Una lectura suspicaz de la
Biblia puede llevarnos a la siguiente conclusión: para cumplir su plan, Dios
necesita hacer virguerías, mientras que al Diablo le basta con que las cosas
sean. Las sagradas escrituras remarcan esa distancia terrible entre el Creador,
todopoderoso y siempre espectacular, y la creación débil, fácilmente propensa a
la catástrofe. Es verdad que, a medida que el texto avanza, uno asiste al desnudamiento
de la divinidad; a su conversión en una inmensa fuente de moral contra todas
las amenazas del mundo.
Resulta, incluso, emocionante
caer en la cuenta de ese cambio. El tipo duro desvela sus verdaderas motivaciones:
la reivindicación de lo pequeño, de lo hundido por la injusticia. Pero participa
cada vez menos. La denuncia releva a la ejecución; el susurro sustituye a las
plagas de Egipto.
Lo que no cambia, sin embargo,
es la clave dialógica de la Biblia. Es indiscutible que existe un hilo que
vincula, más allá de la fe, a todos sus redactores; a saber, la preocupación
por el mal y por el dolor, angustias irresistibles para las almas nobles. A
Dios se le pide, se le reza y se le exige misericordia, como Abraham en Sodoma
(“¿en verdad destruirás al justo junto con el impío?”). La posibilidad de la
queja pasa por la previa asunción de la cercanía de Dios, de su intimidad y,
por supuesto, de su libertad. En este sentido, Karl Rahner destacaba al Dios de
Israel que “realiza elecciones y establece diferencias, está cerca o lejos según
su voluntad”. Frente a la cruel naturaleza, se espera una intervención. Pero,
hasta entonces, ¿dónde están los buenos?
La semana pasada, supimos de la
detención de Ángel María Villar. Antes, hemos sabido de otras detenciones. La
lista de presuntos corruptos, de investigados y condenados en España, crece
cada día y rebosa en la retina de cualquier espectador sensible. ¿De dónde sale
toda esta gente? ¿Cómo es posible construir una vida cualquiera -siempre
limitada en tiempo y en salud- sobre los cimientos del saqueo, de la
ramplonería que, antes de mostrarse como estrategia del mal, participa en la
actualidad como paradigma del éxito?
Cada detención televisada nos
confirma en la sospecha de que, en realidad, nadie rechaza el delito, ni deja
de aprovecharse dado el caso. Parece que esta interminable procesión criminal
forma parte de una secuencia lógica de episodios de fama que concluyen
necesariamente con alguna visita a los juzgados. Los buenos, aquí, son escasos
e inservibles.
Vale
la pena insistir: ¿dónde están los buenos? Sin duda, si queda alguno, estará
escondido, apabullado por la competición, acomplejado por la moda y las alabanzas
a la supervivencia en un mundo de asumida infelicidad. También la Biblia dice, ojo,
que sólo Dios es bueno; es decir, que las multitudes que abarrotan, por
ejemplo, los parques acuáticos no merecerían más que tierra y olvido, pero yo
creo que tampoco es para ponerse así.
* Columna publicada el 28 de julio de 2017 en El Diario Montañés