Ernesto Cardenal posee la mirada del
que añora tiempos mejores, o una razón que le estuvieran quitando.
A sus 87 años, el poeta ya sólo puede aguardar buenas nuevas -en
este mundo y en el otro-, enfundado en su barba de combatiente, su
boina de Guevara y la voz suave de cura. Amarrado a la fe y a sus
referencias, evoca a los viejos maestros, y habla de Dios y de
marxismo. Aquel nicaragüense cosmopolita que decidió ingresar un
día en la Trapa, siguiendo a Thomas Merton, para olvidarse del amor
cómodo y burgués de su tierra. Cardenal es la pluma, el fusil y el
ministerio. Es el Evangelio elaborado, reescrito para darle razón a
una Nicaragua alzada en armas contra Somoza. Y es Marilyn Monroe, y
la Generación Beat, desde la opción por los pobres y la Iglesia,
que es tanto como pretender abarcarlo todo. El poeta digirió el
copioso siglo XX sin guardarse nada. Hincó las rodillas, severamente
reprendido por Wojtyla, y estrechó la mano a Philip Lamantia, poeta
católico y fumador de marihuana, que un día quiso ser bautizado por
el escritor. Tuvo tiempo para eso y más. Trató a Jomeini, a Fidel,
a Edén Pastora y a Carlos Martínez Rivas. Nunca dejó de ser un
señorito de Managua, que acudía los domingos a la misa de doce de
la catedral (“la misa de moda”) y leía versos regados de licor
en compañía de guitarras y señoritas en la noche caribeña. Soñó
mucho y escribió mucho y él dice que no ha evolucionado nada, que
sigue como a los quince años. Poco importa. No es un literato, sino
otra cosa. Es puro siglo XX, con la ingenuidad que dan tantos años
de derrota. Para muestra, sus memorias en tres tomos llenos de un
cristianismo con aroma a pólvora y juventud martirizada. Hoy la
poesía ha vuelto la mirada a Ernesto Cardenal, pero eso es quedarse
corto.
http://www.youtube.com/watch?v=U7BdZUwm47s
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