Hay en
la historia una apariencia de solidez que derrota por comparación a este
presente parcelario. Quizá sea cosa del formato elegante o de la encuadernación
de los relatos antiguos, que duermen cosidos a la voluntad de los grandes
nombres. Aquellos episodios, pensamos, tan incontestablemente trágicos que
cubrieron el mundo de sangre, poseían el empaque de las cosas definitivas y de
los héroes imprescindibles. Da la impresión de que sus efectos fueron
inevitables, que no había forma de eludir los campos de batalla, todos los
mataderos, que nos han marcado como especie. La violencia parece hoy
domesticada, acaso infantil, superados, dicen, los tiempos de la gran
turbación. Los portavoces obvian o inflaman el crimen con idéntico entusiasmo.
Un ingrediente destaca por algún motivo y hacia allí enfocamos la mirada y
nuestra indiscreción. Pero olvidamos pronto.
La
memoria tiene sentido siempre que el pasado se guarde en una habitación
cerrada, sin que pueda penetrar en nuestro frágil territorio. La interrupción
de la secuencia histórica estimula la vanidad del espectador moderno que sólo
asume el acontecimiento en su versión superficial.
El
reciente asesinato de la judía francesa Mireille Knoll desencuaderna la historia
y la devuelve a su condición de obra inacabada. Todo ha sucedido, como subraya
el título de la exposición madrileña sobre Auschwitz, “no hace mucho, no muy lejos”. Knoll fue apuñalada por dos
ladrones que gritaron “Alá es grande” mientras incineraban el cadáver. La
mujer, de 85 años, había escapado de la gran redada antijudía del Velódromo de
Invierno en 1942. Su experiencia de superviviente desembocó en una vida
sencilla en un piso social del distrito XI de París.
Los verdugos completaron el relato de una biografía
marcada por el antisemitismo. La Yihad revive hoy el espíritu de los nazis,
recuperando el crimen y el prejuicio. Mireille Knoll murió por el mismo motivo
que Sarah Halimi el año pasado. El ministro del Interior, Gérard Collomb, fue
claro al respecto: “creyeron que por ser judía tendría dinero”.
Los ataques se suceden en Francia en un ambiente
hostil a izquierda y derecha al tiempo que arraiga la idea de que Europa vuelve
a ser un lugar inseguro para los judíos. La macabra ironía de una mujer que
sobrevive a los nacionalsocialistas sólo para encontrar la muerte en el
continente del progreso y de la integración es un aviso para navegantes. A este
respecto, intelectuales como Delphine Horvilleur han querido superar la
formalidad de los pésames. La rabino del Movimiento Liberal Judío ha afirmado
lo siguiente: “sueño con una Francia que sabe que asesinaron a su abuela y no
sólo a la mía; una nación que se levanta ante el horror y no presenta sus
condolencias a una comunidad”. Únicamente desde la idea de ciudadanía podrá
superarse esta época de liderazgos autoritarios y querencias sectarias. Hoy,
como ayer, las amenazas contra los judíos son el síntoma de un peligro mucho
mayor para todos.
* Columna publicada el 5 de abril de 2018 en El Diario Montañés