Un niño en Madrid se llamará
Lobo. Ha habido susto; nadie puede extrañarse. Malos tiempos para el descaro y
las elecciones. María e Ignacio -los padres de la criatura- sonríen frente a la
cámara mientras se reúne el jurado televidente. Antes de la libertad, los
medios de comunicación exigen siempre un periodo de control y magisterio.
“Vamos a hablar de ello, dice el locutor, es por el bien del país. Descansad,
alguien mucho más sabio tomará la mejor decisión”. La familia del recién nacido
puede ser culpable o ignorante. Para eso está el poder, ¿no lo sabían? Esa
joven pareja parece no haber aprendido a consultar el santoral. Quizás, sus
deseos fueran admisibles en otra España que no sufriese, como sufre esta, el
síndrome de abstinencia después de tantos días sin Gobierno.
Este es el siglo de la
autoridad rediviva y jaleada. Para todo hay que pedir ayuda y, por lo tanto,
permiso; también para llamarse Lobo. Muy lejos quedan los mantras
participativos, los relatos de batallas contra el ogro totalitario. La vida se
estrecha y todo está carísimo. Protegednos, claman los contribuyentes, no
volváis a hablarnos de libertad y de progreso, que nos entra el vértigo. El
individuo parece, hoy, una frivolidad.
La crisis incuba monstruos que
desprecian las instituciones. Se reclama la mano de hierro, la seriedad en la
decisión, más allá de titubeos partidistas o de infinitas campañas electorales.
Putin en el Este, quizás Trump en el Oeste; Europa que se deshace y reproduce
los discursos tribales, arropados, una vez más, en la astenia liberal y
socialdemócrata. En España, las ideologías extremas se relamen gracias al
experimento de Somosaguas y proponen imposturas para avanzar hacia la moqueta,
como ha hecho Pablo Iglesias, su modelo, el líder que salió del pozo. Antisistemas
de todos los colores y neofascistas toman apuntes, aprovechando el desencanto
general.
Si se
pide autoridad, muchos participarán en la subasta. Y no todos -ni siquiera la
mayoría- propondrán un yugo suave. El pueblo empoderado acabará convirtiéndose,
también para los revolucionarios, en la masa analfabeta que ve Sálvame, vota al
‘PPSOE’ y elige mal los nombres.
* Columna publicada el 12 de agosto de 2016 en El Diario Montañés
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