Yo quería escribir una columna
titulada ‘Herederos’. Se trataba de hablar del último PSOE, de su naufragio
continuado desde hace más de veinte años. La idea general del texto que ya no
va a ser: de Felipe a Pedro, pasando por José Luis; ese descenso ideológico,
esa derrota. Los herederos del título, por supuesto, serían aquéllos que se aprovechan
de la potencia de unas siglas cargadas de historia y compromiso, echando mano
de Tony Blair o de Philip Pettit según pega el aire -o criticando el populismo para
desdecirse cuando cambian las tornas y las lealtades-. Pero, ¿y qué?
El pasado martes, exactamente a
las nueve y media de la noche, el frío nebuloso que penetró en Santander, como
un signo poco esperanzador del próximo invierno, nos sorprendió en la parada
del autobús de la calle San Fernando. Yo sólo podía pensar en prepararme un ‘sopinstant’
mientras consultaba, una y otra vez, el panel de próximas llegadas. En ese
preciso instante, en Estados Unidos, Donald Trump engordaba su bolsa de votos
junto a la discreta Melania, imaginamos que a chillidos de magnate satisfecho
frente a un vaso de whisky caro. Leonard Cohen, según hemos podido saber
después, ya estaba muerto.
Sin duda, el karma se había
resquebrajado, mientras yo le daba vueltas a una columna que debía incluir a
Borrell y aludir al entramado accidentalista de Ferraz. Qué tristeza de la institución
perdida, qué absurdo el enfangarse en otra vuelta de tuerca a la brega española
cuando el mundo se constipa.
El “faro de la sociedad abierta”,
“la tierra de las oportunidades”, ha claudicado prematuramente ante el empuje tribal
de la vieja Europa. La toxicidad autoritaria amenaza con extenderse por el
planeta, ridiculizando los programas necesariamente descafeinados del consenso
liberal y socialdemócrata. Algunos, temerosos de verse relacionados con la contundencia
del nuevo Comandante en Jefe, oponen un populismo bueno, el suyo, dando por
finiquitado “el sistema”. Vienen curvas,
no lo duden.
La victoria de Trump parece
disolvente y peligrosa, pero no por lo que vaya a hacer a partir de ahora; eso
es mera administración, supervivencia sorbo a sorbo. Lo importante es que un
discurso de esas características, centrado en estimular las pasiones más bajas
y directas, es la nueva piedra de toque de la política occidental.
Esta es nuestra herencia. Las interpretaciones
apenas pueden confortar al observador bienintencionado. En política, es difícil
lograr la adhesión unánime. ¿Fue González un buen presidente? ¿Qué me dicen de
Aznar? El paraíso de la gestión es discutible. Eso sí, el infierno es siempre
inmediato, definitivo. El mal puede irrumpir de pronto y descomponer toda buena
empresa. Nos encontramos, dicen, ante un choque entre las “costumbres del viejo
país” (de todos los países) y las últimas ocurrencias de las costas, empapado
todo ello en altas dosis de irresponsabilidad. A estas alturas, hablar del PSOE
es observar la diana cuando ya han tensado el arco.
*Columna publicada el 17 de noviembre de 2016 en El Diario Montañés
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