martes, diciembre 29, 2020

Simón*

Casi seis meses llevamos en España con el Covid a cuestas. Eso dicen los portavoces, ojo, porque vaya usted a saber cuándo irrumpió aquí este maldito virus, que, al principio, según nuestros prestigiosos locutores, no era más que una gripe que mataba mucho menos que, por ejemplo, el machismo. El tema ha dado -y sigue dando- para mucho. Los miles de muertos, las residencias contaminadas y la parálisis institucional en pleno rebrote no parecen ser el núcleo de la cuestión en un país acostumbrado a que las voces políticas se revuelvan en debates improductivos, sin aparente relación con los problemas del respetable.

Los partidos y sus cómplices mediáticos han jugado, una vez más, la carta del despiste, aprovechando la pandemia para movilizar los recursos en iniciativas absurdas. ¿Que los sanitarios se quejan de la falta de medios? Pues se los declara héroes nacionales y se programan aplausos desde las ventanas. ¿Que arrecian las críticas? Los bulos. ¿Que se meten con el Gobierno? La ultraderecha que amenaza la sanidad pública. Y, oigan, la estrategia funciona.

Pero, ay, uno echa la mirada al otro lado y ¿qué ve? La nada de Casado, la indecisión de Ciudadanos, el delirio de Vox contra Soros y el “socialcomunismo”. Y los escraches en la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero con ese mantra estúpido de “¿qué se siente ahora?”. Y, a medida que pasan los meses y se acepta con resignación la catástrofe económica que está por llegar, unos se tatúan la cara de Fernando Simón mientras otros lo condenan, sin reconocer que este hombre es un empleado que, como todos, deberá rendir cuentas ante sus jefes, es decir, ante nosotros, los de las mascarillas.

* Columna publicada el 02 de Septiembre de 2020 en El Diario Montañés

jueves, diciembre 10, 2020

Rey*


El escritor de columnas, aunque no lo parezca, es un ser humano como los otros, con sus flaquezas, sus filias y su búsqueda de la felicidad. El género de la columna, tan ibérico, ha estado siempre a medio camino entre el análisis riguroso del experto y la divagación más o menos pinturera. David Gistau -fallecido en el mes de febrero de este año- fue uno de los últimos grandes intérpretes de la columna, pero él no la quería lejos del periodismo, sino fiel a la actualidad. Según comentaba, había que evitar el sentarse ante la página en blanco “a ver cómo cito hoy a Schopenhauer”.

España es un lugar propicio para caer en la tentación: el columnista conoce la querencia del país por los temas superficiales y las cuestiones que se resuelven “quedando como Dios”. De ahí que, en plena expansión mundial de un virus misterioso y escurridizo, mientras los contribuyentes se preparan para un futuro de colapso económico, broten temas como los de Juan Carlos de Borbón, anterior jefe del Estado y, hoy, español por el mundo. El escritor de columnas ve asomar el asunto Corinna -la “amiga del rey”- y se activa como un braco al rastro de una perdiz. 

Y es que el espacio es limitado y la columna debe servir para transmitir breves impresiones. ¿Qué decir, a estas alturas, sobre la situación en España? Pues que la monarquía está en un brete; que este “símbolo de unidad y permanencia” decepciona en el peor momento. Y que los otros problemas son los verdaderos problemas: la desordenada vuelta al colegio, como ejemplo de la efectiva destrucción de todos los asideros públicos y privados que hacen nuestra vida soportable.

* Artículo publicado el 19 de Agosto de 2020 en El Diario Montañés