En su editorial del
pasado viernes, el diario El País tildó a Mariano Rajoy y a sus camaradas de
“Gobierno zombi”. Acierta el periódico, pero sólo parcialmente. Los aficionados
a las películas del género sabemos que los zombis carecen del romanticismo y el
donaire de otras criaturas fantásticas. Sus historias, por lo general, no
desarrollan la humanidad del monstruo, la búsqueda del bien o el corazón bajo
la bestia. Esto, que es lo que atrapa en los relatos de vampiros -en obras
paradigmáticas como Drácula-,
supone un límite insalvable en la evolución dramática de los muertos vivientes.
Los zombis comen y avanzan; ese es su rollo. El caminar azaroso, la faz
descompuesta y el paisano que teme encontrárselos tras cada puerta que abre.
A menudo, los zombis
ni siquiera son capaces de correr, lo que supone un extra de ineptitud. La
sustancia del argumento radica en la organización de quienes han resistido sobre
un mundo arrasado, sus tragedias personales, sus amores. Los zombis quedan muy pronto
relegados a un papel menor, como atrezo y carne de frontera.
Lo interesante de la
política española es que todos los partidos son, a la vez, zombis y
supervivientes. Cada fuerza ideológica advierte en sus adversarios la sordidez
del monstruo voraz y deshumanizado, el peligro que se extiende, implacable,
contra la convivencia. Las encuestas no ofrecen esperanza; la inseguridad de
los líderes, que pasan rápidamente de las posibilidades de victoria a la
insignificancia electoral, les hace preferir el lío a la propuesta, la
efervescencia de la crisis a la negociación. Curiosamente, temen el mordisco de
sus compañeros de foro, pero mucho más el desprecio de los votantes que, esos
sí, pueden destruir su mundo.
La impresentable
corrupción en el Partido Popular y la insultante respuesta a cada acusación y
cada sentencia provocan que su juego de equilibrios pueda hacerle pasar del mando
a la nada. En Génova, comienzan a temer la extinción en un relevo naranja que
hoy parece tener mando en plaza. Rivera, eso sí, necesita jugársela todo a la
carta electoral, dada la escasa cimentación de su proyecto. Sánchez e Iglesias,
por su parte deben tomar La Moncloa con urgencia ante las malas previsiones.
Los partidos padecen
su particular amenaza apocalíptica en forma de urnas o de inverosímiles
mayorías parlamentarias. Todos dicen poseer el antídoto, es decir, la fórmula
de la “dignidad democrática”, y pretenden defender el estado frente al latrocinio,
los nacionalistas, Twitter y el Ibex.
Los
ciudadanos asisten con perplejidad al espectáculo de constante sobreactuación;
escuchan las proclamas y siguen a duras penas el relato de esta democracia que proporciona
golpes de estado, supremacistas huidos a Bélgica, bonitas casas en las afueras,
títulos falsificados y mucho dinero. Unos y otros tratan de convencer al
votante español para que ocupe un puesto en la guerra contra el fin del bienestar.
La política zombi es, en resumen, una simple cuestión de hambre.
* Columna publicada el 30 de mayo de 2018 en El Diario Montañés
1 comentario:
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