martes, diciembre 25, 2007
No Es Oro
Por eso, cuando Anna y Tom entraron en la habitación del hospital, ella con una sonrisa de oreja a oreja y él oculto tras un gigantesco ramo de flores, se me pasaron los dolores y concentré todas mis fuerzas en tratar de conseguir que la visita durara lo menos posible. No lo logré. Estuvimos un rato charlando sobre los avances de la cirugía y la poca importancia de mi enfermedad. En unos días estaría otra vez cortando el césped y jugando a los bolos. Me reí y les di la razón. Cuando ya me las prometía felices (se había agotado el tema de conversación y todos nos sumíamos en un silencio incómodo), Anna le dijo a Tom que se llevara a la niña a la cafetería. Nos quedamos solos. Me miró a los ojos un momento y me preguntó que cómo me encontraba. Le dije que bien, que de verdad, que no se preocupara. Ella asintió. Dijo haberse asustado mucho cuando le dije que me iban a operar, y no sólo por la niña: temía que me ocurriera algo. No sabía como expresarlo. Seguía sintiéndose muy próxima a mí, notaba que mi suerte y la suya estaban íntimamente ligadas, más allá de simples papeles. Dijo que seguía queriéndome. “No me interpretes mal, señaló, Tom es un gran hombre. Cuida muy bien de mí y adora a la niña. Nunca ha dicho esta boca es mía sobre que mantengamos el contacto y todo eso”. Volvió a quedarse callada. Noté que esperaba algo de mí, una respuesta. “Tú también eres muy importante para mí. Tenemos una hija en común, ¿no?”, le dije. “¿Sabes?”, para hablar había puesto su mano sobre mi pierna, “a veces, cuando estoy con Tom en la cama, recuerdo nuestros momentos…”. No me gustaba el carácter que estaba tomando la conversación. Intenté cortar: “Anna…”. Ella continuó: “Podríamos volver a intentarlo. Yo he rezado mucho, he reconocido mis faltas. Tú has dejado de beber. Podemos ser otra vez una familia”. Me incorporé un poco más en la cama para no estar tan a su merced. “Dios lo quiere, estoy segura”. Quise decirle algo en ese momento. Pero me distrajo una urraca que se había posado en un árbol tras la ventana. Era una urraca enorme. Al menos, así me lo parecía, toda erguida, orgullosa, fabricándose un nido. Anna continuaba, esta vez con otro tipo de argumentos. “Éramos buenos en la cama, no me lo negarás, ¿no recuerdas qué bien lo pasábamos?”. La urraca llevaba algo brillante en el pico. Quizás una llave o, simplemente, algún clavo que habría encontrado. Anna se había acercado ya mucho, casi sentía su aliento sobre mi cara. “¿No dices nada?”. Iba a decirle que no, que no la quería, que, en realidad, nunca la quise, que hubo un tiempo en que me sentía muy atraído por ella, pero que ese tiempo había pasado. Caput. Finito…Pero entró Tom en ese instante. Anna disimuló haciendo como que me colocaba bien las almohadas. “Nos vamos, dijo, trata de dormir un poco”. Asentí y agradecí el silencio en que quedó la habitación una vez se cerró la puerta. Atardecía. Volví a mirar por la ventana. Esta vez la urraca había dejado el árbol, con el nido a medio hacer. Algo brillaba. Seguramente la llave, o el clavo. O podría ser otra cosa. Ya no me dolía nada. Empecé a llorar. Estuve llorando toda la noche.
domingo, diciembre 23, 2007
Comunidad De Suerte
jueves, diciembre 20, 2007
Mudanzas
- ¿Qué fantasía navegas? Hablando del desierto que pisas, las baldosas sueltas que provocan tu caída. ¿Habrá caída? Dudo de esa posibilidad, de tu protagonismo siempre tan sereno, como sorprendiéndote de valer para esto. El viaje es el que ordena, el que escribe la visión siempre en lengua viva, en tiempo real, sin amarrar la memoria como un barco viejo y oxidado. Así son las cosas. Uno puede soñar, pero hay aire que respirar, mañanas y noches, aún la claridad o la espesa niebla. Pronto eres adiestrada para soportar ese golpe de materia y de hambre que lo sujeta. Un adiestramiento espartano. Pero tú eres muy fuerte y ya guías tu nombre por los peligrosos desfiladeros de las décadas aún no vividas, por orillas secas esperando la bendición de la marea.