viernes, enero 25, 2008

Aaron Shabtai (Israel, 1939)

Otro poema reseñable de Shabtai es "La Política":

Para Tanya Reinhart


Tus brazos que beso donde se encuentran con el pecho,

tus piernas blancas que echan ramas como lianas, con el amuleto del sexo

la vasta llanura de tu vientre, tus ojos, tus labios y tu cuello—

son la benevolencia, la hermandad, la vibrante revelación de la verdad;

son la justicia, la igualdad, la libertad de querer y pensar;

son la donación de la oportunidad, el trabajo que es amor.

Cuando levantas tus rodillas avergüenzan la tiranía, la vulgaridad y el odio;

son la rectitud y la sinceridad, el orgullo que no rebaja nada;

son lo comunitario revelado en lo personal —el deseo de compartir;

son la revuelta contra toda la idiotez, contra toda la ignorancia y la mojigatería

son el placer de dar, de obtener, de tener suficiente;

son la belleza que no puede comprarse con dinero, sino sólo con alegría;

son lo que se opone a la opresión, a la ocupación, a la explotación

[—son la dicha de la moral;

son la afinidad, la fe, la devoción que no contiene temor;

la disponibilidad de las necesidades básicas, de la educación, del

[reconocimiento de la dignidad mutua;

Son el derecho a la huelga, al ocio, a protestar, a oponerse.

Todo lo que es bueno y digno de la humanidad está aquí para verlo y tocarlo,

y ésta, ésta es mi política —de miembros suaves— echada en la cama frente a mí.

jueves, enero 24, 2008

Utopía

- C., de vuelta de Cuba, me dice que allí la gente es: “muy culta pero sin ambiciones”.

Qué idea maravillosa: ser culto y sin ambiciones.

sábado, enero 12, 2008

Actriz

- A veces- dije-, cuando deseo que algo ocurra (o que no ocurra), cierro los ojos fuerte y rezo; rezo con todas mis fuerzas.

- ¿Te funciona?

- Algunas veces.

Mike iba de aquí para allá, sin parar, ordenando la casa mientras yo me bebía el whisky.

- Lo hice sobre todo en la universidad, en los exámenes. Rogaba para que no cayera algún tema jodido. Ahora lo utilizo para evitar que me entren ganas de ir al baño cuando estoy en el cine.

Mike soltó un ruido que yo interpreté como un conato de risa. Seguía a lo suyo.

- Joder, Mike, siéntate un poco… Venga, descansa y cuéntame lo de la actriz.

Al parecer, el sinvergüenza de mi amigo había conocido a una actriz en una discoteca un par de semanas antes. Prometió contármelo todo cuando Beth y yo volviésemos del viaje de novios. Qué granuja el Mike.

- Hay poco que contar -se sentó enfrente de mí- Había bebido mucho, ¿entiendes? Ya todo me parecía de puta madre. Y entonces la vi. No suelo ir mucho al cine, pero la reconocí inmediatamente. Salía en esa de Linklater… Bueno, el caso es que me acerqué a ella, y nada, el tonteo típico. Mentí y aseguré no conocerla.

Esto último le hizo relajarse un poco y soltó una carcajada.

- Bien por ti, Mike- dije.

Sin embargo, pronto el rostro de Mike adoptó el gesto preocupado y ansioso de unos minutos antes.

- ¿Va todo bien?

- Sí, perfectamente-dijo; pero no cambió su expresión.

Miré mi reloj. Beth iba a llamarme pronto. Debía recoger unos pantalones del tinte y luego pasaría por casa de su madre.

- Y nada, le invité a una copa y estuvimos hablando. Una cosa llevó a la otra…

- Lo dices como si no fuera nada. Muchos se pondrían en tu pellejo.

- Ya.

¿Por qué Beth no llamaba? Se estaba haciendo tarde. Miré el reloj de nuevo. Luego miré el reloj de pared de Mike.

- ¿Has vuelto a verla?

Mike negó con la cabeza.

Conocí a Mike en la universidad. Fuimos muy amigos. Uña y carne, por así decir. Fue el padrino de mi boda.

Estuvimos mucho tiempo sentados, el uno frente al otro, sin decir nada. Mike se sirvió una copa, pero no bebió. Se quedó mirando el vaso.

- ¿Beth y tú habéis pensado en tener hijos?

Su pregunta me cogió desprevenido. Me revolví inquieto en la silla.

- Bueno, sí…En principio, sí; pero tampoco creas que hemos hablado mucho del tema.

Volvió a quedarse callado. De pronto, habló:

- ¿Sabes?, es curioso, pero aún me siento un hijo. Quiero decir que yo no me vería capaz de traer a un niño al mundo. Todavía me creo en la necesidad de conservar el rol de “hijo-de-mis-padres”, ¿entiendes?.

Asentí.

- Sí, a mí me pasa un poco lo mismo. De todas formas no creo que Beth tenga mucho interés en ser madre.

Pero ¿dónde coño estaba Beth? Llamé a su móvil. Apagado o fuera de cobertura.

- Mike, tío, pensé que me contarías más de la actriz.

Se estaba haciendo de noche. Mike encendió la luz. Comencé a preocuparme.

- La actriz…-comenzó.

- Mierda, ¿y si le ha pasado algo a Beth?

- A Beth no le ha pasado nada. Tranquilízate. Acábate el whisky.

- ¿Cómo coño lo sabes? Podría haber tenido problemas con el coche o…

- Bebe- Mike sostenía su vaso, observándolo sin beber.- La actriz me salió rana. A la mañana siguiente me desperté, y ya se había ido.

- Joder.

- Sí.

Volvió a levantarse. Cruzó rápidamente la casa y desapareció por el pasillo.

En unos minutos estaba de vuelta. Parecía preocupado y no se esforzó en disimularlo.

- Jim, tenemos que hablar.

Me alarmó el tono de su voz. ¿Dónde estaría Beth? Miré el móvil.

- Beth no va a llamarte, Jim.

Me lo quedé mirando. Parecía mucho más alto, ahí de pie, frente a mí.

- ¿Qué coño dices? Claro que va a llamarme. Dijo que lo haría.

- No, Jim.

¿Qué hacía este tipo diciéndome estas cosas? ¿Por qué no se había ido con la actriz de los cojones?

- Beth no va a volver, Jim.

Pensé en la actriz, sola en la barra y me imaginé a Mike bailando a pocos metros. Sentí nauseas. Miré a Mike.

- Beth y yo nos queremos, Jim.

Dejé el vaso sobre la mesa.

lunes, enero 07, 2008

La Existencia Del Mundo

Pienso en María algunas veces. No tan a menudo como debiera, pero eso no me convierte en un hijo de puta. Simplemente estoy aquí y ahora. No sería soportable otro problema más, otro peso en la conciencia. Además, han pasado ya cinco años; no puedo estar colgado de este tema toda la vida.
De todas formas, no es lo mismo tener treinta que treinta y cinco años. Es una diferencia abismal. Yo lo sé, pero a menudo, actúo como obviando ese dato. Me creo aún mis propias mentiras. Es posible que, ni si quiera en este momento, sea consciente de la pérdida.
Hoy he llegado tarde al trabajo. Me entretuve en el bar de Simon, hablando con los muchachos. Son buena gente. Como pago, el jefe me ha obligado a quedarme hasta tarde ordenando y limpiando. No se lo echo en cara. Anda y que le jodan. Que les jodan a todos.
Sé que la gente piensa que soy un hombre solitario y taciturno. Lo soy ahora. Antes no. ¡Vive Dios que no!. Han sido las circunstancias, claro.
Cuando pienso en María no lloro. No merece la pena. Sería una representación, nada serio. Apenas gasto tiempo en fijar su imagen de hace años, en recordar la última vez que nos vimos. Es un recuerdo triste, homicida. Pocos días antes, María estaba exultante, con aquel vestido azul de flores y su pelo rubio recogido en una coleta. Nunca estuvo tan hermosa. Y luego, en pocas horas, en aquella clínica siniestra, su belleza se difuminó por los azulejos hasta desaparecer. ¿Era posible que una orden mía impusiera realidad sobre su cuerpo? ¿quién era yo? Un fantoche que robó su amor, un cerdo inconsciente de sus limitaciones.
Yo era Marlon Brando. No digo que me pareciera a él o que tuviéramos una misma predisposición al éxito. Yo era Brando. Había visto en el cine de verano “La ley del silencio”. No tuve dudas. Ése era mi camino. Mantuve mi ilusión en secreto, sin compartirla con nadie. Ni siquiera María se percató. Yo, como un plan maestro, llevé mi vida con total normalidad, sin dejar espacio para la sospecha. Me casé con María. Compré una casa. Adopté la imagen del perfecto obrero, hijo de obreros. Esperaba, como espera el rapaz a la presa, cuidándome de no ser descubierto. Pero, poco a poco, el tiempo se fue echando encima. Dejé la fábrica. No puedo decir que fuera una decisión valiente. Más bien una absurda huida hacia delante. Siendo Brando no podía temer una conspiración del mundo contra mí. Siempre aguardé una solución repentina que ordenara mi vida y fijara mi papel en esta historia. Sabía lo que tenía que hacer. Volví a casa aquella noche del 8 de mayo de 1965. María estaba especialmente risueña. No me percaté de nada durante la cena. Después, hicimos el amor. Me quedé un rato tumbado en la cama mientras María iba a la cocina a por un vaso de agua. Pensé en decírselo: “María, te dejo, me voy a Nueva York para ser Brando, para cumplir con mi destino”. No lo hice. Vacilé. María llegó y lo soltó de golpe: “Estoy embarazada”. No reaccioné enseguida, sino que continué sobre la cama, con un cigarro en la mano. No la miré. “No dices nada”. Mis palabras salieron solas: “Aborta; yo me voy”. María se lanzó sobre mí y comenzó a golpearme. Agarré sus manos y la aparté. “Me voy mañana, María, lo tengo decidido. Voy a Nueva York. Seré actor. No creo que quieras seguirme en esta aventura. Puedes tener el niño, claro, pero eso sólo te traería complicaciones. No hace falta que convirtamos esto en una gran putada para los dos”.
Del resto de la conversación no recuerdo casi nada. María me insultó, por supuesto. Me acusó de cínico, de haberme aprovechado de ella sabiendo que la iba a dejar, de no quererla, de convertir su vida en algo horrible. Yo traté de tranquilizarla: le dije que me ocuparía de todo. “Hay un especialista en Lancaster, puede hacerlo casi gratis y sus resultados son siempre satisfactorios”. Convencí a María de que podría empezar una nueva vida. Nadie tendría por qué enterarse. Conocería a algún muchacho que la querría de verdad, un buen esposo y padre. “¿Lo has entendido?”. María asintió con la cabeza.

Nueva York de noche es una gran tumba. Las calles parecen acoger al vagabundo, estrecharlo contra sí, consolando en el fracaso, asegurando el silencioso descanso de los triunfadores. Los edificios muestran una amenazadora presencia. Voy caminando lentamente. Son las tres de la madrugada. Mañana entro temprano a trabajar. Nada se mueve excepto algunos merodeadores que aguardan. Estoy muy cansado. Pienso en María, tumbada en una cama después de que aquel especialista hiciera su trabajo. No me habló ni una sola vez. Fui a llevarle flores. Las dejé junto a su cama. Me despedí.

Hace ya cinco años. Ahora subo las escaleras de mi portal, llego a la puerta de mi estudio. La luz no funciona. Tengo que llamar para que la arreglen. Yo sabía pescar. Quizás, de haberme quedado con María, habría enseñado al niño o la niña a pescar en el río. Imagino a María preparando pastel de manzana y a algún chiquillo nervioso correr a abrazarla: “¡mamá, tengo un pez!”. No queda leche en la casa. Tomaré un poco de vino. Un hogar. Río. Bromas del destino, una vida como otra. Ni siquiera pierdo mucho tiempo en esto. Cuando tengo ganas de llorar, me muerdo el labio hasta hacerme daño.