Ustedes recordarán,
sin duda, cómo eran las cosas antes. No hablo del pasado remoto y analógico,
sino de los primeros tiempos del absolutismo digital; cuando las redes sociales,
aún sin desvelar su naturaleza tóxica, irrumpieron en nuestras vidas como
inofensivos divertimentos. Evoco la etapa de aquel temprano postureo; de la indiscreción
o las canciones. Sospechábamos, claro, que tras la engañosa gratuidad había
truco. Con cada clic, estimulábamos el tráfico de la información y abríamos, un
poco más, las puertas del almario. Pero, ¿era aquella exposición pública un
peligro del que protegerse renunciando a la gran charla? Simplemente, no lo
veíamos de ese modo.
En los albores de
Facebook, abundaron las páginas y los grupos dedicados a las simpáticas
vivencias de las señoras mayores. Fue el último homenaje -desde el tópico pero
no desde el estigma- por parte de aquellos jóvenes (¿se dice ‘millennials’?) destinados a las más
altas cotas; a la revolución. Hagan memoria: “Señoras que siguen los consejos
de Saber Vivir y ahora son inmortales”, “Señoras que confunden el LSD con el
ADSL” o, la tajante, “Señoras que se cuelan en la cola del súper”. Todo eso se
terminó con el 15M y su mensaje infantil autoindulgente. Según el nuevo
discurso tribal, los adultos no merecían miramientos al haber estafado a la
“generación mejor preparada de la historia”.
De ahí también, por
supuesto, la flamante estética de los partidos del siglo XXI. Ya sin el empaque
de la experiencia, los políticos explotan hoy su faceta moderna y transgresora,
más o menos aseada en función del electorado a enamorar. Las parsimoniosas
tertulias de Balbín, con aquellos apellidos inolvidables con regusto a cátedra -Tierno
Galván, García Trevijano o Fernández de la Mora-, son sustituidas por debates
de metralleta y escaso fuste.
No es extraño que el
sectarismo acote el campo de batalla. Lidiar con la historia exige honradez
intelectual y profundidad en el estudio. Resulta mucho más útil maquillar el
pasado en portadas de periódicos, elaborando eslóganes que sirvan para la guerra
mediática de hoy, olvidando los matices en lo realmente sucedido.
Tampoco
sorprende, en este sentido, el desprecio de Podemos -especialmente, del ínclito
Juan Carlos Monedero- al vídeo celebratorio de los cuarenta años de
Constitución proyectado hace unos días en el Congreso de los Diputados. En él,
como sabrán, dos ciudadanos centenarios, José Mir y Germán Visús, que lucharon,
cada uno en un bando, en la batalla del Ebro de 1938, mantienen una
conversación civilizada. La película sitúa el acontecimiento al nivel adecuado:
el dolor de los españoles, víctimas del estallido de la violencia política;
obligados a matar y a morir en plena juventud. Monedero se apresuró a llamar
nazi a Visús. No sabríamos decir qué resulta más ofensivo; si el insulto o la
estrategia que esconde: el rechazo a las muestras de reconciliación y orgullo
de un país que, mal que bien, ha querido contar con todos para reconstruirse.
* Columna publicada el 19 de septiembre de 2018 en El Diario Montañés