La legislatura más corta de la democracia nos ha
traído la peor noticia posible: España no se vende. Es un drama, una catástrofe
sin parangón. Que, a estas alturas, al país le resulte tan difícil beneficiarse
de su lidia y muerte provoca inquietud entre los contribuyentes mejor
intencionados. Los españoles conviven con la amenaza de revolución y de
destrucción estatal al igual que los pueblos precolombinos convivían con el
oro: los conquistadores se lo quedaban a cambio de espejos y cubertería barata.
Esa fatalidad permanente la asume el español como parte del paisaje; algo
incómodo en ocasiones, pero perfectamente natural. Así ha sido siempre.
Sin embargo, no es de recibo que esta obscena
exposición del cainismo patrio se desarrolle sin que nadie pase la cesta. Falta
arranque y espíritu emprendedor, eso es todo. Alguien debería comenzar a cobrar
entrada. Ustedes imaginen a ese francés, a ese británico, con la boca abierta,
sin dar crédito a la sucesión de episodios ridículos, de demagogia y discursos
incendiarios. Fíjense en el ídolo en forma de urna, alrededor del cual los
españoles se engañan, creyendo optar por la sensatez y el diálogo frente al rodillo
de la mayoría absoluta, cuando, en realidad, lo hacen por la guerra civil.
Cualquiera podría llegar a la conclusión de que el pacto y la batalla contra
“la casta” son ingredientes para cocinar recetas distintas, pero aquí la
responsabilidad es siempre de otra gente.
España ha sido un ensayo general de todas las
carnicerías. La mecha se enciende antes en esta vulnerable piel de toro, quizás
por la incompatibilidad de sus habitantes, por una diversidad mal entendida a
la que nunca le ha bastado la convivencia. Es triste y, a la vez, interesante;
el futuro del planeta puede parecerse mucho al derrumbe institucional español.
Piensen en la corrupción de los partidos, en los conflictos económicos y
laborales, en la reivindicación del nacionalismo como base de la organización
política. Todos ellos, síntomas mucho más visibles en España, pero presentes,
de un modo u otro, en esta Europa castigada por la indolencia y domada por la
burocracia. Bien, hablemos de negocios.
* Columna publicada el 5 de mayo de 2016 en El Diario Montañés.
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