Todas las generaciones elaboran
una idea sobre la debilidad y la arrojan a la calle. Pocas herramientas hay tan
útiles para establecer castas y pasión en el orden amenazado, siempre en
guardia contra aquellos que deben apartarse de la ruta de los héroes. También
la modernidad digital, que nos ha convencido del valor de lo prosaico, necesita
erigir muros contra los pequeños, que son el verdadero peligro.
El
débil sufre en la competición inacabable; el mundo depende del castigo al
perdedor. La idea arraiga en el rebaño. La derrota debe ser merecida, dicen, la
muerte es la salud descuidada. Así, el superviviente amanece cada día con el
desafío de participar una vez más en ese equilibrio tan precario entre el amor
y el sueldo.
Qué
importante es entonces el discurso para inhibir a quienes dudan de un presente
que deprime los bolsillos y degrada las apetencias. Un discurso pronunciado por
el poderoso, dirigido a provocar la vergüenza del contribuyente. Las palabras
se instalan en la ciudad como cepos que uno esquiva para no atraer la atención
de la censura. Únicamente la persona firme en su almario puede acumular motivos
para no rendirse.
Incluso
el llanto y el recuerdo de nuestra fragilidad de criaturas se combaten con
términos cargados de veneno y de intención. Piensen en la gente supuestamente
“tóxica”, cuya mera presencia, aseguran los nuevos sacerdotes de la
estimulación social, interrumpe nuestra escalada hacia la cima. Como una
reedición siniestra del culto a los santos -que respondían al ardor de la carne
con una fe inquebrantable-, se esfuerzan en diseñar respuestas sobrehumanas
cuando el cuerpo desfallece.
De esta
manera, sería un pecado asumir con miedo la enfermedad; uno debe aguantar
estoicamente (hay que ser como Randy Pausch). Tampoco se tiene derecho a la
depresión en el abandono o en el desempleo: ahí está Chris Gardner. Porque,
ahora, tus lágrimas, querido sufriente, tu destino fatal de inútil incurable,
no son resultado de los golpes cotidianos, sino expresiones de tu “toxicidad”
en plena ascensión emprendedora. Siempre te enseñarán a despreciar al “tóxico”;
nunca a dejar de serlo. Y esa es su victoria.
* Columna publicada el 30 de noviembre de 2017 en El Diario Montañés
No hay comentarios:
Publicar un comentario