A veces, le gustaría no
haber leído nada, no haber creído en nada. El peligro de las palabras, su
territorio tribal, hostil y minúsculo. La ciencia es otra cosa. No es intuición, y eso
es un avance. El esfuerzo comienza y termina en sí misma, sin espacio para la
política y la estrategia. Trabaja con la verdad, la aumenta. Sin excesos.
Las letras, no. Uno confía
en su espíritu que, según dicen, se nutre de escritura. Pero, el horizonte es prosaico.
Si el trabajo dignifica, la habilidad de diseñar, calcular, construir, curar,
es sin duda, superior. Lo otro es una aproximación incompleta a un
malentendido. Un periódico, un libro de poemas, una novela… ¿Cómo traducir su
impacto en calidad? ¿Cómo superar las camarillas y la interesada publicidad, el homenaje, el cargo cultural?
La empresa es complicada, árida,
por eso el camino se llena de farsantes. Eso lo sabe todo el mundo, pero el público
finge creer en el arte, como una promesa de inmortalidad. Últimamente, sin
embargo, ha visto inyecciones que alivian, tratamientos que mejoran. Gente que
trabaja por su cuerpo. Lo físico es incontestable. Y frío. Y humano.
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