No es que atardezca,
es que la lluvia es noche:
otoño en la ventana.
Sogui (traducción de Antonio Cabezas).
Pensar los huecos del mundo como algo debido u objeto del amor que a todos nos define. Rescatar la mirada de la impaciencia que la ocupa con malos y silenciosos modos. Escapar del velo cegador (ése que cambia la luz a las formas, que repite con insistencia un mismo dolor acumulado).
El instante es inocente. Debe metérsenos en la mollera, comprenderlo del todo. Y el espacio es, pese a nosotros, mudo y no adolece de caprichos, ni es estratega de ataques, ni tiene las manos ensangrentadas. Porque la dieta que seguimos, nuestra forma de respirar no tranquiliza a las hojas de los árboles. El infantil dominio que ejercemos sobre la cafetera, los libros colocados de una determinada forma, el beso que desea darse, la fruta y su sabor sobre la lengua. Todo lo que atamos, queda atado dentro.
Un sofá confortable no existe. Es el cuerpo el que se adapta. Todo lo bueno y lo malo, este aire articulando los pulmones, este sol ardiente de vitaminas…¿no es una señal? Somos un producto de la tierra. Sólo en ella hacemos posible “ser nosotros”.
Apenas se repite y se comprende, vuelve la nube a hablarnos, a dibujarse en extrañas figuras. Vuelve a reiniciarse el ciclo.
Y ese aguante pétreo. Cerrar los ojos a lo que pasa. Imponiendo la voluntad.
En vano, en vano, en vano.