Parece mentira que este sea aún el lugar
de la felicidad posible, de las cosas que nos dan aliento a pesar del dolor. La
vida adulta irrumpe en nosotros, ennegreciendo la escena y pudriendo los
melocotones. Hoy, tantos años después, el sol parece dar menos luz y hemos
olvidado lo mucho que duran las tardes de verano entre amigos o el olor a
hierba mojada durante la excursión. Que sea lógico, que apenas pueda expresarse
otra queja que el mero encogerse de hombros, no le quita gravedad al asunto.
Sin embargo, no se trata sólo del tiempo
sin tregua, de los objetivos que van sucediéndose en el esfuerzo de la
juventud. Hay algo mucho más profundo. Deberíamos admitir, quizás, que ahora
estamos demasiado cerca unos de otros y que la insistencia en una conversación
impide que comiencen otras. Las redes sociales son la expresión más reciente de
este fenómeno; la vida es sólo la excusa para un tuit.
Los partidos lo han comprendido
perfectamente. Ellos saben que el mundo se ha estrechado y que su voluntad se propaga
ya por todos los espacios de la sociedad, como la Nada sobre la Fantasía de
Ende. Así se explica que la presencia digital de los políticos no sirva -como
se ha dicho- para acercarlos al ‘Pueblo’. Al contrario, muchos ciudadanos
hablan ya como militantes, recogiendo el malestar del país y haciendo suyo el
discurso de la crispación. Mal augurio, desde luego.
En este siglo vulnerable,
cuesta aceptar que aquel territorio consumido y enterrado (el de la casa de los
abuelos, por ejemplo, o el del turrón con la tripa llena) sea el mismo que hoy
habitamos con temor. Ayer, todo parecía más grande y plural; el planeta nos
esperaba como un laberinto lleno de secretos apetecibles. El poder exige ahora
la indignación con fecha de caducidad, la protesta durante un rato. No se nos
permite aquello que no pueda pronunciarse, o enarbolarse, en un mitin. De ahí
que el belén no quepa en la escuela pública -porque podría, dicen, ofender a alguien-,
pero que las papeletas sean siempre bienvenidas. Hasta en Navidad.
* Columna publicada el 25 de agosto de 2016 en El Diario Montañés