El judío (gordo y calvo) hizo su aparición. Recorrió la cafetería con la mirada, sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta y secó el sudor concentrado en su frente. Resopló al encontrar a Julio.
- Pensé que no estabas- dijo- Esta gente ya me estaba mirando…
- No empieces.
- Es la verdad. ¿No te has fijado en cómo murmuran?
- Imaginaciones tuyas- Julio sorbía el té tranquilamente.
Los dos hombres sacaron sus libretas y se prepararon.
- ¿Qué quieres exactamente?
- Una explicación.
- No merece la pena.
- Claro que sí.
Julio observó a su interlocutor retorcerse en la silla.
- ¿De qué te serviría un conocimiento tan profundo? ¿Acaso pretendes bucear en esto, aun a costa de traicionar todo lo que te define?
El judío palideció y agachó la cabeza. Julio no perdió la compostura.
- Dime, ¿quieres seguir adelante?
- Sí…- murmuró el judío.
- Ahora no puedes echarte atrás- Julio sonrió. Se sentía a gusto.
*
David se apartó cuando aquellas dos mujeres judías se le acercaron. Eran amigas de su familia. Comenzaron a interrogarlo. David mantuvo durante toda la conversación una mirada inteligente, feliz, inspirando aquel aire, por vez primera suyo, sin la vergüenza de no ser digno. Mientras respondía con amabilidad a las preguntas de las dos mujeres, David pensaba en su próxima acción. Por supuesto, debía tomar las riendas del descubrimiento que acababa de hacer. No bastaba con oírlo y verlo. Debía también dominarlo, sacar de la tierra le fórmula individual que lo salvase. Salvarse;… tenía gracia. Es difícil huir de la costumbre, aún cuando se pisa el buen camino.
*
- Sara, algo va a cambiar.
Su esposa no parecía intuir nada nuevo. Eso le preocupó.
- ¿De qué se trata?- dijo sin mirarle.
- Mañana mismo me apunto al gimnasio. Voy a cuidarme. Se acabaron las ofensas.
Sara levantó la cabeza y lo miró detenidamente.
- ¿Y ese cambio?
- No es un cambio, querida; es el mundo ¿Lo comprendes? Nunca hasta hoy había visto su belleza. Lo sagrado de una piedra, lo divino de un árbol, silencioso en su quietud. Querida, yo…
- Creo que estás borracho.
- Borracho, sí; pero borracho de vida.
- Hoy hemos quedado con el rabino.
- No iré, nena. Nunca más. No me encerrarán más en su celda de odio a la tierra, al mar.
- Idólatra.
- ¡Sí! A mucha honra.
*
Se levantó al día siguiente con un venenoso dolor de cabeza. Estaba cansado. Sara dormía. Se acercó a la ventana. Tras el cristal divisó a un grupo de jóvenes jugando con una manguera. El verano era caluroso. Los observó durante un rato. La felicidad, la risa. ¿La risa de la ignorancia? No era capaz de censurar esa actitud. Seguramente eran monoteístas aún. Resultaba difícil asegurarlo. Quizás no creían en nada. Se volvió.
- Sara, te he fallado.
Su mujer se desperezó.
- ¿Qué?
- Os he fallado a todos.
1 comentario:
¡No, hombre! Déjale ir al gimnasio que no ha fallado a nadie. Que explote ese arrebato de fidelidad a la Tierra nitzscheano que le ha dado.
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