Hay una poesía que respira a este lado del paraíso. Hay una poesía que rechaza las ensoñaciones metafísicas, el susurro ocasional de las musas, para atenerse a la realidad del mundo; a su humana contundencia. El poeta, a veces, prefiere desvestir su mirada y compartir con todos la canción que le brota como un talento de misterioso origen. Las palabras pueden volverse entonces música y pasar de un lugar a otro en diferentes voces para ser dichas por gentes que desconocen al autor y que no saben de sus virtudes o miserias, sus dudas o sus amores. Ese confundirse del poema en la voz del pueblo; ese trasladarse del papel a la calle como una herramienta con muchos usos es también poesía.
En
sociedades deprimidas por la inacción de sus gobernantes, o directamente
victimizadas por escuadrones de asesinos, la función del poeta es distinta, sin
duda, a la puramente academicista. América Latina, por ejemplo, ha representado
en el siglo XX el arquetipo del territorio infeliz. Dictaduras militares y
guerrilleras, narcotráfico y terrorismo, vuelos de la muerte, madres y abuelas
exigiendo en las plazas la justicia que a sus vástagos les fue negada. Expolio
a manos llenas y corrupción a destajo. ¿Cuál era el lugar, entonces, del poeta?
¿Qué verso podría componer a pocas calles del horror?
Mario
Benedetti cumpliría cien años el próximo 14 de septiembre. Murió hace más de
diez. Parece mentira, sin embargo, que su voz se apagase hace tanto tiempo y
que su biografía no alcanzara para contemplar esta época última, tan colmada de
peligros. La palabra de Benedetti es hoy revivida por lectores nuevos que
continúan acudiendo a su obra para encontrar el sentimiento por lo cercano.
Porque el amor, quiere decirnos Benedetti, no es una esperanza sino un acto: “…
si dios fuera mujer no se instalaría/ lejana en el reino de los cielos/ sino
que nos aguardaría en el zaguán del infierno/ con sus brazos no cerrados/ su
rosa no de plástico/ y su amor no de ángeles…”.
Amor y política
El
amor o la política son fórmulas para ser humanos, y su práctica detecta la
sinceridad y el embuste; el bien del mal. Benedetti plantea una separación
amarga y maniquea entre “ustedes y nosotros” (título de uno de sus célebres
poemas); acaso esa querencia sectaria -de la que echa mano el poeta para
estimular en su continente el crecimiento de una sociedad distinta - es lo que
más cabe reprocharle. ¡Ay, el dogma que ha nublado la mente y el corazón a tantos
escritores!
En
una controversia pública con Mario Vargas Llosa en 1984, este achacaba a
Benedetti y a otros intelectuales latinoamericanos de izquierda el haber
convertido sus posiciones políticas “en un elemento fundamental del
subdesarrollo” con su empeño en evitar cualquier camino distinto al puramente marxista
para la liberación de sus países. Vargas Llosa acusa a Benedetti de silencio y
complicidad con la dictadura castrista a lo que el uruguayo opone que el autor
de ‘La fiesta del Chivo’ se inserta hoy en la trinchera contraria, obsesionado
con la idea de que “Carpentier o Neruda resulten más culpables de nuestras
miserias que la United Fruit o la Anaconda Copper Mining”.
La
interesante trifulca literaria, de altura y elegancia en el tono imposibles hoy
de reproducir en nuestro fango político patrio, expuso los límites morales de
toda una generación de creadores cuya trayectoria poética estuvo trágicamente
ligada al destino de sus países. Muchos muertos, no obstante, para limitar la
toma de posiciones públicas a los análisis abstractos. Exiliado y,
posteriormente, “desexiliado”, resulta complicado exigir mesura en un
territorio donde todo esfuerzo por construir estados democráticos dignos estuvo
(y está) condenado a caminar por el cadalso.
Pedazos de mundo
Mientras
tanto, supo el poeta recoger los pedazos del mundo que se iba rompiendo para
recomponerlos en forma de canciones y poemas. Versos suyos fueron contados y
cantados por artistas como Isabel Parra o Daniel Viglietti, que aproximaron el
mundo ‘benedettiano’ a los no adeptos a la poesía en papel. Los admiradores de
la obra de Mario Benedetti aprovecharon siempre la voz del poeta para
construirse un código ético y estético que les permitiera transitar por el
siglo con cierta garantía de disfrute y amor propio. La poesía del uruguayo es
acogedora y no exige del lector un bagaje previo de referencias académicas.
Benedetti
propone una poesía capaz de aunar la lucha por la justicia social con la
reivindicación de una felicidad posible. Lejos quedan las renuncias
sacrificiales de los revolucionarios que, como Moisés, pretendían morir a las
puertas de la tierra prometida sin conseguir pisarla nunca. El amor como
refugio individual va más allá del compromiso: “… aspiro a que tu suerte de
nuevo me rescate/ del frío y de la sombra…/ del tedio y el combate”.
Pero
es la persona en primer término, en lucha o en lugares privados, nunca una
herramienta sin alma que avanza en trincheras o en selvas: “… un sencillo
respeto por terceros o cuartos/ ese percance de ser buena gente...”. Para que eso suceda, dice Benedetti, es
imprescindible el compromiso por el cambio hacia sociedades más justas, más
igualitarias.
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