- Que mi ex mujer y su marido vinieran a verme tras la operación no es nada extraño. Mi ex mujer había decidido “civilizar” nuestra relación por el bien de la niña, y a mí no me parecía mal. Otra cosa era la exageración en el trato. Siempre intentaba ser muy amable y yo, aunque nunca le di motivos para quejarse, prefería mantener una educada distancia respecto a ella y a Tom. Pero ella seguía pendiente de mí a todas horas. Me llamaba por cualquier motivo o se presentaba en casa cuando le venía en gana y se movía por ella como si aún estuviésemos casados. Tom a veces me miraba como diciendo: “Ya ves”, y yo me compadecía de su papel de fiel acompañante. No era mal tipo Tom. Trabajaba en un banco, de cajero, y ganaba lo suficiente para mantener a Anna. La niña había decidido quedarse a vivir conmigo tras el divorcio, seguramente porque pensaba que yo era más blando que su madre y podría moverse con más libertad. Y era cierto. Anna no trabajaba. Estuvo algún tiempo de camarera un poco después de casarnos, pero lo dejó al quedarse embarazada. Tuvimos una historia bonita Anna y yo. Y no lo digo sólo por la niña. Lo pasamos bien de novios y en los primeros años de casados. Luego la cosa empezó a torcerse. Yo bebía y Anna se había aficionado demasiado a colaborar con la parroquia. Nos distanciamos. Pero, como digo, quedó una buena amistad, al menos por el lado de Anna, que insistía en sostener los lazos familiares. Yo me dejaba querer. Nunca me he preocupado demasiado por esto.
Por eso, cuando Anna y Tom entraron en la habitación del hospital, ella con una sonrisa de oreja a oreja y él oculto tras un gigantesco ramo de flores, se me pasaron los dolores y concentré todas mis fuerzas en tratar de conseguir que la visita durara lo menos posible. No lo logré. Estuvimos un rato charlando sobre los avances de la cirugía y la poca importancia de mi enfermedad. En unos días estaría otra vez cortando el césped y jugando a los bolos. Me reí y les di la razón. Cuando ya me las prometía felices (se había agotado el tema de conversación y todos nos sumíamos en un silencio incómodo), Anna le dijo a Tom que se llevara a la niña a la cafetería. Nos quedamos solos. Me miró a los ojos un momento y me preguntó que cómo me encontraba. Le dije que bien, que de verdad, que no se preocupara. Ella asintió. Dijo haberse asustado mucho cuando le dije que me iban a operar, y no sólo por la niña: temía que me ocurriera algo. No sabía como expresarlo. Seguía sintiéndose muy próxima a mí, notaba que mi suerte y la suya estaban íntimamente ligadas, más allá de simples papeles. Dijo que seguía queriéndome. “No me interpretes mal, señaló, Tom es un gran hombre. Cuida muy bien de mí y adora a la niña. Nunca ha dicho esta boca es mía sobre que mantengamos el contacto y todo eso”. Volvió a quedarse callada. Noté que esperaba algo de mí, una respuesta. “Tú también eres muy importante para mí. Tenemos una hija en común, ¿no?”, le dije. “¿Sabes?”, para hablar había puesto su mano sobre mi pierna, “a veces, cuando estoy con Tom en la cama, recuerdo nuestros momentos…”. No me gustaba el carácter que estaba tomando la conversación. Intenté cortar: “Anna…”. Ella continuó: “Podríamos volver a intentarlo. Yo he rezado mucho, he reconocido mis faltas. Tú has dejado de beber. Podemos ser otra vez una familia”. Me incorporé un poco más en la cama para no estar tan a su merced. “Dios lo quiere, estoy segura”. Quise decirle algo en ese momento. Pero me distrajo una urraca que se había posado en un árbol tras la ventana. Era una urraca enorme. Al menos, así me lo parecía, toda erguida, orgullosa, fabricándose un nido. Anna continuaba, esta vez con otro tipo de argumentos. “Éramos buenos en la cama, no me lo negarás, ¿no recuerdas qué bien lo pasábamos?”. La urraca llevaba algo brillante en el pico. Quizás una llave o, simplemente, algún clavo que habría encontrado. Anna se había acercado ya mucho, casi sentía su aliento sobre mi cara. “¿No dices nada?”. Iba a decirle que no, que no la quería, que, en realidad, nunca la quise, que hubo un tiempo en que me sentía muy atraído por ella, pero que ese tiempo había pasado. Caput. Finito…Pero entró Tom en ese instante. Anna disimuló haciendo como que me colocaba bien las almohadas. “Nos vamos, dijo, trata de dormir un poco”. Asentí y agradecí el silencio en que quedó la habitación una vez se cerró la puerta. Atardecía. Volví a mirar por la ventana. Esta vez la urraca había dejado el árbol, con el nido a medio hacer. Algo brillaba. Seguramente la llave, o el clavo. O podría ser otra cosa. Ya no me dolía nada. Empecé a llorar. Estuve llorando toda la noche.
5 comentarios:
Un gran relato, por un momento me ha recordado a Paul Auster pero intuyo que es original. Felicidades y a seguir regalándonos escritos tan brillantes como éste.
Es usted un buenísimo escritor, señor acamus. A mí más bien me recuerda a Carver y a Ford. Si su compendio de relatos es basto y de igual calidad, no sé qué hace publicando en un blog en vez de en Anagrama.
Hasta `pronto
B.
Salgo ahora mismo para el norte , a mi vuelta vendré a verlo.
lo prometo
Tu relato no me recuerda a nadie en particular, pero me gusta. a partir de ahora no sólo leeré libros, visitaré tu blog para que me lleves lejos, muy lejos....
EL AMOR ESPERA TRABAJAR
Comparto este testimonio a los socios que sufren en sus relaciones porque ahora hay una solución duradera.
Me llamo Brenda Pedro.
Mi esposo nos dejó a nosotros y a nuestros 2 hijos durante 6 años a otra esposa. Traté de ser fuerte solo para mis hijos, pero no pude controlar el dolor en mi corazón. Estaba herido y confundido. Necesitaba ayuda, así que hice una investigación en Internet y encontré una página donde vi que el Dr. Okosun, el mago mágico, puede ayudarme a recuperar a mi amante. Me puse en contacto con él e hizo una oración especial y magia para mí. Para mi gran sorpresa, mi esposo regresó a casa después de unos días. Entonces nos reunimos y había mucho amor, alegría y paz en la familia. También puede contactar al Dr. okosun a través de emai: okosunhomeofsolution@gmail.com o whatsapp
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