jueves, febrero 18, 2010

No Poder Soportarlo

Hay una palmera donde no debería. La plaza muere en una calle oscura. Han empequeñecido la acera para albergar un conato de terraza. La palmera da el cante si se piensa en ello. Uno, de todas formas, puede pasear y no darse cuenta. Una joven lleva con correa a un cachorro de beagle, que olfatea la valla para luego marcarla. Cuando era más joven, adivinaba con exactitud la edad de las personas. La muchacha podría tener diecisiete o veinticinco. Yo ya no sé nada. Ha salido el sol y se ven mendigos en las esquinas. Gritan de manera exagerada. Dicen que ahora hay grupos organizados que se reparten la ciudad y acaparan la generosidad (o displicencia) de los ciudadanos de un modo burocrático y profesional. Eso no está bien, pero me pregunto si cabe hacer juicios morales en asuntos de este tipo. La calle se abre a plazas minúsculas, indiferentes. Hace tiempo que cerraron aquel bar donde bebíamos cerveza Kronenburg y comíamos raciones de pulpo a la gallega. Ahora hay un banco norteamericano. De niño me caí cerca de una farmacia que aún existe y me hice una brecha junto al ojo, que todavía conservo. Curiosamente, esta calle en forma de embudo no parece hecha para días de sol. La luz rebota en los cristales de los numerosos escaparates y deslumbra. La calle pide lluvia, como las cafeterías piden humo. Todo el paisaje de paraguas, que parece inscrito en la naturaleza taciturna de las aceras, la sucesión de tiendas especializadas en bisutería y demás sinsentidos que provocan una mueca de incredulidad en el espectador. ¿Cómo sobreviven? Es fatal darse cuenta de que es una geografía tranquilizadora. Lo que pasa es que se trata de algo ya pisado. Y su condena, que no es más que pataleta, pasa por la descripción. Y sé que la realidad no me acompaña en esta lid. Pero, ya se sabe: para derribar el Templo, es necesario haberlo construido antes.

domingo, febrero 14, 2010

La Visita


Las dos muchachas se sentaron en el sofá. La anciana se acercó con la bandeja.

- ¿Queréis azúcar con el té?

- No, gracias- respondió la morena. La pelirroja no abrió la boca.

Hubo un instante de silencio. La anciana jugueteaba con el cordón del delantal. Las dos jóvenes no daban muestras de nerviosismo.

- ¿Venís por algo relacionado con mi hijo?- preguntó finalmente.

Ellas afirmaron con la cabeza.

- Vosotras diréis.

En ese momento, el hijo menor de la anciana entró en la sala. Las dos muchachas se volvieron para mirarlo.

- ¿Es su hijo?

- Sí.

La morena se dirigió a su compañera.

- Se parece mucho, ¿no crees?

- Es verdad.

El chico miró a su madre.

- ¿Todo bien, mamá?

- Sí, tesoro. Vuelve a la habitación. No te preocupes.

Él no se movió. Miraba a las dos muchachas, quienes, a su vez, le devolvían la mirada inquisitivamente. Era un muchacho alto y desgarbado, de unos catorce años. Se quedó jugueteando con los tirantes del peto. Su madre seguía con el cordón del delantal en la mano. Ese detalle no le pasó inadvertido a la morena, que sonrió al comprobar el parecido familiar. La pelirroja le guiñó el ojo. Él bajó la mirada.

- ¿Te vas o no?- insistió la madre.

La pelirroja se puso de pie.

- ¿Le importa que use el baño?

- En absoluto, querida… Hijo, enséñale el camino.

La morena se acomodó en el sofá y se estiró para servir el té. La anciana acompañó con la mirada a su hijo pequeño y a la muchacha, hasta que ya no pudo verlos.

- Se parece mucho, ¿verdad?

- ¿A quién?

- A su hijo mayor, desde luego.

- Sí...Eso dicen. Evidentemente, no se parecen en todo. Mi hijo pequeño es especial.

La morena no contestó. Paseó la vista por la sala de estar. Estaba claro que la anciana se esforzaba en mantener el buen aspecto de su casa. Todo estaba muy limpio y ordenado. La decoración mostraba un mal gusto no demasiado descorazonador. Sopló en la taza un momento exageradamente largo y bebió un trago.

- Usted se imaginará la razón de nuestra visita.

- En absoluto.

Posó la taza sobre la mesa. Se estiró la falda, que se había arrugado levemente.

- Verá, señora. Venimos por algo que su hijo mayor dejó aquí antes de irse. Algo especial, no sé si me entiende.

La anciana no dio muestras de saber de qué iba el asunto.

- Mire, señora- continuó la morena-, usted sabe perfectamente de qué se trata. ¿O me va a decir que no sospecha nada? Dos chicas jóvenes que llegan a su casa… ¿Me sigue?

La anciana se encogió de hombros y dibujó una sonrisa que quiso hacer pasar por conciliadora.

- Pues la verdad es que no, hija.

La morena resopló violentamente, haciendo desaparecer de pronto la atmósfera de cordialidad que parecía haberse posado sobre la estancia. Se levantó y comenzó a dar vueltas por el salón, hasta detenerse junto a la ventana.

- Quiere dinero, ¿no es eso? Bueno… Podemos discutirlo. ¿De cuánto estamos hablando, exactamente? Vamos, ponga una cifra.

La anciana estaba empezando a inquietarse. Pensó en levantarse cuando la morena lo hizo, pero supuso que ella lo tomaría como un desafío y temía una reacción violenta.

La morena pareció recuperar poco a poco el talante suave del que había hecho gala al principio.

- Yo sé lo que le pasa. Todos sabemos del talento de su hijo. Y nosotras, más que nadie, queremos algo de lo que haya podido dejar. No somos como esos carroñeros que llevan meses rondando su casa, señora. No queremos fotografías del “hogar del héroe”, ni robar sus juguetes de cuando era niño. Sólo queremos lo que dejó.

La anciana intentó explicarle que ella y su hijo no habían hablado mucho en los últimos años. De la noche a la mañana, él pasó de ser un tímido estudiante de bachillerato en el instituto del pueblo a convertirse en una celebridad musical. Demasiado para un chico tan joven. Dos discos de estudio, uno en directo y un recopilatorio con tres canciones inéditas bastaron para erigirlo en símbolo de la nueva ola musical. Aunque eso era sólo fachada. En el ambiente artístico, eran bien conocidos los escarceos que el muchacho mantenía con las drogas y el alcohol. La autopsia tras el accidente confirmó un estado etílico incompatible con la conducción.


*

El chico acompañó a la pelirroja al piso de arriba y señaló la puerta del baño. Ella pasó a su lado, le lanzó una sonrisa y siguió adelante. Se detuvo frente a una puerta en la que habían pegado la letra J.

- ¿Es ésta tu habitación?

- Así es.

- ¿La compartías con tu hermano?

- Sí.

- Tranquilo, chaval, que no te voy a morder.

Él sonrió y bajó la mirada.

- Ahora es para mí solo.

La muchacha entró en la habitación. Una guarida típicamente adolescente: ropa por el suelo, cajones abiertos, un balón de baloncesto en medio, un póster de Michael Jordan entrando a canasta. Ella se sentó sobre la cama. De la puerta del armario colgaba una fotografía de la actriz Jessica Alba.

- Vaya, vaya- dijo ella burlonamente.


*

Según parece, poco después del accidente, por los círculos artísticos de la capital comenzaron a circular rumores acerca de la existencia de una nevera portátil de color azul (la típica de merienda campestre) que contendría unos cuantos botes de esperma del músico. Los admiradores (sobre todo, las admiradoras) del grupo enviaron cartas a los periódicos exigiendo la celebración de una subasta de tan preciada semilla. El asunto llegó tan lejos, que incluso el representante de la banda se vio obligado a salir en rueda de prensa para negar rotundamente la existencia de dicha nevera.

- Los que de verdad quisimos a su hijo nunca nos creímos esas explicaciones baratas. Sabemos que la nevera existe. La hemos buscado por todas partes. Y ayer le dije a mi compañera: “Tiene que estar en el pueblo”. Y aquí estamos.

La anciana sacudía la cabeza en señal de negación. De pronto se percató de algo.

- Mucho tarda tu compañera. Voy a ver si está bien.

La morena se interpuso en su camino.

- Déjela. Sólo está un poco mareada del viaje. Siéntese, por favor. Quizás he perdido un poco los nervios. No quiero que se disguste. Sólo somos dos mujeres que quisieron mucho a su hijo. Siéntese, se lo ruego.

La anciana obedeció.

- Somos como hermanas… Más que eso. Si le pasara algo, me moriría. Su hijo era lo más importante para nosotras.

La anciana no quiso nombrar a su nuera. La mujer no había hecho acto de presencia desde que se leyó el testamento. Comenzaron a oírse ruidos en el piso de arriba. Pisadas muy fuertes, muebles que se arrastran. La anciana bebió un trago de su té, que ya estaba casi frío. Vertió un poco más de la tetera. La lámpara se movía.

- Comprendo que quiera mantener con usted ese último recuerdo de su hijo. Lo entiendo perfectamente. Yo también soy mujer, como usted.

La mujer dijo que sí con la cabeza. Los ruidos cesaron pronto. Todo quedó en un extraño estado de paz que parecía borrar la tensión que había dominado la conversación tan sólo unos minutos antes.

En ese momento, aparecieron la pelirroja y el hijo menor.

- ¿Todo bien?- preguntó la anciana.

- Todo bien. Sólo estaba un poco mareada del viaje.

- Ya lo dije yo- intervino la morena- ¿Estás mejor?

- Sí.

- Pues nos vamos.

- Vamos.

La morena ayudó a la pelirroja a ponerse el abrigo. Le acarició cariñosamente la espalda.

- Nosotras nos vamos. El té estaba delicioso.

La anciana miraba a su hijo menor quien, a su vez, miraba a un lugar indeterminado entre el suelo y el trasero de la pelirroja.

- Muchas gracias por todo.

- Siento no haber sido de más ayuda. Pero no podéis hipotecar vuestro futuro pensando en mi hijo. Él se marchó y no va a volver.

La pelirroja bajó la cabeza y se mordió el labio inferior. La anciana no supo si lloraba o sonreía.

- Bueno, hasta siempre.

Las dos jóvenes se alejaron abrazadas. Habían dejado el coche cerca. Antes de subirse, la pelirroja se volvió para guiñar el ojo una vez más al chico. Él se sonrojó y levantó la mano para despedirse. Era casi la hora de cenar y tenían hambre.