miércoles, agosto 09, 2006
Esfinge
I
- ¿De qué otra orilla me acuerdo escuchando “Here With Me” de Dido?...¿Por qué tu adiós no produjo fantasmas? Y tu antídoto es genuino como para adorarte en ausencia, en fantasía. Una cámara lenta que sugiere interés, felicidad de juventud, calles conocidas como testigos de una vida plena. Los otros que sin urgencias se preocupan de nosotros porque no nos miramos a los ojos cuando nos decimos cosas, ni mostramos excesiva piedad a los necesitados. Porque tú fuiste la primera en marchar y ahora que me quedo solo bajo la protección de algún demonio bueno, miro hacia atrás y descubro que fue verdad lo que duraste, que no fue invención ni lunática respuesta hacia el tiempo que habían prometido. Que nos habían prometido.
II
- Me gustaban los sombreros que solías llevar en aquellos días de 1979. Ahora cuando veo Manhattan, y Diane Keaton dice todas esas cosas de Bergman o Allen trata de cubrirse de la tormenta frente al observatorio, trato de buscarte entre la gente, porque tú ya eras entonces. Ya escapabas de la vulgaridad con todas las ganas de “no perder el tiempo”. Y hacías como que me pegabas cómicamente en el hombro o jugabas con mi pelo. O te escondías en el apartamento para jugar, o leías a Kundera. Pero digo de los sombreros porque tenías muchos y muy diferentes. Y no te gustaba repetirte en eso. De vez en cuando tratas de volver a verme y yo te rehuyo, me alejo de ti para no ver algo más que juventud, para evitar, al menos, las arrugas, los malos modos de un juego no tan brillante. Como será el tuyo ahora, que los años son más pesados y no te quedan sombreros.
III
- Sé que no quedan más años. Mis hijos han tratado, en vano, de visitarme. Prefiero quedarme con mis pájaros. No quiero molestias, ni representaciones. No los quiero. Ni a la nena, ni al mayor. Yo me quedo tan a gusto con mis libros también, que no abandonan a un viejo, aún medio ciego, que los mima y los acaricia como antaño. No me quedan años, apenas meses. Sigo esperando, sin sentido, el regreso, la aparición, el milagro que me la devuelva. Él sabe que vive lejos y por eso cuando le pregunto: “¿Ha llegado?”, me contesta: “Mañana, Señor”. Y yo me lo creo. Y duermo feliz, con su recuerdo todavía joven entre las sábanas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario