viernes, agosto 14, 2015

Belleza*



La amistad se despereza en verano e invade las terrazas. La temperatura es propicia, los ánimos reclaman aire libre, cañas y conversación. Algunos, quizás, prefieren tinto con gaseosa o un albariño que refresque las ideas y suelte las lenguas; acaso, una de rabas para no beber con el estómago vacío. Todo es posible. Sobre la mesa poco iluminada -lo dice mejor Gil de Biedma: “con la botella/ medio vacía, los ceniceros sucios,/ y después de agotado el tema de la vida”-, los amigos posan su verdad íntima de muchos años. Nadie puede penetrar en ese espacio en el que, poco a poco, asoma la madrugada. El placer compartido, el lenguaje propio que no se deja arrebatar por las consignas o los discursos. Las interrupciones, las carcajadas que rematan una anécdota. Estamos todos juntos, que también evocaba el poeta barcelonés en otro de sus versos. Lo estamos y nos basta.
Uno piensa en ello sentado en una butaca de la sala Argenta del Palacio de Festivales de Santander, mientras la Orquesta Sinfónica de Castilla y León interpreta el tema principal de la banda sonora de la película ‘La vida es bella’, compuesta por Nicola Piovani. Sorprende comprobar cómo los cambios sociales y políticos afectan a la opinión generalizada sobre una obra de arte. En el momento de su estreno -año 1997-, todo fueron elogios hacia Roberto Benigni y su peculiar versión del Holocausto. Ya saben: un hombre trata de convencer a su hijo de que la espantosa experiencia que ambos viven como prisioneros en un campo de exterminio nazi es, en realidad, un concurso.
Los ‘felices noventa’ propiciaron estas aproximaciones optimistas a la catástrofe. Occidente, liberado de la Guerra Fría, no tenía ganas de sufrir. No era tiempo de crisis económica y el yihadismo no había golpeado aún en el corazón de Europa y de Estados Unidos. Hoy, todo ha cambiado. Para empezar, ‘La vida es bella’ se recuerda con desdén. Lo políticamente correcto rechaza la “frivolidad” con la que Benigni retrata la Segunda Guerra Mundial. El humor parte ya de la ideología. Es siniestro, no cabe duda, pero eficaz.

Lo interesante, sin embargo, de ‘La vida es bella’ es su reivindicación del lenguaje privado frente al avance inmisericorde del totalitarismo. Los protagonistas se comunican sin asumir el rol que les imponen sus represores. Ese es el hallazgo, la virtud extraordinaria de la cinta. Quizás, valga la pena rescatar hoy esa actitud, recuperar los espacios donde la ortodoxia aún no penetra y combatir el pensamiento único. Un almuerzo, una cena o un paseo, sin que quepan expresiones como “empoderamiento”, “soberanía”, “derecho a decidir”, “reestructuración de la deuda”, “bolivarianos”… La mesura y el respeto; la confianza de sentarse juntos contra la lógica artificial del mitin y el eslogan; es decir, del conflicto. La felicidad que brota en verano, en buena compañía, sentados a la mesa. Para disfrutar de la belleza que ellos desconocen

*Columna publicada el 13 de agosto de 2015 en EL DIARIO MONTAÑÉS. 

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