Tres imágenes para resumir la
trágica historia del movimiento contestatario en la Alemania Federal. La
primera, de 1969: cuatro jóvenes, Andreas Baader, Gudrun Ensslin, Thorwald
Proll y Horst Söhnlein, son juzgados por el incendio de dos centros comerciales
en Fráncfort. Los acusados entran sonrientes en la sala, saludan al público
-entre los partidarios, un jovencísimo Cohn-Bendit- y encienden unos puros
burlándose de la “justicia burguesa”. La segunda, un primer plano de la popular
editora y periodista Ulrike Meinhof, apenas un año después, mientras participa
en la fuga de Baader. En un instante, muy de película, la escritora debe elegir
entre la clandestinidad y la pantomima. De un salto, se entrega al terror. La
tercera y última imagen, de 1977, es una panorámica de las celdas vacías de la
prisión de Stuttgart-Stammheim donde Baader, Ensslin y Meinhof, entre otros,
han perdido la vida.
En definitiva, menos de un
decenio de extrema violencia en el que muchos jóvenes pasan de la protesta al
terrorismo y, finalmente, a la autodestrucción. En el documental ‘Una
juventud alemana’, dirigido en 2015 por Jean-Gabriel Périot, se retrata a esta
generación prematuramente rota y trágicamente equivocada, partiendo de sus
muchas posibilidades materiales, a las que renuncia para consagrarse a la
revolución.
Es interesante, sin embargo,
sumergirse en la época, asumiendo las dificultades de transmisión del respeto
institucional en sociedades con un intenso pasado político y un presente de
calma chicha. Los militantes de la llamada Oposición Extraparlamentaria
despreciaban a sus padres por ser la “generación de Auschwitz” y negaban el
carácter democrático de un país que, para librarse del tirano, necesitó la invasión
extranjera. La ‘gran coalición’ de socialdemócratas y democristianos lleva al
poder en 1966 al exnazi Kurt Georg Kiesinger, lo que acelera la
descomposición del tejido social. El resto, lo conocemos bien: la protesta contra
la visita del Shah de Irán a Berlín oeste termina con un manifestante abatido
por la policía. En 1968, el líder estudiantil Rudi Dutschke, sobrevive de
milagro a los disparos de un ultraderechista. Entre los universitarios se
extiende un mensaje de resistencia contra el “régimen policial”. En este caldo
se cocina la decisión de varios militantes radicales de izquierda de emprender
la vía armada para provocar un levantamiento proletario que derroque el
capitalismo en Alemania. Baader, Meinhof y Ensslin fundan en 1970 la Fracción
del Ejército Rojo (RAF), mediáticamente conocida como banda ‘Baader-Meinhof’. El
bloque comunista, por su parte, aplaude con las orejas y paga alguna que otra
ronda de dinamita.
Después,
ya sólo la sangre. Los textos de Ulrike Meinhof inciden en la imposibilidad de
mantenerse neutral en un escenario de violencia política y ponen sus esperanzas
en que la excepcionalidad empuje a los trabajadores alemanes a una
confrontación definitiva con el sistema. Resulta casi un tópico destacar ese
cálculo erróneo tan común en los extremistas de todos los bandos. El saldo: más
de cuarenta asesinatos. Y el olvido.
* Columna publicada el 9 de Enero de 2019 en El Diario Montañés
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