Últimamente, le cuesta
conciliar el sueño, no sé si a ustedes les pasa lo mismo. Quizás, se debe a la
extrañeza de este clima enloquecido, al violento temporal de febrero o a las reuniones
en la Carrera de San Jerónimo. El caso es que cae la noche y, de pronto, aparecen
los fantasmas. Duerme poco y mal. El suyo es un sueño intranquilo, del que se despierta
cada mañana convertido en Celia Villalobos o en Juan Carlos Monedero. No se da
cuenta enseguida, aún tarda unos segundos en ordenar las ideas y en despegar el
ojo. Pero, al encender la luz, se ve pequeño y pizpireto, o docente y
con gafas. Se le llena la boca de lirismo revolucionario y de loas a “la gente”
o se pone en jarras y habla de las rastas y de los piojos.
Lo lleva muy mal; su familia
no lo entiende. Durante estos episodios, sus amigos prefieren no entrar en el
dormitorio. Desde el otro lado de la puerta, le preguntan: “¿estás mejor?”. Y él
les dice que sí, pero que “me ofende que digan que mi partido es corrupto,
porque es un fiel reflejo de nuestra sociedad”, y que la corrupción “a quienes más
nos jode es a nosotros, a los del Partido Popular”. Luego, grita: “¡vamos,
Manolo!”. Ellos no dan crédito; muchos bajan la cabeza, otros se marchan dando
un portazo. Y él se queda solo.
Cuando despierta como
Monedero, el panorama es inquietante. Lo primero que hace es cubrirlo todo con
retratos de Antonio Gramsci. Los amigos tratan de esquivar sus indignadas
acometidas. Alguno le aconseja bajar la guardia, despejarse de tanta batalla política,
pero él contesta con tono pausado: “Chávez era un tipo que desde el primer
momento demostró que no iba a dejarse comprar”. Y los llama “casta y cómplices
de la trama ‘pepera’”. No se enorgullece de ello.
Muchas veces, desearía
negarlo todo; aclararse las mechas, quitarse las camisetas del Ejército
Zapatista y salir a la calle. Quiere convencer al personal de que sigue siendo
el mismo de siempre, pero ¿cómo hacerlo? Cada noche, aunque trate de pensar sin
afiliarse, se produce la temida transformación. Es en vano reivindicar su
independencia. Los otros, como los amigos de Job en el relato bíblico, se
esfuerzan por exponerle sus pecados ideológicos. Son ellos quienes vierten
tinte sobre su cabello, los que empapelan su pared con fotos del Subcomandante
Marcos, oculto bajo el pasamontañas. Ellos manipulan su lengua y colocan un
hueso de cerdo en su mano enjoyada.
* Columna publicada el 11 de febrero de 2016 en El Diario Montañés.
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