A estas alturas de la
campaña, la Junta Electoral Central aún no ha advertido del riesgo de celebrar
unos comicios generales en España -con la que está cayendo- menos de cuarenta y
ocho después del estreno mundial de ‘El despertar de la Fuerza’, la más
reciente película de ‘La Guerra de las Galaxias’. La cosa puede ser grave. En
primer lugar, parece poco probable que la tensión acumulada por los seguidores
más entusiastas de la saga pueda eliminarse a tiempo para hacer un uso
responsable de las papeletas y los sobres de nuestros ínclitos candidatos.
¿Cómo separar el grano de la paja, cabe preguntarse, con la retina saturada de
rebeldes e imperios? Por otro lado, las comparaciones son odiosas.
‘Star Wars’ tiene salero más
allá del afán recaudatorio. Desde los años setenta del siglo pasado, cada generación
disfruta de su trilogía, aunque algunos espectadores son más afortunados que
otros. En última instancia, todo depende del espíritu de la época. Es interesante
contemplar los cambios en el ritmo y en los materiales cinematográficos en
estos casi cuarenta años: lo digital ha sustituido el quehacer artesano,
aportando más espectacularidad al producto, al tiempo que su halo romántico se
resentía.
Para los guionistas, lo más difícil
(y solo conseguido a medias), ha sido siempre conciliar los argumentos. La
trama sugerente y misteriosa de los episodios IV, V y VI, donde se dirimía una
riña familiar en las catacumbas de un conflicto interplanetario, fue ‘aclarada’
después a toda velocidad, y no sin altas dosis de verborrea, en la precuela
-¿cómo olvidar a los tristemente famosos midiclorianos?-. Pocos han hablado, por
ejemplo, de la gran metamorfosis de los jedis. Los administradores de la Fuerza
pasaron de integrar un celoso club de anacoretas a convertirse en una casta de arrogantes
funcionarios, con poder casi ilimitado y una peligrosa incapacidad para
detectar conspiraciones.
Gracias a su recorrido
ecléctico, ‘La Guerra de las Galaxias’ permite ser interpretada en clave
política, con una carga de profundidad que, posiblemente, escapó del plan de
sus promotores. Las películas exponen, con total crudeza, los límites de la
mística en la gestión del mando. Los jedis funcionan mejor al desvincularse de
las instituciones; es decir, en el combate moral, exterior y marginal. El Yoda
inexpresivo de la precuela -un ser malhumorado e incómodo en su papel de
aguafiestas oficial de la República- se convierte en una criatura rural,
excéntrica y venerable en su exilio de Dagobah.
Es necesario que el luchador
por la justicia, como dice Platón que dijo Sócrates, “viva como un simple
particular y no como hombre público”. Resultaría, por lo tanto, perfectamente natural
que, ante este panorama nada heroico, muchos españoles ‘de bien’ que gozan, en
debates y tertulias, de los discursos de la ‘Nueva Política’, optaran por
apoyar a candidaturas más tradicionales (aun en sus mentiras y corruptelas)
para que la Fuerza no se extinga al pisar la moqueta.
* Columna publicada el 17 de diciembre de 2015 en El Diario Montañés.
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