Reconozco que nunca he
tenido muy claro qué opinar sobre el asunto del velo. En principio, parto de la
base de que, en caso de duda, debe primar la libertad del individuo. La
práctica religiosa, por supuesto, se empapa con las costumbres de cada
sociedad, con tradiciones a menudo cargadas de discriminación. Por ese motivo,
creo que, hoy, en pleno siglo XXI, lo más razonable es la religión breve, escueta, sin
excesiva carga dogmática. Que una estudiante, por ejemplo, de
Medicina, decida llevar el velo puede deberse a mil razones. Ninguna de ellas
(quiero pensar) responde a la idea de que el cuerpo tiene que permanecer
oculto, ni al mito de que los varones valen más que las mujeres. Ni siquiera a
ese célebre versículo del Corán que habla de golpear a la esposa contestona. En
la actualidad, una mujer que profesa el Islam tiene derecho a expresar su fe de
la manera que decida, incluso a interpretarla (aunque la doctrina según la cual
el libro sagrado le fue dictado a Muhammad deja poco espacio a la hermenéutica)
y, por supuesto, a vestir como le venga en gana. Pesa mucho, imagino, el modelo
materno y esa querencia por reproducir lo que vemos en otros; es decir, la
tradición. De esta forma, el velo dejaría de ser un crudo instrumento de dominio
masculino para convertirse en otra cosa; en una especificidad cultural,
familiar, con un significado distinto para cada una de las mujeres que lo
llevan. No hay una manera única de ser musulmán. Como no la hay de ser humano.
Pero, claro, aparece el tema
del ‘burkini’ y todo se desmorona. Porque, al ser una prenda de reciente
diseño, no está vinculada a la idea del velo como símbolo religioso e
individual, despojado de referencias cuestionables, sino con su precedente: el machismo de toda la vida y de todas las
tribus. Con el ‘burkini’ ya no se trata de lucir una prenda que expresa la
diversidad del mundo y de las personas, sino de recuperar el primer sentido del
velo: ocultar el cuerpo. Las mujeres que hoy lo llevan son las primeras que lo
hacen, asumiendo que su cuerpo debe permanecer oculto para todo hombre que no
forme parte de su familia. Ése es el punto clave desde donde debemos partir
para analizar este asunto: la posibilidad de que en nuestros países
occidentales, que, en principio, aspiran a la igualdad y al pluralismo en libertad, existan
sectores que cultivan la idea del cuerpo femenino proscrito, del
sexismo como base, primero estética y luego ética, del comportamiento en
sociedad. Y que, para ello, diseñan y producen el 'burkini'. ¿La libertad lo
justifica todo? ¿Incluso la asunción de desigualdades? ¿Es discriminatorio el
‘burkini’? ¿Tenemos derecho a opinar sobre ello cuando esas mujeres lo llevan
libremente? Otro tema envenenado. Todos los son.
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