viernes, enero 25, 2019

Ciudadanos, la sopa y el tenedor*



El expolítico israelí Shlomo Ben Ami -quien fuera embajador de su país en España y ministro de Asuntos Exteriores- suele describir las negociaciones con Arafat como “tomar sopa con un tenedor”. Para el diplomático, cada cumbre internacional era un suplicio de buenas intenciones siempre con la decepción como desenlace. Cuando parecía que el líder palestino abría espacio para un acuerdo posible, cuenta Ben Ami (desde la perspectiva, claro, del Estado judío), de pronto reculaba hacia sus posiciones originales, incapaz de comprometerse con una paz valiente y prefiriendo lo malo conocido: el caudillaje.

Quizás, sea precisamente la habilidad para prometer y no dar la que garantiza legislaturas largas. La política parece desvelarse como el arte de obviar la gestión mientras se apuntala el cargo y la presencia del representante público (una presencia interminable, despojada de atributos benéficos y con la dosis justa de espectáculo) resulta ser la herramienta fundamental. Los comportamientos gregarios, ligados a la proyección audiovisual, que alguna vez fueron suficientes para ir avanzando por la senda del enchufe, chocan hoy, no obstante, con la tendencia moralista de lo que llaman “las redes sociales”. No basta, en definitiva, con un argumentario de ocasión para sobrevivir en esta Europa prerrevolucionaria.

En lugar de atender las demandas eclécticas de una población cada vez menos homogénea en ideología y gustos, la excepcionalidad que los partidos han cultivado descansa irónicamente sobre programas férreos, actitudes maniqueas frente a las que no caben medias tintas. Es por ese motivo por lo que las fuerzas políticas que deberían encargarse de la defensa de las instituciones democráticas y del estado de derecho parecen arrugarse y vacilar cuando los extremistas irrumpen en el baile. Macron, en su larga confrontación con los ‘Chalecos Amarillos’, y Albert Rivera, desde su colaboración con Vox, reproducen las tentaciones clásicas del mando occidental. Puede que sea un simple problema de identidad; el centro no conoce a sus votantes y tampoco sabe cómo resistir los huracanes de la cotidianidad parlamentaria.

La gestión de los resultados electorales en Andalucía, por ejemplo, revela falta de cálculo. Ciudadanos duda ahora de su condición de partido necesario para mantener vivo el espejismo constitucionalista. Aunque su posición oficial es la del pacto “a dos” con el Partido Popular, lo cierto es que el cambio de gobierno en la Junta exige la participación activa de Vox, un nacionalismo español, perfectamente adecuado, como cabía esperar, a lo que sus enemigos ridiculizan: toros, caza, Semana Santa y pulseritas.

Ciudadanos (el PP lleva tiempo lanzado hacia la desmesura) le ha dado a Pedro Sánchez la oportunidad de desplegar su inigualable cinismo. El presidente, que pacta con los supremacistas periféricos y con la izquierda radical para completar su minoría, advierte de los peligrosos extremos. Por su parte, Susana Díaz, acaso la principal adversaria del ‘sanchismo’ en el PSOE, sufre otra derrota. Nada ha quedado de sopa en el tenedor naranja. Ni de socialdemocracia en España.

* Columna publicada el 23 de Enero de 2019 en El Diario Montañés

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