No se engañen: el
antisemitismo no nació el pasado 8 de julio, con el inicio de la operación
israelí ‘Margen Protector’ en Gaza.
El antisemitismo -o, para
ser más precisos, el antijudaísmo- aparece en la historia de Occidente bajo
muchas formas, emboscado y voraz, siempre dispuesto a señalar, a expulsar y, en
última instancia, a exterminar a un pueblo que ha representado, durante dos mil
años, el papel de ‘Gran Otro’, la némesis de la cristiandad y sus naciones. Primero,
se le acusó de haber conspirado contra Jesús de Nazaret, de asesinar a niños en
oscuros rituales (el Santo Niño de la Guardia, Dominguito del Val…) y de
proselitistas, traidores al gran pacto con Dios y negadores de su Hijo. Más
tarde, y consecutivamente, de gestar el comunismo y el capitalismo financiero y
de ‘ensuciar’ la tierra de los arios. El resto es historia y cámaras de gas.
Sin embargo, los brotes
de esta enfermedad cobran en España una importancia relativa. Como país política
y geográficamente insignificante, sus debates internos y sus artículos de
opinión carecen de impacto real. Que un anciano escritor firme un texto
obscenamente racista en uno de los principales periódicos patrios o que Twitter
se llene de insultos al judío es incómodo, pero inofensivo para, digamos, el
ciudadano medio de Haifa. La respuesta, desapasionada, debe buscarse en el Código
Penal. No vale la pena añadir nada al trabajo de los tribunales ante ésta y
otras formas de xenofobia.
La osadía, ese rasgo
tan nuestro, permite, en todo caso, salidas de pata de banco y crueldad contra
un grupo humano del que, en España, no se sabe absolutamente nada. Es más, el
hecho de que la nación se forjara a través de la catolicidad -con el
consiguiente rechazo a los judíos, musulmanes, protestantes y liberales de todo
pelaje-, es un capítulo no obviado, sino, casi con toda seguridad, desconocido
para muchos. El analfabetismo es tenaz.
La tontería de la ‘Piel
de toro’ no niega, en absoluto, la peligrosa situación que atraviesan las
comunidades en Europa. El asesinato de cuatro personas (tres de ellas, niños)
en una escuela judía en Toulouse en 2012 y los cuatro muertos en el ataque al
Museo Judío de Bruselas el pasado 24 de mayo alertan de una situación que las
autoridades deben prevenir y atajar con absoluta contundencia.
A mi juicio, sería un
error tratar de desactivar el antisemitismo rampante con justificaciones o
militancias paranoicas y acríticas en defensa de Israel. Los que odian al judío
no esperan análisis estratégicos, cúpulas de hierro (o de tinta), ni procesos
de paz. Hoy, la excusa es Gaza, mañana, ¿quién sabe? Corresponde al pueblo
judío (y no a sus agresores) decidir su posición en el mundo.
1 comentario:
Publicar un comentario