miércoles, febrero 01, 2006
Cahiers du Cinéma
- Sorprende la serenidad, la confianza propia de otros tiempos. Yahvé interroga, conversa con el pecador original, con el sujeto creado. Se aprecia la juventud del Dios, su inexperiencia en el castigo. Su mayor acierto, la justicia que ni siquiera Él ya controla: “La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”. La melancolía del arquitecto. La mayor soledad. “Caín, qué has hecho?” No hay enfado en sus palabras, sino el signo de un tiempo equívoco. Tampoco censura: eso viene después. El fraticida, con las uñas sucias de la tierra que cubre a su hermano; pálido, sólo ante un dios que no se decide, que va perdiendo la voz. Entonces, la rebelión aparece de forma impersonal, con la materia creada que exige justicia: “La sangre de tu hermano…”. Se clama muerte. Aún hoy dura la tristeza del poder que abrigaba al mundo. (Gn 4, 10-11)
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