martes, agosto 11, 2020

Barcelona sin relato*


La ciudad vive en el escritor como la palabra o la imagen. La voz y la intención son su motor y constituyen la fuerza del artista, su importancia para explicar un tiempo y un país. Barcelona y Juan Marsé compartieron hace muchos años una misma vocación de época; la voluntad de recoger la verdad de las cosas que brotaron durante la etapa final del franquismo; las geografías y personalidades vivas, sin la uniformidad que imponen siempre los que mandan.

Juan Marsé supo formular literariamente las figuras de la Barcelona charnega en constante roce con una burguesía dirigente que nunca dejó de serlo. Fueron Teresa y el ‘Pijoaparte’ o aquel amante bilingüe que quiso escalar el muro de clase a pesar del desprecio de quienes manejan la riqueza en los tiempos de necesidad. Pero todo ello fue también Marsé, en su propia biografía mestiza. Fue el novelista quien anduvo las calles del Carmelo para fijarlas luego en una obra de altura.

La Barcelona de Marsé parece especialmente lejana porque es fruto del tacto libre del creador comprometido con su entorno. La política de partido ha sustituido hoy a los grandes cronistas por ideólogos empeñados en siniestras recetas étnicas renunciando a la amplitud de cualquier comunidad plural y fértil.

Despedirse hoy de Juan Marsé es hacerlo una vez más de los miembros de aquella escuela barcelonesa, catalana, que tanto hizo por acompañar a los lectores de toda España en la senda de la civilización. Cabe evocar de nuevo su amistad con Jaime Gil de Biedma o Carlos Barral, con aquella parte libre y mediterránea de un país que se desperezaba hacia la modernidad. Quedan sus libros, como mosaico de aquello que en la novela es superior a cualquier noticia o a cualquier análisis: la realidad que sólo puede asirse desde el relato.

* Artículo publicado el 21 de Julio de 2020 en El Diario Montañés

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