viernes, agosto 20, 2010

Esfinge


Usted me había prometido las cosas de mi padre. No se entretenga. No me explique nada. Abra los armarios. Reconozca que mi paciencia ha sido ejemplar. Yo sólo tengo recuerdos de películas por ver, de capítulos otoñales. Las horas impregnadas de cómodas secuencias ¿Va a esperar una confirmación? ¿No se da cuenta de que cualquier variación dará al traste con todo? Como en un desierto en el que aparecen niños que buscan juegos y encuentran reptiles. Y nadie sabe quién los ha traído, a quién pertenecen. Déjelas ahí, sobre la cama. Escuche, no se trata de algo personal. No voy contra usted. Pero dispongo de tiempo suficiente, creo, y prefiero pensarlo todo, rumiarlo despacio, aunque sé que eso no va a llevarnos a ninguna parte. Quizás es mejor que se mantenga a distancia y me observe mientras hago malabarismos y juegos de manos. Prometo no molestar demasiado, pero exijo que escuche mis quejas, mis lamentos alguna que otra vez. Y deberá convencerme de los cambios de presidentes y del tiempo raudo que se nos escapa. Yo fingiré aceptar su condición de sabio. Asentiré muy serio a sus proclamas. La fidelidad juega su papel también aquí y ahora. Será usted mi dueño y señor ¿Lo ha comprendido? Y yo no haré nada por agradarle.

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