En
un comercio que desaparece palpita una crisis y una decisión; el escaparate
vacío, el cartel que anuncia el cierre o el alquiler del local desnudo. Parece
que nadie se preocupa del éxito de una tienda que sobrevive a los vaivenes de
la economía o a las apetencias temporales de la moda y la estupidez. Hay algo
de fría continuidad en el bullicio de la gente que entra para preguntar precios
y luego sale satisfecha con el trato. Y también hay compañía.
El
peatón que no ha entrado, que no tiene curiosidad por el producto en venta,
sufre, sin embargo, cuando el establecimiento que siempre ha estado ahí, de
repente, lo abandona. El vecindario no es sólo el personal que saluda con un
leve movimiento cervical, sino territorios familiares, rótulos que envejecen
con el observador que busca una repetición en las cosas que ama o, al menos,
que le importan.
Cualquier
cambio, por lo tanto, despierta en el contribuyente una sensación de vértigo y
de culpabilidad. ¿Por qué no atravesé nunca esa puerta? ¿Qué extraña desidia me
llevó, un día tras otro, a obviar el atractivo de sus vitrinas? Muchos han sido
los negocios que se han despedido en silencio, como una amistad que no se
cuida.
En una búsqueda rápida por las
redes me informo de que la tienda de enmarcaciones Cristmol, de la santanderina
calle Cádiz, cerró el pasado mes de febrero. Y yo, claro, sin enterarme, en
Babia. Desconozco los motivos de la decisión, no quiero aventurarme. Quizás, se
tratase de un retiro o del agotamiento de la ilusión cotidiana. Pero es,
simplemente, la muerte del propietario y la muda en los destinos de las
generaciones que lo heredan. No obstante, como las personas que expiran sin
haberse bebido el vino bueno, uno siente haber desperdiciado la oportunidad de
explorar un espacio distinto, ajeno a la voluptuosidad de los cebos digitales.
Pero yo no me las quiero dar de fino o de indignado. Tuve la opción de comprar
un cuadro -alguno del gran Pedro Sobrado, por ejemplo- o de curiosear entre las
obras, pero no lo hice.
* Columna publicada el 29 de Mayo de 2019 en El Diario Montañés
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