“La
política es el arte de la convivencia, no el arte de cambiar al hombre”. Octavio
Paz (México, 31 de marzo de 1914-19 de abril de 1998).
Es un viejo libro,
curtido por el tiempo y la lectura. Descansa en una estantería del pasillo,
escoltado por otros volúmenes, en el hogar donde ya sólo queda el padre. Se
trata de un ejemplar de portada blanca y páginas llenas de anotaciones y frases
subrayadas. La edición de 1981 de ‘El ogro filantrópico’, de Octavio Paz
(Ciudad de México, 1914-1998), se rescatará del polvo y del olvido, siempre que
la actualidad merezca pausa y reflexión. El hijo lo encontró en plena
adolescencia, cuando su realidad era la lucha entre la izquierda y el abismo.
“¿Es progresista?”, preguntó al padre, buscando una justificación, o un aviso.
“No exactamente, pero es un intelectual fino”, fue la respuesta. En portada, la
amenazante figura de ‘El coloso’, de Goya -o, acaso, de Asensio Juliá, que hasta
ahí se extiende la polémica-, se opone a la vulnerable huida de los hombres. El
monstruo, ser excesivo, como metáfora del peso del estado, verdadero
antagonista del escritor mexicano y enemigo de la libertad.
Evocar hoy la lectura
de ‘El ogro filantrópico’, en plena celebración del centenario de Octavio Paz,
es, sobre todo, un ejercicio de melancolía. La memoria vuelve a las noches en
familia, a las veladas lectoras de padre, madre e hijo, cuando todo estaba aún
por demostrarse y la vida era promesa sin concreción. A los primeros ejercicios
literarios del hijo, torpes y sentimentales, al despertar del “sueño dogmático”.
Eso es, precisamente, ‘El ogro…’: una
colección de ensayos, una aproximación libre al hecho político. En
definitiva, la mirada crítica de un poeta a la actualidad de los años 70 del
siglo pasado. La escritura de Paz pretende abarcarlo todo: México, América
Latina, la Unión Soviética…Su tesis: la defensa del intelectual como figura al
margen del poder, siempre crítica frente a cualquier reducción, a cualquier
militancia. “La ‘literatura comprometida’ -pienso, sobre todo, en el mal
llamado ‘realismo socialista’- al ponerse al servicio de partidos y estados
ideológicos, ha oscilado continuamente entre dos extremos igualmente nefastos:
el maniqueísmo del propagandista y el servilismo del funcionario. (…) No ha
servido para liberar, sino para difundir el nuevo conformismo que ha cubierto
el planeta de monumentos a la revolución y de campos de trabajo forzado”, dice
el premio Nobel en su prólogo, titulado ‘Propósito’, para, a continuación, añadir
varias perlas: “El arte rebelde del siglo XX no ha sido el arte oficialmente
‘revolucionario’, sino el arte libre y marginal de aquellos que no han querido demostrar sino mostrar”. Sigue: “La literatura política es lo contrario de la
literatura al servicio de una causa. Brota casi siempre del libre examen de las
realidades políticas de una sociedad y de una época: el poder y sus mecanismos
de dominación, las clases y los intereses, los grupos y los jefes, las ideas y
las creencias”.
Para Octavio Paz, “la
gran realidad del siglo XX es el estado. Su sombra cubre todo el planeta. Si un
fantasma recorre al mundo, ese fantasma no es el del comunismo, sino el de la
nueva clase universal: la burocracia”. Contra ella (y a pesar de ella) debe desarrollarse
la labor intelectual. Los escritores tienen la obligación de situarse más allá del
poder para no verse arrastrados por la comodidad acrítica o la queja dogmática.
En el centro de su interés, siempre México: su tradición y su presente. El
dominio del Partido Revolucionario Institucional y la especificidad de un país
cuyo origen, bajo la influencia española y clerical, se mantuvo alejado de la
novedad histórica. “México nace contra el mundo moderno”, señala Paz. Y añade:
“Desde el siglo XVI nuestra historia, fragmento de la de España, había sido una
apasionada negación de la modernidad naciente: Reforma, Ilustración y todo lo
demás”.
En el intento de
alcanzar el tren de los tiempos, México se deja jirones de su propio ser,
paralizado por el ‘gran otro’ que representa Estados Unidos. Esa preocupación
por la identidad lleva a Paz a escribir ‘El laberinto de la soledad’, uno de
sus ensayos imprescindibles, redactado en París a finales de los años 40.
“Quise responder a la pregunta: ¿por qué somos como somos?”, explicó más tarde.
En ‘El ogro filantrópico’, el autor actualiza su visión del país,
dramáticamente marcado por la masacre de estudiantes en Tlatelolco en 1968, que
provocó su dimisión como embajador en India. El impacto histórico de este
acontecimiento obliga a México a replantearse la lealtad a sus instituciones,
entre ellas, la “unanimidad” que representa el PRI en su imaginario político.
La
conversación
La obra ensayística de
Octavio Paz es, sobre todo, una conversación y una advertencia. La izquierda
intelectual aparece en sus artículos como única interlocutora válida, en su tenaz
reivindicación de la democracia formal, la libertad y el estado de derecho,
conceptos a menudo obviados por los análisis progresistas, impulsores de la
revolución frente a las reformas en un continente que sufre la plaga de las
dictaduras militares y la desigualdad económica y social. En su larga
entrevista con Braulio Peralta, Paz resalta su compromiso: “Vengo del
pensamiento llamado de izquierda. Fue algo muy importante en mi formación. No
sé ahora… lo único que sé es que mi diálogo -a veces mi discusión- es con
ellos. No tengo mucho que hablar con los otros”.
‘El ogro filantrópico’
reúne trabajos publicados por Octavio Paz en ‘Plural’ y ‘Vuelta’, dos revistas culturales
de carácter liberal fundadas bajo la inspiración del escritor. Asimismo, recoge
textos enviados a otras publicaciones latinoamericanas, con los que quiso
participar en el debate intelectual de su tiempo. Los artículos ‘Los campos de
concentración soviéticos’ y ‘Las ‘confesiones’ de Heberto Padilla’ son claros
ejemplos de su actitud combativa. En el primero denuncia el silencio de la
izquierda ante la evidencia criminal del Gulag. En el segundo defiende la
independencia del intelectual frente al poder, a través del caso del poeta
cubano, obligado por el régimen de Castro a autoacusarse, en una dramática y
televisada comparecencia pública, de “actividades contrarrevolucionarias”.
La confrontación
ideológica y, consecuentemente, artística, que lleva a Paz a distanciarse de
manera radical de la izquierda revolucionaria se inicia pronto. Son tres los
episodios clave en el divorcio: los Procesos de Moscú (1936-38), el Pacto
Germano-Soviético de 1939 y el asesinato de León Trotski en 1940. La brecha que
se abre entonces entre la teoría y la práctica comunista acaba por desencantar
al por entonces joven escritor mexicano. Paz abandona el periódico izquierdista
‘El Popular’ y rompe su amistad con Pablo Neruda. “Me quedé muy solo”, comentó.
Poco antes, había participado en el Congreso de Intelectuales Antifascistas,
celebrado en Valencia en 1937, en plena Guerra Civil española.
Pese a que la posterior
trayectoria ensayística de Octavio Paz ocasionó frecuentes revuelos entre el
progresismo oficial -no faltaron las acusaciones de reaccionario y
filofascista-, sus convicciones nunca se alejaron completamente de la izquierda
democrática. El escritor mexicano Jorge Volpi lo recordaba en un artículo
reciente: “En el fondo, Paz siguió siendo un socialista: un socialista
democrático que sólo a regañadientes era liberal en términos económicos”. Esa
actitud se refleja también en ‘El ogro filantrópico’: “El socialismo es quizá
la única salida racional a la crisis de Occidente -dice-. Pero, por una parte,
me niego a confundir al socialismo con las ideocracias que gobiernan en su
nombre en la URSS y en otros países. Por otra parte, pienso que el socialismo
verdadero es inseparable de las libertades individuales, del pluralismo
democrático y del respeto a las minorías y a los disidentes”.
La
libertad
Es, sin embargo, en el
artículo titulado ‘Los propietarios de la verdad’ -en el que Paz destaca el
paralelismo ideológico de dos ortodoxias históricas: el cristianismo y el
marxismo-, donde el poeta expone una defensa sin fisuras de la libertad frente
a las soluciones totalitarias: “La libertad no es ni una filosofía ni una
teoría del mundo; la libertad es una posibilidad que se actualiza cada vez que
un hombre dice No al poder, cada vez
que unos obreros se declaran en huelga, cada vez que un hombre denuncia una
injusticia. Pero la libertad no se define: se ejerce. (…) La libertad no es la
justicia ni la fraternidad, sino la posibilidad de realizarlas aquí y ahora.
(…) La unión entre democracia y libertad ha sido el gran logro de las
sociedades modernas desde hace dos siglos. (…) Su unión produce la democracia:
la vida civilizada”.
Esa pasión por la
libertad la traduce Paz durante las décadas siguientes en un insistente
anticomunismo que le lleva a saludar con euforia la elección de Ronald Reagan
como presidente de Estados Unidos, así como la labor ‘liberalizante’ de otros
mandatarios internacionales, Felipe González incluido. Sin embargo, esa opción
postestatista no lo convierte en un defensor a ultranza del liberalismo
económico. Es más, Paz no pierde ocasión de criticar la mercantilización que
impone la vida moderna. En un coloquio televisivo, señala su desacuerdo con las
sociedades occidentales “encadenadas al culto del éxito, del dinero,
movilizadas por la propaganda, por el consumo… En el campo de la literatura, la
concepción meramente productivista y mercantil se sobrepone a la verdadera
creación”.
No obstante, el premio
Nobel debe enfrentarse a la habitual suspicacia que despierta su compromiso
intelectual entre sus adversarios. ¿Por qué mirar tan lejos -el Gulag y Europa
del este- y obviar lo cercano, las dictaduras militares que cubren América
Latina de cadáveres y tiranías criminales? Aunque Paz niega la mayor y opone a
esta visión reduccionista los artículos y reportajes publicados en su revista
‘Plural’ sobre Argentina, Chile o la política internacional de Estados Unidos, va
más allá. Advierte que, si bien la inmensa mayoría de los intelectuales ve a
los gobiernos chileno o argentino como estructuras homicidas, no sucede lo
mismo con los estados satélite de la Unión Soviética. Esa circunstancia supone
para Octavio Paz un problema ideológico de primer orden y considera su deber
combatir la indulgencia de la izquierda hacia el ‘socialismo real’.
“Como escritor –afirma-
mi deber es preservar mi marginalidad frente al Estado, los partidos, las
ideologías y la sociedad misma. Contra el poder y sus abusos, contra la
seducción de la autoridad, contra la fascinación de la ortodoxia”. Su postura
le lleva a desconfiar de los compromisos militantes. “Las soluciones totales
fascinaron a los intelectuales”, dice. No es su caso, si bien en sus últimos
años insiste en la defensa de los valores pluralistas y democráticos, moderando
su crítica al papel hegemónico del PRI en la política mexicana. Consideró
necesario, entonces, apoyar la democratización desde dentro del propio sistema,
sin prestarse a ninguna aventura rupturista y sin integrarse en los órganos del
poder. De ahí el ‘mal trago’ que le hizo pasar su amigo Mario Vargas Llosa,
cuando éste aseguró en un programa de televisión que México era “la dictadura
perfecta”. Paz exigió al peruano, en ese momento, precisión conceptual. “Se
trata de un sistema hegemónico de dominación”, matizó.
Cuatro años antes de su
muerte, tiene lugar el alzamiento zapatista en Chiapas. Lo condena el anciano escritor,
como una “recaída” en el pensamiento revolucionario ortodoxo, pero evita
pronunciarse con dureza. Comprende el descontento indígena y procura estimular
cauces de diálogo entre el estado y los miembros del EZLN. Es el último Paz,
preocupado por el futuro del mundo, que reclama una recuperación de las
tradiciones socialista y liberal para afrontar con garantías los desafíos del
nuevo milenio.
La
postura
En la actualidad,
sumergido Occidente en una nueva crisis económica, institucional e, incluso,
moral, resulta difícil sumarse a la opción que propone Octavio Paz en sus
escritos políticos. No parece ser tiempo para la moderación y la prudencia.
Quizás, desde la época de entreguerras en el siglo XX, nunca el pensamiento
democrático y pluralista ha estado tan en entredicho entre la inteligencia
europea. En este sentido, el caso español es paradigmático. Cualquier discurso
que proponga una reforma profunda en la estructura representativa del estado
está condenado a recibir duros ataques cargados de cinismo. El ambiente,
enrarecido, parece más proclive al triunfo de las tesis revolucionarias, que al
estudio pausado de los males que aquejan al país. Pero, ¿es realmente posible
escapar de la avalancha radical?, ¿puede un hombre o una mujer en paro,
amenazados por la pobreza y las preocupaciones meramente alimenticias, hallar
luz en las propuestas del escritor mexicano? La respuesta la da el mismo Paz:
“Mis escritos políticos están fechados y no están destinados a durar. Yo no soy
un pensador político: soy un hombre con ciertas ideas políticas y con algunas
opiniones. No ofrezco a mis contemporáneos un sistema o una filosofía. Mis
opiniones son circunstanciales y, en cierto modo, pragmáticas. Son el resultado
del ejercicio de mi libertad como ciudadano”.
Es tentador, sin
embargo, establecer un paralelismo entre aquéllos que, durante el siglo XX,
obviaron los valores universales en su búsqueda de un ‘bien mayor’ totalitario
y los que hoy responden con una mueca de desprecio a la simple mención de
conceptos como libertad, pluralismo y estado de derecho. A un lado y a otro del
espectro político, se suceden las descalificaciones, los insultos. El clima se
envilece.
Precisamente, es ahí
donde la aportación ensayística de Octavio Paz alcanza su verdadera
importancia. Contraponiendo su posición a la de Jean Paul Sartre, el autor de
‘El ogro filantrópico’ no deja lugar a dudas: “Hay quien piensa que los valores
son relativos y hay quien piensa que, en cierto modo, son absolutos. Yo, aunque
soy muy desconfiado al hablar de absolutos, sí creo que en la moral del hombre
no es imposible distinguir el bien y el mal. La postura de Sartre me pareció
repulsiva. Quiso fundar una moral sobre la relatividad de la historia. Yo no lo
creo. En nuestro siglo se han producido grandes crímenes históricos: nazismo,
estalinismo, la bomba atómica sobre Japón… Esto no se puede justificar sobre
valores relativos”.
El mundo de las letras
celebra el centenario de Paz en un tiempo en el que los ogros parecen haber recuperado
su hambre y agresividad. Embebidos de geoestrategia, campan a sus anchas sin
que ninguna razón democrática tenga fuerza para detenerlos. Es Ucrania y es
Venezuela. Rusia y Estados Unidos. Y es España. El premio Nobel, el poeta, que
trató de descorrer el velo de los totalitarismos, no pudo anticiparse al
nihilismo contemporáneo. Las grandes potencias se enfrentan sin ideas que las
justifiquen. ¿Quién le pondrá nombre, esta vez, al enemigo?
* Artículo publicado en la Revista Dartes (http://www.revistadartes.com/).
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