Los hay que sobran, que sobramos. Se
demuestra en el descaro del poder y en la apatía que provoca la insurrección de
las mareas. Todo es hoy repetitivo y cínico, esto lo sabe todo el mundo. O,
quizás, se trate de una simple cuestión de perspectiva. Los años sesenta
tuvieron su brillo porque los frutos de la protesta fueron más estéticos que
políticos. Al fin y al cabo, la placidez de las clases medias es la que alumbra
el bienestar. La grandeza o el carisma, igualmente, brotan del entusiasmo. Y no
hay entusiasmo en la urgencia de quien se reconoce prescindible. Daniel
Cohn-Bendit, Jerry Rubin o los Provos holandeses, por ejemplo, bombardearon con
flores a los futuros ejecutivos de la revolución conservadora, seguros en su
red de becas y pisos de bajo alquiler. ¿Para quién hablan hoy los portavoces de
la ‘Nueva Política’? Por no haber, no hay ya ni un Dylan oportuno o un Lennon
encamado por la paz. Eso sí, aparecen los ‘hombres y mujeres de la cultura’
firmando manifiestos por la unidad popular y encabezando marchas. La realidad anestesia.
La Europa de la precariedad enarbola
banderas de otros tiempos, se enreda en estrategias que poco pueden hacer
contra la expansión del dinero y la firmeza productiva de Asia. Nada está hecho
ya para nosotros. Nos damos cuenta y caemos en la desesperación de una juventud
que no se siente protagonista de la historia, ni siquiera partícipe. La padece;
eso ya es bastante.
El joven mira a los lados con ansiedad.
¿Dónde colgar el sombrero? Sobre su cabeza, el planeta Kepler-452b,
recientemente descubierto por la NASA, mayor en tamaño y en edad, pero similar
a las características de nuestra vieja amiga la Tierra. A sus pies, la flamante
explanada de Gamazo, con sus cuarenta tumbonas, sesenta y tres árboles y más de
mil plantas. Un espacio limpio y elegante, con ese toque ordenado y
confortable, abierto, de las nuevas formas de descanso occidental. Parece el patio
de un ‘spa’ o la terraza de un restaurante de comida mínima. Los vecinos pueden
disfrutarlo, como disfrutan de los nuevos Jardines de Pereda. Pero no nacen
para ellos, sino para saciar un prurito de sofisticación o la histeria de
algunos por situar a Santander en determinados mapas. El paseo es admiración y
no descanso. Como en un museo o como en Palmira antes de la Yihad.
No somos capaces de asumir el cambio.
Hay una protesta, un grito que pretende rescatar al ser humano de su extinción
familiar, ociosa (¡bendito ocio!) y colaborativa. Más que la revuelta, se busca
el sacrificio: el gran tabú de nuestra cultura, la desaparición de quien
molesta y estorba en el camino hacia el Edén. Son los aficionados a los toros,
los votantes, los homosexuales, los madridistas, los curas, los directores de
cine, los indignados, los solitarios… Resistir a esa llamada es nuestra última
opción de humanidad.
*Columna publicada el 29 de julio de 2015 en EL DIARIO MONTAÑÉS.
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