El viejo seguía en sus trece. Se levantaba a ratos la venda y echaba un ojo, y volvía a taparla rezongando. Unas veces decía “Ya estoy bien”; pero luego se quedaba quieto, como previendo un latigazo del dolor y no decía nada. O cambiaba de tema y me decía:
- Dios conoce cada tábano.
Y yo asentía para no contrariarlo, para que estuviese distraído. El viejo Damián sudaba, y eso era que la fiebre lo estaba sacudiendo. En ocasiones parecía encontrarse mejor y me aceptaba algún cigarrillo. Y seguía con lo del tábano.
- Claro, chico, cada tábano, cada hormiga incluso. Dios procura alimento a los animales y a los hombres. Él no hace distingos.
Yo miraba por la ventana, con el fusil en la mano, tratando de escudriñar la noche, de forzar la vista para acostumbrarla a vigilar a todas horas. Sólo era cuestión de tiempo.
Damián, a veces, se ponía lastimero y fingía resignarse:
- Chico, aún estás a tiempo. Mira que este viejo ha visto ya muchos abriles.
Calle, hombre, calle, le decía yo, y seguía a lo mío. Cuando me parecía buen momento, salía de la casa y buscaba leche y comida en el pueblo abandonado.
*
La verdad es que yo nunca había hecho por acercarme al viejo Damián. Lo veía a veces salir de su casa o de la escuela, abrigado con su vieja trenca (que ahora nos servía de manta para la noche) y entrar en el bar de Gelo, el padre de Clara.
- Que ya sé yo lo que tú te traes con Clara, bandido- me decía Damián-. Todos hemos tenido quince años.
Yo, cuando ya tuve más confianza, le interrogaba.
- Damián, ¿y el amor?
- El amor existe, chico, claro. Por encima de todas las cosas.
Y me tranquilizaba.
*
El tiro le había dado a Damián en el muslo derecho. Al principio, lo que parecía una herida superficial se volvió peligrosa y febril con el paso de los días. Damián hablaba en sueños y repetía palabras sin ninguna coherencia: “lagartija, Sara, honor, sombras…”, y yo lo despertaba, y él, tras situarse, me tocaba en el hombro.
- Va bien, chaval, va bien.
Y me pedía un cigarro o que le cantara alguna canción bonita. Y yo le decía: “Vale, pero un rato sólo”.
Una vez me habló Damián de los sueños. Dijo que había que seguir los sueños; asirlos por las solapas, como cuando uno se encuentra con un deudor holgazán. Dijo que eso era ser hombre. Yo le decía que sí, que se tapase no fuera a empeorar su estado una mala brisa.
- Yo lo que quiero es ser artista, don Damián.
Y él abría mucho los ojos y decía “¿Sí?”, con admiración; o me lo parecía a mí, que me quedaba luego muy sonrojado y sin hablar. Y él, con la mano, buscaba a tientas y me estrechaba el brazo como animándome.
Cuando carraspeaba, yo ya sabía que el viejo quería decirme algo.
- Al final somos como las palomas, chico. Si miras una bandada volar buscando un buen tejado en el que refugiarse, a veces un par de ellas se distraen y se alejan y juguetean entre los árboles, muy expuestas al gavilán. Pero siempre vuelven, chico. Siempre acaban donde deben.
Yo me quedaba pensando, porque había que pensar en lo que decía Damián, que era un sabio y yo le miraba la pierna infectada, y me daba cuenta de que éste era el último viaje de Damián. Y él también lo sabía. Cuando nos íbamos a dormir, yo rezaba por nosotros y lloraba al final.
*
Damián era el maestro del pueblo y los chicos lo respetaban mucho. Le decían “su merced”, porque lo habían leído en algún sitio, y les parecía muy educado y culto tratar de esta guisa a un hombre sabio. Damián siempre me decía que no había que hacer nada para caer en gracia, que uno “caía o no caía”; y que preocuparse por cosas así no tenía sentido ninguno, y que sólo era complicarse sin necesidad.
Yo le dije que me pasaba eso con Clarita: que ella me ponía ojitos y yo me ponía rojo porque los amigos me tomaban el pelo y decían “Joé con la Clara, ¿eh?”; y yo, claro, les seguía el chiste, que eso debe hacer un chico si no quiere pasar por la vida solo y amargado. Damián me miraba entonces con un leve gesto de decepción, pero luego sonreía y santas pascuas.
También hablaba Damián de sus hijas, Carmen y Lola, que las quería mucho, y lamentaba no volverlas a ver. Yo, claro, le decía que no dijese eso, que aún había esperanza si los militares llegaban pronto; que siempre hay médicos junto a los soldados, y que traerían medicinas. Que sólo había que tener paciencia. Pero el movía la mano como diciendo “olvidémoslo”, y me contaba:
- Las chicas son una bendición, muchacho. Los niños son más trastos y uno no puede evitar hacer comparaciones. Y observarlas desde lejos, a las mujeres. Eso no tiene precio, chaval. Sobre todo, en invierno. No hay nada más bonito que las mujeres en invierno, envueltas en abrigos largos y guantes negros, y con botas negras también; y con las mejillas y la nariz coloradas por el frío.
*
Pasaron los días, y Damián estaba peor. Ya no comía, y yo, a ratos, le daba de beber de la petaca; que casi no quedaba güisqui, pero lo aguaba un poco cada vez y así aguantaba. Apenas hablábamos los últimos días. Damián sólo repetía cosas que ya me había dicho, pero yo no le decía nada. Me gustaba oírlo hablar, y así nos olvidábamos del hedor de la gangrena.
Una tarde, Damián comenzó a respirar con dificultad. A la noche, un par de sacudidas, y después, nada. Encendí una vela y me quedé observando a Damián enfriarse poco a poco hasta que se hubo consumido.
Luego cogí el fusil y salí de la casa. El viento hacía rugir las maderas y movía las puertas mal cerradas. Me alejé y, tras observar que no había moros en la costa, corrí en una dirección que me pareció la buena. Porque decía Damián que a veces no hay que pensar mucho, sobre todo cuando no hay opciones. Y yo aquella vez sí que hablé, le dije: “Ande, Damián, eso es de locos”. Pero no mentía el viejo.
8 comentarios:
Me ha gustado mucho el relato.
Me da por ambientarlo en la guerra civil, pero podría ocurrir en cualquier guerra.
Los sabios consejos del maestro y las palabras sin importancia que se quedan grabadas y que salen a relucir en momentos inesperados.
Efectivamente. No tuve intención de que se creyera ambientado en la Guerra Civil. En realidad, la ausencia de explicación sobre el origen de la herida de Damián da pie a varias interpretaciones. Para mí, lo importante era mostrar lo que tú dices. La relación entre un hombre mayor y un joven que inicia su camino en la vida. Me gusta que te guste, Parsimonia.
Sabes? me has recordado Luna de lobos de Llamazares, y ahora pensándolo hay cosas tuyas que también me lo recuerdan.
Me gusta mucho .
Un beso
No he leído a Llamazares pero creo que en casa hay algún libro suyo. Lo miraré. Gracias, Momo. Un beso.
grande las mujeres en invierno
Voy con la moto
¡La pierna se me ha roto!
empieza a oler mal.......
Muy interesante su nuevo enfoque comarcal, señor Acamus. Personalmente me gusta más esto que la ambientación americana (sí, ya sé, el maestro Carver).
Le dejo el link de mi nuevo blog, en colaboración con unos pocos. Si me da su dirección electrónica le invitaré formalmente a participar en esto.
http://merididanotres.blogspot.com/
Por el momento nos conformaremos con poder leerle en su propio dominio.
Has pronto,
Borja
Muy agradecido, don Borja. Pronto enviaré alguna colaboración. Un abrazo.
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