Los aficionados al cine saben perfectamente que,
frente a la cámara, el mayor error del intérprete es la sobreactuación. Nada
resulta más nocivo para una película que la visión de un grupo de actores
exagerados, envueltos en su drama hasta el paroxismo. Cualquier papel apetitoso,
cualquier perla artística, se indigesta en la piel del insensible. Es algo bien
conocido y no vale la pena insistir en ello.
Eso sí, este mal no limita su campo de acción al
celuloide. Hay intérpretes de otro tipo, acaso sin tanto glamour, pero
igualmente malignos para el devenir del género humano. Me refiero, por
supuesto, a esos creyentes del llamado Estado Islámico, que, de la lectura del
Corán, concluyen una llamada a la decapitación. Ojo, que no me engaño.
Reconozco haber leído una versión española un tanto seca del libro sagrado del
Islam (¿quizás la de Cortés?), que no respeta la musicalidad y poesía de la recitación
árabe. Pero, ni siquiera en mis noches más oscuras, he podido hallar algo que pueda
aproximarse a una justificación de las violaciones, masacres y genocidios
perpetrados por los nuevos ‘fieles’ iraquíes y sirios. El Corán no es, desde
luego, un texto 'New Age', que susurra palabras de amor a sus lectores. Al
contrario. Las amenazas y exigencias son constantes en sus páginas. El paraíso
y el infierno aparecen como realidades sensibles, durísimas. Dios no es un
padre amoroso, sino un amo inquisitivo y justiciero, que recuerda al Yahvé de
la Biblia judía, más que a ese amor incondicional que puebla las páginas del
Nuevo Testamento. Por ese motivo, la querencia de los sufíes por la unión mística con la divinidad, la vocación del murciano Ibn Arabi o el persa Rumi, pueden ser exageraciones, delirios, sí, pero no hasta ese extremo.
No es, en definitiva, un Dios voraz que se deleite ante
la visión de la sangre derramada de dos periodistas, de la crucifixión de los
no creyentes. Y de los niños.
Esto lo digo yo, que no soy nadie: un tipo español,
que, igualmente, considera que no cabía justificación para la condena a Salman
Rushdie, para el 11 S o el 11 M… Para las lapidaciones de mujeres o el
ahorcamiento de homosexuales en grúas. Corresponde a los musulmanes de bien la
crítica, la lucha contra el fanatismo, contra el terror. Es su responsabilidad recuperar el Islam
como ética, rescatarlo del fango donde los terroristas lo arrojan a diario,
ignorando su mensaje, que no pide sangre.
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