- En España ya no se puede hacer política. Se pudo, hace un tiempo, pero ya no. Ahora es un ejercicio que, como el amor, sólo puede hacerse con una especie de preservativo ideológico o de red de seguridad. Tal y como están las cosas, o bien te sitúas en la ortodoxia socialista (vía Prisa) o en la línea dura pepera (línea Federico). Así las cosas si tus vísceras te piden guerra sólo tienes que ser precavido y optar por una de las dos vías “canónicas”. Fuera de esas dos, el limbo: la nada.
¿Que te indigna cómo roba tu alcalde de lo público? Pues nada, dependiendo de si es de uno o de otro habrás de denunciarlo en una u otra empresa. Olvídate de objetividad, de independencia… Eso ya no tiene lugar en la nueva etapa mediática. Más pena dan los pobrucos licenciados en Ciencias de la Información, estudiantes vocacionales, ínclitos seguidores de Bernstein o Woodward y, al final, perfectos imitadores, corifeos de sus amos patronales.
Lo percibimos continuamente, en forma de insultos a la inteligencia, de sectarismo a raudales, de manipulación (des)informativa. Ocurrió con los Ciutadans catalanes a los que se les tildó (un conocido mío sin ir más lejos) de ser “lepenistas” (que ya equivale casi a calificar de “nazi” a Anna Frank, precisamente a ella…), o a la forma en la que cualquier crítica a uno u otro partido te convierte casi sin discusión en un “antiespañol” o un “facha”.
El contubernio oportunista y ferozmente antidemocrático, que personalizan hoy tanto partidos políticos como medios de comunicación, crea a doquier posturas estéticas determinadas, influyen en las conciencias políticas (y no sólo a las personas menos concienciadas políticamente sino, también a los más válidos). Verdaderos cerebros de toda clase y condición, votantes de izquierdas consideran que El País es un periódico veraz (¡el órgano gubernamental!, ¡el oficial!) y lo llevan bajo el brazo como si fuera una reliquia, un signo de progresía, un rosario posmoderno. Otro tanto pasa con los que alaban a El Mundo como guardián de las esencias informativas). ¿Hay vida más allá de está jaula de espejismos? Pues no, no la hay. La última iniciativa de Fernando Savater de crear un partido político no nacionalista y de izquierdas, capaz de suponer una alternativa a la derecha del PP y a las derivas prosecesionistas del PSE, una fuerza laica y europea ha sentado mal en el PSOE (como cabría esperar) y en el PP (que piden que se les vote a ellos como remedio contra el mal). Unos y otros apedrean dialécticamente (Ibarra ha sido especialmente obsceno en acusar a Savater de ex etarra y de asalariado no se sabe bien de quién) al grupo promotor y nadie quiere acercárseles no sea que se contagien de independencia. Insultan a Savater, y lo hacen con la mayor desvergüenza personajes de nula inteligencia e inexistente moral. El escritor donostiarra, antaño alabado como una poderosa figura internacional del pensamiento y hoy censurado en su periódico… Por todo esto, la consagración de un grupo de estas características en el mundo político serviría de lección democrática a todos aquellos que viven a gusto en el pesebre del poder, en las cloacas de la actividad política. A los que han crecido considerando la política como una forma sencilla y cómoda de medrar.
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