- Entró de improviso, como queriendo demostrar que no era, pese a todo, una invitada especial, una figura indispensable. Porque podría haber abierto ella y, así, convertirse al menos en el principio de todo. No fue así, en efecto, por suerte. Llegó a las cinco, con todo el espacio ocupado por cincuenta cabezas en ebullición. Exámenes, claro. Pasó rápidamente, decidida a tomar posiciones en un puesto que ella sabe sencillo, sin pretensiones. Pasado el rato, se levantó y cruzó la sala un par de veces. Aún me extraña que nadie, excepto yo, levantara la vista para mirarla (admirarla) como se merece. Su blusa con escote, su chaqueta oscura, sus vaqueros anchos se contonearon en un bailoteo de elegante ritmo “tic-tac”…
Luego cogí un libro y me dijo: “Una semana desde hoy”.
Y así se cocina un gusto.
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