡Sigue tú, déjame aquí, no puedo seguir!”, mientras su fiel amigo carga con él huyendo de una marea de balas. Hablo también (y de esto va este post) del muchacho (o la muchacha) que corren hacia alguna estación o aeropuerto tratando de evitar que su amada (o amado) tome el vuelo que ha de separarlos definitivamente. He escogido la canción Chasing Cars del grupo Snow Patrol para tratar de imaginar una escena cien por cien efectista y tramposa. Iré señalando qué imágenes corresponden a cada minuto de la canción. Ahí vamos:

PERSONAJES: Una joven elegante, de cabello castaño y gesto tímido. Llamémosla Rachel, interpretada por la actriz Anne Hathaway.

Un joven con aires de pijo bohemio, limpio y dinámico. Digamos que se llama David (en inglés, “Deivid”), interpretado por el actor Orlando Bloom.

ACCIÓN:

Día lluvioso. David se da cuenta del error cometido: va a perder a su amada Rachel. Ella, hija de un diplomático, va a tomar el avión para Sydney en pocas horas. Ambos habían acordado encontrarse en la cafetería de siempre a las siete en punto de la tarde. Si David no acude, Rachel se dará cuenta de que su amor no tiene futuro. David corre hacia la cafetería pero sabe que no le va a dar tiempo. Toma un taxi. Pero (¡sorpresa!) un atasco monumental impide el avance del vehículo. David paga y sale corriendo, desesperado.

*Segundo 1 al 42: Escenas de Rachel sentada frente a un café, mirando el reloj con impaciencia y David corriendo, esquivando transeúntes, coches y motos.

*Segundo 42 a 1m y 38 segundos: Rachel se levanta y acude a la barra para pagar su café con leche. Se le caen unas monedas que el camarero recoge. Ella sonríe. David se acaba de caer en la calle.

*1m y 38 seg. a 2m y 20 seg.: Plano de Rachel mirando a través del cristal de la puerta, buscando a David con la mirada. Recuerda los momentos vividos con David. Aparecen imágenes de ambos abrazados, en una feria o comiendo chocolate.

*2m y 20 seg al 3m y 6 seg: La mano de Rachel toca el pomo de la puerta. A partir de ahí la imagen se concentra exclusivamente en David, quien ya ve las luces de neón de la cafetería al fondo.

*3m y 6 seg al final: David entra pero Rachel se ha ido. Hundido y cabizbajo se da la vuelta. Alza la mirada y ahí está Rachel, calada hasta los huesos, mirándole. Se abrazan. El morreo de rigor.

lunes, noviembre 05, 2007

La Prepotencia Del Hombre Blanco


- La violencia me intranquiliza. También las discusiones altisonantes y el vocabulario vulgar. Lo paso mal viendo películas de tiros de los años ochenta y tiraría de los pelos a los adolescentes que no ceden su asiento a ancianos y embarazadas en el autobús. En fin, que bla, bla ,bla, y poco más. En el texto anterior hablaba de lo seductor del conservadurismo basándome en premisas estéticas (el color pardo en la decoración, el albornoz, el perro sabueso…) y dejando a un lado un análisis más profundo de su realidad. Leyendo a T.S. Eliot encuentro: “y ruego que pueda olvidar yo/ esos asuntos que discuto demasiado conmigo mismo” y me parece superficial, con una alta dosis de pudor que me gustaría tener: un problema aparentemente liviano, casi de funcionario silencioso.
Una amiga me comentó hace poco su impresión de que mi aspecto físico no se correspondía con mi forma de ser. Es cierto. En mí, ese equilibrio mente-cuerpo, no se da. No sé si supone un problema o no. Simplemente me gustaría tener otro tipo de pelo para dejármelo largo. Y quizás con un color más rubio podría pasar desapercibido (mi sueño de anonimato europeo) en algún país de mi entorno. Un tipo Rufus Wainwright (pero hetero) con menos gusto por el escándalo.

Y esto me lleva al sueño de tener hijos rubios y de vivir un tiempo en París y el resto de mi vida en alguna ciudad austriaca, alemana o sueca, aburrida y gris, con limpieza en las calles y empuje económico. Y con silencio. Aprender a tocar la guitarra y conversar con mi esposa Utta (¿existe ese nombre?) sobre el comportamiento de nuestro primogénito Otto en la guardería.

sábado, noviembre 03, 2007

Ruina

- El problema, la justificación, los ardores vespertinos. La savia no es nueva (tampoco vieja), digamos que responde a una necesidad de acción, pese a todo, radical o cotidiana (o/y cotidiana): acabar con los posos idealistas, las aventuras tontamente arriesgadas. No hay que “changer la vie”, al menos no como dicen los estetas y hedonistas. Conservar el placer entre paredes. Así, como velando las horas silenciosamente vividas, entre bloques de libros y música no tan alta. Ser muy viejo y muy elegante, como aquel individuo que llegaba a la calle San Francisco de Sales con aires de lord inglés. Y conocer el sabor de la arena sahariana y recordar un amor exótico sin melancolía, alegrándose de haber honrado a la patria. Un aroma a tabaco en pipa, un poco de cognac tras los frugales almuerzos. La soledad.

Respetar la moral es una exigencia para el conservador. Como la caza del zorro pero, quizás, la producción de parodias ha camuflado su innegable encanto. El encanto, también, del adulterio, de tocar.