La imagen conmueve: Shula
Krystal besa la frente de su padre, Israel, en la modesta sala de estar de su
domicilio de Haifa. Él recibe el beso con los ojos cerrados. La escena
transmite orgullo, sabiduría. Israel Krystal es el superviviente más longevo de
Auschwitz. Tiene 111 años. Imposible descartar la posibilidad de que la
Providencia haya decidido premiarle con algunas décadas extra por los
sufrimientos prestados. El anciano, en silla de ruedas, lleva una kipá sobre su
cráneo. Me pregunto si, hoy, superada ya cualquier
edad razonable, siente miedo a la muerte, a esa muerte tan familiar en el
infierno nazi que experimentó en Polonia. Para él, su identidad significó algo.
Al menos, fue un motivo para que el mal absoluto reventara el inicio de su vida
adulta.
Desconocemos
la intensidad de su compromiso con el judaísmo durante los años 40 del siglo
pasado. Quizás, quiso ser un ‘judío del siglo’, atento a la moda y a las
últimas novedades literarias y artísticas. Es posible que sintiera su tradición
como una carga no elegida. Puede que amara a una protestante y al progreso. Lo que está claro es que otros decidieron por él y lo convirtieron
en carne de holocausto. No tardará en dejar este mundo, es simple biología. Pero, no abandona su kipá. ¿Y nosotros? ¿Esta actualidad cosmopolita, que alimentamos con cinismo, cerveza y
series de HBO, será suficiente para completarnos? ¿O decidirán otros?
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