- El viento sur tumba al frío y a la lluvia, reemplazando su dominio de marzo. Abril, esta vez, se abre como en nueva promesa, acaso permanente, mientras contemplo los alrededores de la choza. Un paisaje limpio, angustiado por ese silencio demoledor de ilusiones, pacífico pero férreo. Doblo las rodillas, me siento en paz y acaricio a mis perros o, simplemente, leo y fumo en pipa. Ahora podría jurar que esa quietud de los días de viento va a acompañarme siempre. Pero sabemos del frío de mañana, del granizo, de la leña necesaria y abundante para el invierno. Incluso estamos preparados para alguna sorpresa de verano en forma de tormenta. Y lo fundamental es no perder la posición, respirar, sonreír ante la indiferencia de este mundo, devolviéndole el silencio. Y pensar en todos los hombres y mujeres, de todos los tiempos, que han dado, con su presencia, consuelo. Y orar por ellos. Los que iluminan una habitación, los que animan una fiesta. Yo no pierdo la sonrisa. Me la impongo cada día frente a este cielo de nubes rotas por el sol. Y pienso en X. Y lo acompaño en su viaje por la vida. Y en la vuelta al mundo de Z. Y en toda la ilusión que creamos entre las dos casualidades que nos justifican.
jueves, abril 17, 2008
sábado, abril 12, 2008
El Tren
A falta de más cálida compañía y apaciguado por las horas nocturnas. Así debía ser. Sin más extremos que la palabra escrita, leída lentamente, críticamente. Es Mishima y es Lucrecio. Uno con sus paranoias tradicionales, con un regusto por la estética de morir: jóvenes samurais, bellamente derrotados, se abren el vientre con sus espadas tras un apropiado ritual. El romano, sin embargo, nos llama a analizar el mundo sin la capa religiosa. Los dos han muerto. Se trata, como siempre, como en todas las épocas pretéritas, de elegir entre el ideal y lo real; entre la vida como medio y como fin. No me conmueve la descripción del japonés. Lucrecio nos presenta la temática aguafiestas ya conocida: el materialismo. El alma es mortal. Adiós muy buenas. No por ser cierto debería consolarnos. No es su intención. Con eso está todo dicho.
Mientras leo, con la radio como fondo, apenas audibles los murmullos de tertulianos y “expertos”, que no son nadie comparado con los clásicos. ¿Se trata de idiotizar? Pues sí. Paso las páginas de Mishima. El joven Isao visita al teniente Hori, con la esperanza de que éste le dé la oportunidad de morir con honor, con una meta: el golpe de estado. Yo suelo entregarme mucho a lo que leo, pero a esto se le ven los pliegues: ¿es Mishima un fascista? Eso parece, pero creo que un análisis de ese tipo sería incompleto. Mishima quiere morir. ¿Hasta qué punto el ideal samurai del japonés es una excusa? No lo sé. Por supuesto su talento está presente en cada página, con ese ritmo y ese halo tenebroso que lo inspira tras lo evidente de la trama.
Hablan en la radio (levanto la cabeza de la página) de la composición del nuevo gobierno de Zapatero. Pienso en el tren, del que hablaba el otro día Juan Manuel de Prada elogiosamente, como su medio de transporte preferido. Agustín García Calvo comparte con él esa pasión. Los dos son de Zamora. ¿Coincidencia? Hay importantes cambios en el ejecutivo. La edición de “La naturaleza de las cosas” de Lucrecio corre a cargo de García Calvo. Su introducción nos explica de qué va el tema: un seguimiento de la filosofía epicúrea. Posiblemente, como ya he dicho antes, el hombre repita una y otra vez su dilema más importante: ¿Mito o Logos?, quizás vulgarmente reconvertido más tarde en ¿Cristianismo o Paganismo?
El pensamiento de García Calvo le lleva a imaginar un mundo sin automóviles. El tren mantiene el anonimato (esto lo digo yo, no él) y es más limpio y más humilde y se confunde bien con el paisaje, sin profanarlo.
Las dos de la mañana. Se acabó por esta noche. Dejo a Lucrecio en el suelo, sobre Mishima y apago la luz. La radio, no. Sigue sonando y oigo un programa de cine en el que se elogia a Heston, recientemente fallecido. Luego seguirán con los ministros, digo.
Mientras leo, con la radio como fondo, apenas audibles los murmullos de tertulianos y “expertos”, que no son nadie comparado con los clásicos. ¿Se trata de idiotizar? Pues sí. Paso las páginas de Mishima. El joven Isao visita al teniente Hori, con la esperanza de que éste le dé la oportunidad de morir con honor, con una meta: el golpe de estado. Yo suelo entregarme mucho a lo que leo, pero a esto se le ven los pliegues: ¿es Mishima un fascista? Eso parece, pero creo que un análisis de ese tipo sería incompleto. Mishima quiere morir. ¿Hasta qué punto el ideal samurai del japonés es una excusa? No lo sé. Por supuesto su talento está presente en cada página, con ese ritmo y ese halo tenebroso que lo inspira tras lo evidente de la trama.
Hablan en la radio (levanto la cabeza de la página) de la composición del nuevo gobierno de Zapatero. Pienso en el tren, del que hablaba el otro día Juan Manuel de Prada elogiosamente, como su medio de transporte preferido. Agustín García Calvo comparte con él esa pasión. Los dos son de Zamora. ¿Coincidencia? Hay importantes cambios en el ejecutivo. La edición de “La naturaleza de las cosas” de Lucrecio corre a cargo de García Calvo. Su introducción nos explica de qué va el tema: un seguimiento de la filosofía epicúrea. Posiblemente, como ya he dicho antes, el hombre repita una y otra vez su dilema más importante: ¿Mito o Logos?, quizás vulgarmente reconvertido más tarde en ¿Cristianismo o Paganismo?
El pensamiento de García Calvo le lleva a imaginar un mundo sin automóviles. El tren mantiene el anonimato (esto lo digo yo, no él) y es más limpio y más humilde y se confunde bien con el paisaje, sin profanarlo.
Las dos de la mañana. Se acabó por esta noche. Dejo a Lucrecio en el suelo, sobre Mishima y apago la luz. La radio, no. Sigue sonando y oigo un programa de cine en el que se elogia a Heston, recientemente fallecido. Luego seguirán con los ministros, digo.
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