Belén bajó el último escalón del autobús en la estación de Avenida de América. Buscó con la mirada. Vio a Pedro. Sonrió y saludó con la mano. Pedro se acercó. Belén dio la vuelta al autobús para recoger su maleta. Pedro fue detrás. Una vez rescatado su equipaje, se fundieron en un largo beso. Belén lo detuvo:
- Vale, despacio. Tenemos tiempo.
Pedro cogió la maleta de Belén, y ambos se dirigieron a la salida.
- El viaje ¿bien?
- Muy bien, sí.
Belén miraba a Pedro cuando éste no la miraba. Parecía mayor, más preocupado. No le dio importancia. Belén dijo que necesitaba ir al servicio después de un viaje tan largo.
- ¿Esperamos hasta llegar a casa o prefieres hacerlo aquí?
- No, esperamos.
Y continuaron la marcha a través de los estrechos pasillos de la estación. Subieron las escaleras mecánicas. Pedro tenía el coche aparcado muy cerca.
Pedro volvió a besarla. Belén hizo un esfuerzo por no parecer desagradable.
- Venga, pesado, arranca.
La casa de Pedro estaba sumida en una oscuridad total. A Belén le sorprendió su incapacidad para orientarse. Resopló.
- Si estás muy cansada, podemos quedarnos aquí esta noche.
- No, no. Salimos. Además, ya has reservado.
Pedro notó un leve tono de reproche en su voz. No le dio importancia.
Belén tenía veintiocho años. Era rubia, con ojos verdes. Era bonita y simpática.
*
Pedro pidió una ensalada de pollo. Belén, una hamburguesa completa. Sonrió a Pedro.
- Eres un remilgado.
- Todo eso se te va a poner en las caderas.
Belén hizo como que le clavaba el tenedor. Pedro se rió.
- ¿Hablaste con tus padres?
Belén bajó la mirada.
- Mis padres te adoran, ya lo sabes. No ponen pegas.
Pedro masticó satisfecho el último trozo de pollo.
- Tenemos que avisar a mucha gente aún.
Belén asintió. Pedro recibió una llamada de teléfono.
- Es del trabajo. Tengo que cogerlo.
Se levantó de la mesa y salió a la calle.
Pedro tenía treinta años. Pelirrojo, pero sin cursilería. Un buen hombre.
Estuvo hablando diez minutos. Mientras hablaba, miró por la ventana al interior del restaurante. Belén estaba jugueteando con su tenedor. Casi no atendió al asunto profesional. Se concentró en Belén, en el balanceo del cubierto sobre sus dedos, en la luz del local concentrada sobre ella. Miró durante un rato. Luego, colgó el teléfono. Sin que Belén se diese cuenta, se alejó poco a poco del restaurante.
Pedro anduvo media hora. Bajó Gran Vía desde Callao y desembocó en el Círculo de Bellas Artes. Siguió caminando. Un hombre se le acercó por detrás y le golpeó. Pedro quiso incorporarse aturdido y recibió un puñetazo en la cara. Al volver en sí, estaba tumbado en el suelo, con el rostro ensangrentado. Se concentró una multitud a su alrededor. “No se mueva, espere que lleguen los de la ambulancia”. Pedro no quiso quedarse. Se levantó.
La noche había caído sobre Madrid. Pedro caminó hasta un parque cercano. Se lavó en una fuente. Miró la copa de los árboles mecerse como sombras. El calor de septiembre, envuelto en una brisa leve, le espabiló un poco. Obviamente, no encontró su móvil ni su cartera cuando se echó la mano al bolsillo.
Regresó andando a casa. Belén no estaba allí. Se duchó y desinfectó sus heridas con alcohol. Se puso el pijama y se preparó un té. Encendió el televisor.
Al cabo de un rato, oyó pararse el ascensor en el rellano. Luego, el sonido de unas llaves. Belén entró en la sala de estar y permaneció de pie unos segundos. No dijo nada. Se apoyó en el regazo de Pedro. Se durmieron. Primero ella.
3 comentarios:
ya van cuatro veces que lo leo , pero ... porqué se fué sin avisar? y ... volveré a leerlo otra vez.
besinos
Interesante la historia, que ha quedado con incógnitas sin resolver: ¿quién le atacó? ¿ella sabe algo?
Un saludo.
No tiene ninguna importancia conocer la identidad del atacante. Ella no sabe nada. El asunto central del relato es la relación de los dos protagonistas. Una relación que hace aguas y se nota. Un saludo a las dos.
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