Necesito ver de nuevo Mary Poppins. Lo necesito como el comer, y no por romanticismo, al contrario. El otro día, mientras sacaba la basura, me sorprendí a mí mismo tarareando la canción del deshollinador: la mítica “Chim Chim Chery”. Lo que al principio comenzó como una obsesiva repetición intracraneal, se convirtió poco a poco en amargura, como quien encuentra un gusano en la ensalada. Me dije: “no es posible” y corrí a ver el video en concreto de esta escena.
Al acabar de verlo, me asolaron dos ideas, en principio contrapuestas.
La primera es que, con esta escena, se quiere mostrar un oficio, a priori, tan desagradecido, como algo maravilloso, poseedor de fortuna (baraka) y, contra todo pronóstico, divertido, desde la mejor de las intenciones.
La segunda es menos optimista. Temo que se muestre una sociedad hostil, desde un prisma voluntariamente maquillado, perfectamente acondicionado para eliminar de él cualquier tipo de crítica.
Las dos ideas son peligrosas. No sé con cuál quedarme. Por eso necesito ver esta película otra vez. Porque Mary Poppins narra una ilusión y, podría ser en realidad, una semilla al inconformismo, un primer escalón hacia la crítica social. Hay elementos en los que apoyarse: madre sufragista, el incidente del niño con el banco, etc. Sin embargo, las dos ideas anteriores pueden significar dos cosas completamente plausibles: O bien, el canto del deshollinador es un canto feliz, o es ácido, como si, en el fondo, supiera que lo que dice es un deseo más que una realidad; que, de hecho, ese buen hombre que le estrecha la mano o esa mujer que le lanza el beso desde el coche de caballos, en el fondo, lo despreciaran.
Tengo que verla. Os iré contando.
2 comentarios:
ya la has visto?
Aún no. A ver si antes de que acabe la semana...
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