Nos lo cuenta J. desde Roma.
Domingo por la mañana, alguien ha tocado el timbre. Nuestro amigo, tras el sobresalto,
se ha arrastrado hasta la puerta, en compañía de “las barras de los bares
últimos de la noche”. Al otro lado, un individuo le pregunta si quiere
contribuir económicamente con la publicación ‘Lotta Comunista’. J., sereno y colmado
de paciencia búdica, intenta explicar que una campaña así, a esas horas
precoces de un domingo cualquiera, no es, quizás, la mejor estrategia para ganar
prosélitos. “No es mi intención -contesta el visitante-. No queremos convencer
a nadie, sino encontrar a quienes ya están convencidos”.
J. relata el suceso en nuestro
grupo de WhatsApp. Lo leo desde la cama y me río. Poco antes de recibir su
mensaje, he dado ya una primera vuelta por los diarios y las redes. Hay revuelo
porque Juan Carlos Monedero acudió en Alsasua a una manifestación en favor de
los detenidos por agredir a dos guardias civiles y sus parejas. No me
sorprende, ya no. Cada uno elige su ámbito de solidaridad y el itinerario
adecuado a sus principios. Pero, echado en la cama, remoloneando en una
silenciosa mañana de domingo en Santander, me pregunto cómo es posible que no
se den cuenta de que esa opción de Monedero -de la izquierda ‘transformadora’-,
más allá de cualquier calificación moral, es contraproducente e interrumpe su
aspiración a conquistar la mayoría electoral del país. Luego, leo el mensaje de
J.
En efecto, como ya se encargó
de señalar el propio Monedero, en Podemos conviven “dos almas”. Tras las
últimas Generales, el partido de Iglesias rechazó esa táctica preciosa de la transversalidad. Sus portavoces
pasaron de proclamar una identidad plural e inclusiva a reproducir los
discursos previsibles de la izquierda de siempre: cercanía con el nacionalismo,
violenta retórica de clase y condena de la institucionalidad. Con la derrota en
las urnas y la irrelevancia política se produjo el cierre, la vuelta a la raíz
extrema de su origen.
Como el madrugador romano,
tampoco ellos buscan convencer a nadie. El alma enfurruñada ya no quiere ser un
nuevo PSOE rejuvenecido y rescatado. Todo estaba claro desde el principio. Lo
explicó Iglesias en aquella célebre charla de la herriko taberna. Según el líder
morado, la izquierda abertzale y ETA comprendieron bien el “lampedusiano” giro
del franquismo hacia un nuevo régimen sólo democrático en apariencia. Así
opinaban en Somosaguas.
Después de un primer amago de
reconstrucción del progresismo desde una estética aligerada, la tercera fuerza
política del país no quiere más votos, sino más conflicto. El rumbo a seguir ya
no es la socialdemocracia nórdica, sino la ebullición parlamentaria. Hoy, optan
por una revolución callejera para la nueva legislatura popular. El objetivo
inmediato no puede ser La Moncloa (la antipatía es un muro infranqueable) sino
el mantenimiento de la excepcionalidad mediática, la erosión diaria del orden
constitucional para, en última instancia, gobernar sobre sus ruinas.
* Columna publicada el 1 de diciembre de 2016 en El Diario Montañés.
FOTO: EFE
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