Casi seis meses llevamos en España con el Covid a cuestas. Eso dicen los portavoces, ojo, porque vaya usted a saber cuándo irrumpió aquí este maldito virus, que, al principio, según nuestros prestigiosos locutores, no era más que una gripe que mataba mucho menos que, por ejemplo, el machismo. El tema ha dado -y sigue dando- para mucho. Los miles de muertos, las residencias contaminadas y la parálisis institucional en pleno rebrote no parecen ser el núcleo de la cuestión en un país acostumbrado a que las voces políticas se revuelvan en debates improductivos, sin aparente relación con los problemas del respetable.
Los partidos y sus cómplices mediáticos han jugado, una vez más, la carta del despiste, aprovechando la pandemia para movilizar los recursos en iniciativas absurdas. ¿Que los sanitarios se quejan de la falta de medios? Pues se los declara héroes nacionales y se programan aplausos desde las ventanas. ¿Que arrecian las críticas? Los bulos. ¿Que se meten con el Gobierno? La ultraderecha que amenaza la sanidad pública. Y, oigan, la estrategia funciona.
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