El
cineasta indio regresa a la gran pantalla con ‘La visita’, una siniestra
tragedia familiar revestida con el manto del suspense
El estreno mundial de ‘La
visita’, reciente producción de M. Night Shyamalan, ha despertado, una vez más,
las suspicacias del respetable. ¿Otra grotesca y previsible película rematada
con su ya emblemática sorpresa final? Los potenciales espectadores no se
deciden… Se trata de dar, como dice el ‘koan’, un paso en el vacío. ¿Habrá
vuelto, por fin, el Shyamalan que reanimó a Bruce Willis? Una pregunta tan
tópica como el supuesto estancamiento del cineasta.
La obra del director indio se
sirve de la etiqueta del suspense y de la atmósfera de incomodidad que se
aproxima al miedo, pero se detiene a tiempo. Shyamalan es consciente del
espacio que ocupa en el escaparate cinematográfico y lo explota. Es su seña de
identidad, su rollo. ¿Es suficiente? Con el objetivo de atraer al público, esta
fórmula, extraordinariamente eficaz para condensarse en un tráiler, facilita
las cosas. Uno quiere sustos y sustos recibe. También en ‘La visita’.
Una hora y media de película,
apenas una decena de dialogantes en un falso documental de bajo presupuesto. El
enfado brota cuando se pasa de la contención a la acción paródica. Es en ese
salto donde Shyamalan siempre arriesga demasiado. El ejercicio superficial, con
el que el cineasta parece reírse de su público, da lo que promete, sin control,
cómodo en su explosividad. Los tópicos se suceden, con las costuras a la vista.
Pero, hay más.
El espectador, epatado por
el disparate, no suele advertir la doble vía de cualquier película de
Shyamalan. La trama frívola apenas oculta, sin embargo, el tema principal. Lo
ha hecho muchas veces. A lo largo de su carrera, se han abordado, por ejemplo,
la búsqueda de la identidad y del sentido de la vida (‘El protegido’), o el uso
de la mentira como garante de la vertebración social (‘El bosque’). Aquí, en
‘La visita’, se interesa por la pérdida de la comunicación y de la transmisión
de valores. De esta forma, un tanto alambicada, reivindica la tradición, la
exige.
En la cinta, el
desconocimiento de las propias raíces provoca la incapacidad de los personajes
para detectar el peligro. Lo que amenaza la vida es el amor artificial, la relación
obstaculizada por una presencia tenebrosa y solo humana en apariencia. El
tráiler se limita a exhibir el lado más festivo de ‘La visita’ y esconde el
resto. Sería interesante preguntar a Shyamalan por esa actitud iconoclasta
hacia sus propios códigos. ‘La visita’ habla de una serie de abandonos que confluyen
de manera dramática. Con singular maestría, los traumas de unos y otros afloran
hasta reventar en el tramo final de la película. La familia y su imposibilidad,
los lazos que se desatan arriesgando la supervivencia de los individuos. Algo
muy serio, a pesar de los sustos.
Para lograr que esa doble
vía se dirija hacia alguna parte, más allá de los gritos y los portazos,
Shyamalan echa mano de un guión consistente y de unos personajes cargados de
profundidad. No puede hacerse de otro modo. La tensión que imprime a sus obras
exige posponer parte de un relato, que, poco a poco, desvela toda su gravedad.
En esa complicada labor, los niños protagonistas, interpretados por Olivia
DeJonge y Ed Oxenbould, brillan especialmente, reprimiendo sentimientos y angustias
sin exageraciones o afectación. La réplica se la dan unos solventes Deanna
Dunagan y Peter McRobbie, como los siniestros abuelos.
Shyamalan aprovecha el
suspense, la promesa de terror, para trazar un retrato de familia. ¿Para qué,
entonces, dar tantas vueltas? Pero, quizás, ese recorrido espectacular sea,
precisamente, el cine.
* Artículo publicado en el número XVII de la Revista Dartes
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